Blogia
Castropol, Pueblo Ejemplar de Asturias

Escuela de D. Arturo 193...

Escuela de D. Arturo 193...

Arriba Maria de D. Arturo, ¿Cajetilla? 5º José Esteve (chinito), Sayón, y los dos últimos, Pablo Cuesta y Basilio

Sentados en el banco a la izquierda de Maria, Falucho, Antonio Montero, el anterior a D. Arturo, Manolo del Quirolo y el último, Mariano del cuartel.

Sentados en el suelo, a la derecha con Jerseys iguales, Paco y Carlos Montero.

2 comentarios

Ovidio -

Gracias D. Luis, por comentarios tan emotivos y preciosos como este.

luis legaspi -

CONJETURAS, APUNTES Y OTRAS LEMBRANZAS DE LA ESCUELA

Es un primer impulso de los retratados es buscarse en la foto. A mí, sin ser narciso, también, me apetece encontrarme, sobre todo cuando la compaña es tan entrañable. Es mi generación escolar. La verdad es que no me veo. ¿Me intuyo? Hablando a voleo, pudiera ser el de la blusa marinera. Por la época terminé de gastar dos prendas de tal factura. Digo terminé, porque el primer uso lo había hecho un niño de familia acomodada. Yo fui heredero de su generosidad, pero presumí de marinerito. Tengo una fotografía personal, hecha en un estudio de Figueras, con tal atuendo, con el mismo flequillo y la misma carina de bueno que, como todos niños, alguna vez tuve.A mí me parece que me parezco, sin embargo no afirmo mi presencia?
Si no estoy ¿por qué? ¿Cuál el año, el lugar y la ocasión de la fotografía? Nunca hice novillos ni tuve demasiadas gripes o sabañones. Menos, si íbamos a tirar una foto, casi una orla de universidad.
Uno de los cursos, 34-35 fui a la escuela de don Benito en Vegadeo. Si fue en esa fecha yo no podría salir.
¿El lugar? No parece en el cogollo urbano. La vegetación lo insinúa. Tampoco es un día de excursión. Es una pose con pajarito y toda la pesca. Fijarse sino, en la circunspecta figura de don Arturo encorbatado. con Pedrín de Huerta, su bien merecido e indiscutible ojito derecho, al lado izquierdo (otro identificado)
Hay dos bancos preparados, uno para los culos y otro para los pies.
María y Arturo del Extranjero de Cal, bien abrochado, están firmes (uno más identificado) tampoco. Arriba, entre Cajetilla y Estévez creo vislumbrar (no identifico) a Manolín de Santos y, acaso, a Nino. Para no navegar más en piscina sin agua no digo que Cheche Ceide es el tercero en cuclillas. Animo, sin embargo a mis generacionales y a todos a pasar la lupa de Sherlock Holmes sobre las fotografías de este blog para ayudarnos a conocer el pueblo y así querernos más.



Y, ya que estoy en el uso abusivo de la palabra, me atrevo a colgar al lado de mis condiscípulos un recuerdo del Maestro. Creo que los datos que de él ofrezco, aunque les parezcan escasos, los encontrarán correctos.
Ovidio, buen árbitro, podrá enviar a la papelera todo el dislate.


CARTA A DON ARTURO.


QUERIDO MAESTRO:


V
enía yo hacia la cuartilla blanca, para cumplir el encargo del Club de Mar: escribir sobre un tema castropolense. Había pensado en Don Arturo, pero la tele me sorprendió con uno de sus comecocos: “Querido Maestr” Dije esta es la mía. En vez de comenzar escribiendo a “donarturo”, me decido a escribir al Maestro. Ni siquiera digo lo de señor, por miedo a que el adjetivo se coma al sustantivo. Algún niño de los de ahora escribiría al profesor, y, para no gastar tinta ni educación, le diría, sin más, “profe”. Hasta es posible que cualquiera le dijese: ¡hola, tío! “Mi tío” era el título que le daba María, que tanto le quería, que tanto le cuidó. ¡Qué callada era María!



