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Castropol, Pueblo Ejemplar de Asturias

LA COLINA VIGILANTE

LA COLINA VIGILANTE

LA COLINA VIGILANTE

¿Qué cosas le dicen la muerte y el misterio a esta vieja torre patricia labrada por los nortes y el pesar de vivir? ¿Qué cosas le dicen tenebrosas en las vidrieras fulgentes, en el hueco de las campanas., en los brazos retorcidos de la veleta, que hasta mi ha disparado su arco de sombra envolviéndome en lo desconocido? Así como las efigies devotas muestran en la mano a modo de trofeo el castillo o ciudadela de su martirio, yo, en mi corazón, guardo esta torre encumbrada en la colina, flanqueada de casas apacibles, circundada de bosques... Y el mar está a sus pies como en una isla de muertos.

Desearía claramente decir el nombre de la villa que así ha orientado mis normas, que, a igual modo de ella, avanza y se encabritan por la vertiente con ánimo de saltar y luego se recogen ante las aguas oleosas de la ribera o se adormecen en la espesura; pero quédese aquí ignorado entre el de tantas otras villas españolas llenas de soledad y linaje y misterio.

Como ocupa lugar tan eminente entre las demás tierras sinuosas de la bahía, es la bien amada de los vientos, y sobre ella se concitan las nubes en sombría marcha, rodando por encima de la torre, aplastándola con la reja de sus torrentes o iniciándola en las cosas ultrasensibles. Y tal es la furia del choque, que los tristes pobladores de esta villa tremenda, en esta anchurosa bahía, en este recio principado andan solos y como encontrados unos con otros, y luego pasan a un período de abatimiento según disminuye la violencia del cielo.

Con todo lo cual hemos dado en decir que somos místicos a nuestro modo y aún más.

Ahora recuerdo los inviernos de mi adolescencia, pujantes y aborrascados; el agua cayendo sempiternamente en largos telares, borrando el contorno

de las cumbres, corriendo en seguida sobre el estatuario seco en gran mancha negra o estrellándose contra los vidrios, mientras en la calle el compás monocorde de las madreñas sube y baja con una canturria primitiva, con esa gra­cia particular de lo que no cambia en los siglos y en las civilizaciones, que es continuamente joven en el mundo.

Y más arriba, el viento en ráfagas desiguales sacude el toque de las cam­panas, de las humildes campanas gangosas y familiares que se conciertan con las de los otros pueblos en sonora bandada de pájaros errantes.

Al acercarse ya la noche entreteníamos el ocio con cuentos de aparecidos y de poderes ocultos. Subía el alma del pueblo en una aspiración unánime., desmelenada por el viento, hacia lo invisible, y en los tragaluces negruzcos golpeaban agoreramente las ramas del jardín.

Entonces era cuando de las ondas encantadas de la ría, de las aguas insondables de la ría reptaban las almas viscosas del mar por los ribazos tejidos de laureles por las grietas de la lluvia y de los años, hasta llegar a nosotros, hasta apoderarse de nuestra acongojada carne doliente, y sentíamos con ello un gran terror de emociones inexplicables.

Pudiera, entretanto, de la casa más próxima, donde habita un disparatado soñador, amigo de la luna y de los niños, oírse el acorde de un piano; no la melodía, que se ahogaba en el viento sino el acorde, las voces intermitentes. Y sabíamos con certeza que la música "no oída" era de Donizetti, de Bellini, la "Norma" o el "Barbero". ¿No os habéis detenido a pensar nunca que en estos pueblos tan colmados de espíritu la música preferida es siempre banal, inofensiva, como si se temiese ver en ella reflejado nuestro propio pensa­miento?

Entreabríamos sigilosamente un ventano, que todas las vidrieras tienen, por curiosear, y allá, en lo hondo de la calle, bajo un historiado escudo de piedra entonces se cerraba un portón.

Otras noches la luna salía en campos de nubes aborregadas, como rodelas después de un combate, a reflejarse en las charcas de la marisma. Aquel grito de ave asustada, aquella lumbre en el arenal, aquel aullido lejano... ¡Cuánta angustia irremediable, cuánta historia de muertos y de hechicerías evocaba en nosotros!

Mas la villa, aparentemente dormía. En tal tregua de silencio la locura volaba sobre los techos funerarios de pizarras, de compacto lapislázuli y en las frentes adoloridas posaba el morbo suave, la continua carcoma de los sueños irrealizados. En estas largas noches se desmenuzaba la voluntad.

Por eso, y por estar aislada y fuera del comercio humano, esta villa tenía, y aún tiene, la más compleja contextura moral. Es un camino de peregrinación en el tráfago moderno, un santuario místico del espíritu caballeresco, de la tradición de la sangre, del culto de los blasones, y también lo es del quietismo y del atraso. ¿Por que maravillarnos de que sus moradores parez­can de otra raza distinta que nos miren con ojos habituados a mirar en la sombra, que los gestos de sus manos tengan cansancio, como si hubiesen sos­tenido demasiado tiempo en alto la lámpara de la vida?

Todo allí tiene su significado. Las mismas artes rústicas han tomado una dulcedumbre y una plenitud conscientes: los abogados y los doctores, los hombres de la labranza y asimismo los hombres de mar, tienen el aire noble y recogido de los personajes de Memling en las suntuosas tablas flamencas, y, a su vez el decorado, las hortensias azules de los patio, las calles enguijarradas, los altos minaretes a modo de oración, completan esta atmósfera irreal en donde el extranjero frívolo o atareado no se atreve a descansar.

Y así tornamos a los boscajes, su aliento de pereza ha esparcido el gusto de las, discusiones, de las bellas figuras de estilo del tono mesurado porque nada abre tantas perspectivas de deleite como los planos luminosos de un árbol o el matiz de una flor.

Enigmática es la colina, más enigmático aún sus hombres. Sabios y necios, yo he pagado entre ellos mis primeras vendimias haciendo acopio espiritual y he visto en la gran noche los ojos alucinantes, inmóviles...; pero del agua y del viento y del rumor de frondas he esculpido lo mejor de mi alma, y en ella resuenan constantes como en una caracola resuena el mar.

(Publicado en la "Hoja Literaria" de "EL SOL", Madrid, el 9 de junio de 1918).

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