ESTRAFALARIA DIGRESION SOBRE RECUERDOS BRUMOSOS Esta fotografía, como tantas otras de este cuaderno, es muy sugerente para mi. En esta calle, en el número 3, me nacieron hace ochenta y cinco inviernos. Un poco más abajo, en donde están las niñas, había una casita, con dos estancias, la cocina y una habitación, en donde di los primeros pasos. Se acedía desde la acera de lajas graníticas por una escalera exterior de cuatro o cinco peldaños. Otros cuatro o cinco escalones, también exteriores, bajaban al corteyo del cocho. A un jardin ajeno daba una ventana en donde los Reyes habían posado una mariposa con alas de lata policromada. Tenía el metálico insecto un bastoncillo para impulsarlo y unas rueditas que la hacían aletear sin engalar. Posiblemente de ahí me vino alguna fugaz afición lepidóptera, distinta siempre del mariposeo al que nunca fui dado. De este marco son mis brumosos y primeros recuerdos. El cerdo para los pobres no era, por entonces, una fuente directa de vitaminas, calorías o colesterol. Era más bien una hucha de ahorro para pagar el alquiler o comprar bujías de esperma para no meterse en la cama a oscuras, que no es lo mismo que meterse en la cama el cura, como yo voy hacer, dentro de un instante, al finalizar estas notas. Se compraba lechoncillo y se vendía ya cebón con cuatro o cinco arrobas y pocas ganancias. Los banqueros del ahorro, muy pillos y algo cochinos, inventaron las alcancías en forma de cerdito con ranura en el solomillo. Las regalaban a los niños para ir acostumbrándolos a pasar por caja. El animalito reciclaba residuos de la cocina, que en mi casa no eran muchos. Había cocinas que, por número y calidad producían más y mejor caldada. A veces, si era muy deslavazada, se espesaba con un puñado de harina de maíz sin cribar o salvado a secas que comprábamos barato n`el molín d`Arribadia. Sería, digo yo, cuando urgía el engorde del gorrino para su venta o, acaso, en los días de fiesta porcina. Por ejemplo el día de San Antón. patrón de los animales que algunos se confunden con San Antonín bendito, patrono de enamorados Era frecuente sacar los cerdos a la calle o calellón, según cual, para que no se baldasen atrapados en el exiguo cubil. Por aquellas fechas, menos asépticas, en las calles también podrían pastar algún que otro hierbajo para equilibrar proteínas. La singular foto del marrano, ben mantido y cariñosamente cuidado por Antonio Benito, con la mirada cómplice de Catalina de Marcial, en la calle de mi infancia me trae estos recuerdos y sugerencias de apariencia estrafalaria, pero que, si se lee entrelineas, ilustran la realidad de mi pueblo, antaño y ogaño, y de muchos otros, Yo he visto piaras en calles africanas, americanas e indias. Del cerdo gusta todo, hasta los andares. ¡Tanto que pierden los moros!
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l.legaspi -
Esta fotografía, como tantas otras de este cuaderno, es muy sugerente para mi. En esta calle, en el número 3, me nacieron hace ochenta y cinco inviernos. Un poco más abajo, en donde están las niñas, había una casita, con dos estancias, la cocina y una habitación, en donde di los primeros pasos. Se acedía desde la acera de lajas graníticas por una escalera exterior de cuatro o cinco peldaños. Otros cuatro o cinco escalones, también exteriores, bajaban al corteyo del cocho.
A un jardin ajeno daba una ventana en donde los Reyes habían posado una mariposa con alas de lata policromada. Tenía el metálico insecto un bastoncillo para impulsarlo y unas rueditas que la hacían aletear sin engalar. Posiblemente de ahí me vino alguna fugaz afición lepidóptera, distinta siempre del mariposeo al que nunca fui dado. De este marco son mis brumosos y primeros recuerdos.
El cerdo para los pobres no era, por entonces, una fuente directa de vitaminas, calorías o colesterol. Era más bien una hucha de ahorro para pagar el alquiler o comprar bujías de esperma para no meterse en la cama a oscuras, que no es lo mismo que meterse en la cama el cura, como yo voy hacer, dentro de un instante, al finalizar estas notas.
Se compraba lechoncillo y se vendía ya cebón con cuatro o cinco arrobas y pocas ganancias. Los banqueros del ahorro, muy pillos y algo cochinos, inventaron las alcancías en forma de cerdito con ranura en el solomillo. Las regalaban a los niños para ir acostumbrándolos a pasar por caja.
El animalito reciclaba residuos de la cocina, que en mi casa no eran muchos. Había cocinas que, por número y calidad producían más y mejor caldada. A veces, si era muy deslavazada, se espesaba con un puñado de harina de maíz sin cribar o salvado a secas que comprábamos barato n`el molín d`Arribadia. Sería, digo yo, cuando urgía el engorde del gorrino para su venta o, acaso, en los días de fiesta porcina. Por ejemplo el día de San Antón. patrón de los animales que algunos se confunden con San Antonín bendito, patrono de enamorados
Era frecuente sacar los cerdos a la calle o calellón, según cual, para que no se baldasen atrapados en el exiguo cubil. Por aquellas fechas, menos asépticas, en las calles también podrían pastar algún que otro hierbajo para equilibrar proteínas.
La singular foto del marrano, ben mantido y cariñosamente cuidado por Antonio Benito, con la mirada cómplice de Catalina de Marcial, en la calle de mi infancia me trae estos recuerdos y sugerencias de apariencia estrafalaria, pero que, si se lee entrelineas, ilustran la realidad de mi pueblo, antaño y ogaño, y de muchos otros, Yo he visto piaras en calles africanas, americanas e indias.
Del cerdo gusta todo, hasta los andares. ¡Tanto que pierden los moros!