A
hora vuelvo al Maestro. Una cosa es ser Maestro y otra, menos complicada, entrar a las nueve (recuerdo que a esa hora “donarturo” en persona se asomaba a la puerta con portelo y medio gritaba: ¡Adentro!) para enseñarnos la tabla de multiplicar, la alineación de los reyes godos y el lío de las esdrújulas. Ya sería bueno que una buena parte de los “profes” fueren maestros. Dejemos el tema y no entremos en dimes y diretes.
Mi querido Don Arturo Francisco Lorido y Lombardero, (María, su sobrina, le llamaba Paco) llegamos casi juntos a Castropol. Yo no me acuerdo. Los papeles dicen al comenzar el 24. Usted, por ahí, por ahí, para el curso 23-24. Yo llegaba -supongo- llorando. Es bueno llorar al nacer, para tener algo ya llorado, porque luego pasar la vida con lágrimas debe de ser muy aburrido. Usted, maestro, llegaba contento -supongo- Obtuvo su título en 1905, y después interinidad en la escuela de Ouria, con el grado de bachiller (1913) y pasar por Paramios y Villameá llegó a Castropol. El ser maestro de y en Castropol, villa señera, no dejaba de ser una buena colocación. Parece ser que el puesto era para su tío y maestro don Manuel Lombardero al que yo veo ahora tan serio, en piedra y bronce, en la plaza de Taramundi. Taramundi, tierra de buenas aguas para templar hierro, ha vertido a la cuenca del Eo gente importante. Esto merecería alguna que otra reflexión. Pero un folleto festero da para lo que da.




V
olvamos a la escuela de Castropol, cimentada sobre el Castillo Fiel, precipitando al pueblo por la Calle del Muelle hacia la ría. Su antecesor había sido Don Bianor Soto. Un hombre “progre” liberal y, por consiguiente, fácil al conflicto con los conservadores y, también, con la Iglesia. Era párroco a la sazón don Juan Cordero, culto sacerdote, y santo, cosa que mejor le va a un cura.

Los pleitos entre instituciones y, sobre todo entre personas, eran menores: hacer compatibles actividades convergentes: que si excursiones de los niños, que si horarios de catecismo... Es como si ahora discutiesen el Club de Mar por sus entrenamientos y la Parroquia por sus actividades de pastoral juvenil. Siempre los curas tendemos a pensar que “Amancio”, el dueño del salón, en Casarego, era el culpable de la escasez de mozos en Misa, como insinuaba el señor don Bonifacio Amago de Balmonte.

Pero ahora no voy a resolver pequeños litigios ni, mucho menos, a reproducirlos

Todo en el fondo era la resaca de gran marejada que vivía España entre “una religiosidad decadente, con un clero metido en política, sin vigor apostólico y aún con ignorancia del mismo credo que debía trasmitir” mal apuntalado por el Syllabus, la Pascendi etc. por un lado, y, por el otro, unas ideas krausistas de modernidad secularizadora que se iban abriendo paso en Ateneos, Institución Libre de Enseñanza y otros foros que cobijaban a profesores como Francisco Giner, Sanz del Río, Fernando de Castro, y un largo etcétera de intelectuales que sufrían al verse desgarrados de sus comunidades y tradiciones cristianas a las que bien quisieran renovar. Eran los primeros impulsos de una modernidad, eran el alba de lo que para la Iglesia supuso el Vaticano II y para la sociedad española la Constitución del 78.

Estos aires renovadores venían a Castropol no sólo de la mano de buenos maestros, sino también de jóvenes indígenas, muchos de ellos educados por el cura Cordero, con inquietud cultural que cristalizó en la fundación (1921) de la “Biblioteca Popular Circulante” nunca Biblioteca Municipal, “asociación ciudadana de derecho público”, incautada hoy por la Administración política más deseosa de no dejar hacer al pueblo que de respetar y estimular su iniciativa.


E
n Castropol eran años de descafeinadas convulsiones políticas. Os “novos y os veyos”, Villamiles y Murias, Cancios y Monteavaros... discutían con alguna acritud, pero sin que la sangre llegase a la ría y sin que entorpeciese la buena merendola con tortilla al ron en el Bodego, ancestro de mal noveladas bodeguillas de políticos.


En 1931 “el 14 de abril llegó la República, tranquila y sutil”, como versificó don Ramón d`as Mentirolas. Usted, querido Maestro, era republicano. Son mis primeros recuerdos: Aprendimos con entusiasmo que “España es una república de trabajadores de todas clases.” En el estrado de la Escuela, sin arrinconar una preciosa Inmaculada de Ribera, se colocó el retrato del presidente don Niceto Alcalá Zamora. En un gramófono con bocina rodaba “la voz de su amo” con el himno de Riego. También recuerdo el disco descriptivo de la sublevación de Jaca y el fusilamiento de Galán y García Hernández. “El camión patina” decía el narrador y un sonido onomatopéyico nos metía el resuello en el cuerpo a “os rapacíos” que nunca habíamos andado en coche, pero que ya teníamos miedo a irnos todos barranco abajo.



C
uando ya sabíamos la lección o llovía mucho, a la hora del recreo, usted daba manivela al gramófono o nos enseñaba una buena serie de tarjetas postales, su estupenda colección filatélica o algunos “souvenires” de sus viajes. Usted era un maestro “viajao”, ”esperantista”, asiduo a congresos y cursillos de renovación... Buenos recursos para educarnos en un espíritu abierto, europeo dicen ahora los que piensan que la envejecida Europa es el ombligo del mundo. Guardo como oro en paño un libro que dice “regalo de don Arturo”. Es recuerdo, no recuerdo que si, de curso o de concurso. Está editado en 1929 para que sirva de “lectura a niños y maestros”. Se titula “Un Viaje a Italia”. Un grupo de maestros habían participado capitaneados por J.A.Onieva, inspector de enseñanza.

Cuando yo, circunstancias y años inesperados, conocí Venecia, Lausana, París, Lourdes, la Capilla Sixtina, El Foro Romano, mil otros lugares de Francia, Suiza, Italia e, incluso, la estación del Norte de Oviedo o Ujo, tan cercanas, parecían lugares ya recorridos en la compañía de mi querido Maest


N
o hace mucho tiempo he estado en Arafo, Tenerife. Ha sido una visita casi de médico. No he tenido tiempo para preguntar por Dolores Flores. Hubiera sido una enorme satisfacción el conocer a una “condiscípula en la distancia”, con la que había mantenido correspondencia epistolar, intercambio de noticias, productos de la tierra - ¡qué dulce el dátil y como empapuzaba el gofio...! desde nuestras escuelas de Arafo y Castropol.

Yo sé que Jesús es una localidad cercana a Tortosa, porque alguien me escribía: “de Jesús a Tortosa hay siete kilómetros, de Tortosa a Jesús, cada día, viaja mucha gente, de Jesús a Tortosa, un autobús sale cada...” Llegaban nuestras cartas a Polonia y Suiza. Con niños de aquellas naciones intercambiábamos sellos, caricaturas de deportistas: (Ricardo Zamora, Ciriaco y Quincoces...) o de políticos (Gil Robles, Lerroux, Besteiro...) Guillermo Tell o Miguel Servet eran para nosotros personajes, a la vez, míticos y cercanos. Todo se iba hilvanando para el conocimiento y comprensión que llevan a la amistad entre hombres y pueblos.


N
o sólo aprendíamos que hay otros hombres, incluso sufrientes. Sus discípulos –me gusta más que decir alumnos- en 1930 éramos miembros de Cruz Roja Internacional. pero digo que también nos enseñaba a respetar y amar la Naturaleza, aunque los ecologistas y el greenpeace aún no habían nacido.

En los días de excursión pequeña o descubierta al contorno: San Marcos, Fontela a Regueira, río de Berbesa… además de beber y comprender el paisaje, buscábamos fósiles, genciana, cardos o perejiles, libélulas, coleópteros como “vacalouras”, jilgueros, verderones, lagartijas... y cualquier otra fauna o flora que nos descubría la vida, aunque ya sabíamos, claro, que la leche no la producía la “xarro”, hoy el tetra-brick. En el huerto escolar, muy escaso, teníamos algunas plantaciones. Usted, hombre rural no podía olvidar el humus. La Fiesta del Arbol era una efemérides anual. . La parroquia de Castropol, villa de curiales y “señoritos” y de servicios, no era eminentemente agrícola, aunque sí lo era todo el concejo y todo su entorno. Usted siempre tuvo esta preocupación, porque España era rural. Lamentaba, como Joaquín Costa, que en Escuelas de Magisterio el tema de Agricultura e Industrias derivadas apenas se tocaba y, encima, con mala metodología.

Aún sin tener parcela adecuada de experiencias inmediatas, usted pudo presentar estudios para obtener del Ministerio de Agricultura uno de los ocho diplomas nacionales para la educación agrícola. La sintonía con el entorno social le llevó a participar, acompañado de sus alumnos, en concursos del ramo. Con tres de sus alumnos asistió al primer curso de Iniciación Agrícola y Ganadera de la Granja de Luces, en Colunga.

En mi pequeño recuerdo destaco el cuidado de las moreras. Cada cuadrilla cuidaba una planta. Las hojas nos servían para alimentar los voraces gusanos de seda que estabulábamos en “cajas de zapatos” en el alféizar de las ventanas.

En la huerta estaba también el pluviómetro. No hace mucho he visto que Margarita, joven octogenaria, hija de don Arturo, seguía en Taramundi la vieja tradición del Maestro de Castropol. Dios mío, cuántas probetas hemos roto porque usted nos confiaba el medir el agua llovida. En la fachada de la escuela está el barómetro. Compartiamos su uso con os mariñeiros que desde el rincón de sus tertulias y disputas, “El Banco dos Mariñeiros”, vecino a la escuela, se levantaban para husmear el tiempo, vendavalada o nordés y, en muchas ocasiones, para cambiar el ritmo o argumento de mentiras grandilocuentes. ¿Por qué no se recupera, Banco d`os Mariñeiros y el barómetro en su hornacina? Una idea, para el Club de Mar


T
oda la vida escolar iba bien entreverada en trabajos manuales, (bricolaje, dicen ahora) lectura clásica, geografía, historia... Creo que a usted le tiraban más las humanidades que las exactitudes. Yo he aprendido en la Escuela, a hacer dodecaedros de cartulina. Los hombres de Neandertal y Cromagnón ya nos servían para leves insultos de críos. También, me enamoraba de una moza tan fermosa que apenas creyera que fuere vaquera de la Finojosa o de Marica que mientras yo iba a la escuela ella iba a la “amiga” de ¿doña Rosita? Las afluencias al Sil o al Segre.y de éstos al Miño y al Ebro nos parecían tan normales como los riachuelos Suarón y Mojardín, Seares o Berbesa al Eo. Y todos, al mar que es el morir. Casiopea y Aldebarán eran tan cercanas como La Polar, aunque ésta estaba siempre encima de la boca de la barra para que no perdamos el Norte. Don Arturo, cuando estuve en Calatañazor me ha parecido ver a Almanzor, el invencible, huir despavorido por los campos sorianos, según usted nos lo contaba. Aún ayer, por la ruta de los viaductos hacia Castropol, vine recitando un texto de Palacio Valdés, de cuando tocaba dictado: “Figuraos que camináis por un alta meseta de la costa, pintoresca y amena, como el resto del país...delante la gran mancha azul del océano, detrás las cimas lejanas de algunas montañas que en torno a la campiña forman oscuro y abrupto cordón”. ¡Cuántos recuerdos! Querido, Maestro, marcho por la vida con una referencia constante a tu educación y a tus enseñanzas!


C
omo también de pan vive el hombre, usted organizó cocina y comedor escolar. Llegaron unas mesas que no eran pupitres, manteles y servilletas de colores. Yo nunca había comido “a mantel puesto”. María, la sobrina de “mi tío”, se ponía el delantal y nos servía. No era menester animar demasiado. Yo, que, por no ponerme correaje, nunca he sido huésped del “Auxilio Social” recuerdo aquel menú de la Escuela de la República, tan sencillo como sabroso. Duró poco.

Llegó el 36. Usted, en una hábil maniobra de supervivencia, al comenzar un nuevo curso, se presentó en clase “camisa azul, bordada en rojo ayer”. ”En lo alto, las estrellas” y, como tantas veces, “España, a la intemperie”. “Donarturo” de correajes y uniformes ya conocía algo, después de tres años de servicio militar en los Lanceros de Farnesio, guarnición en Valladolid. También allí ejercía su vocación al frente de la Escuela Militar de Analfabetos.

H
ubo tristes días en la villa, no tan pacífica por lo visto. Varios de sus alumnos acabaron en un paredón de bochornoso amanecer. Estoy seguro que usted los lloró y por ellos rezó. De ello hemos hablado y lo hizo conmigo en aquella Misa del 29 de noviembre de 1959, cuando se reunió Castropol para acompañarle a recibir la Cruz de Alfonso X el Sabio. Don Arturo Lorido, de la Institución Libre de Enseñanza, era un cristiano. Mis últimos recuerdos son de mi Maestro en la parroquia, miembro de la Adoración Nocturna, tratando de usted -¡qué vergüenza me hacía pasar!- a Luisín, “el mimoso”, ahora cura de manteo, y, hasta, confesor de su Maestro, porque, al parecer, los curas y los maestros también somos pecadores. ¡Qué me voy a contar yo a mi mismo, don Arturo!
GRACIAS. QUERIDO MAESTRO.