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Castropol, Pueblo Ejemplar de Asturias

Carta a Rosi


17 de Julio del 2009 - Ángeles Loza Pérez (Tapia de Casariego)

Un 20 de junio, justo el día de la comida de cazadores, una llamada telefónica llena de tristeza mi corazón. Era de Mari Carmen Quintana, que entre sollozos me dice que Rosi ha muerto

-¿Qué Rosi? -le pregunto- ¿Nuestra Rosi?

Y era verdad, era nuestra Rosi. Ella siempre estaba allí, porque era voluntaria de Fundación Edes desde hace varios años y desarrollaba su labor dentro del colegio Edes, en el taller de huerta ayudando a Antón. Pero Rosi era mucho más; era la que organizaba y movía a todos para hacer manualidades, manualidades que luego se vendían en las ferias de la zona para así recaudar fondos que ayudaban a sufragar los gastos del campamento de verano de los chavales. Nos ayudaba de muchas maneras: aportando ideas y pasando muchas horas haciendo los disfraces de Carnaval: trabajando en el vestuario del Grupo de Teatro del cole, diseñando y confeccionando los trajes y el día del estreno planchándolos y ayudando a vestir, estando presente en las salidas que hacíamos durante los meses de mayo y junio, siempre al lado de su querido Iván, dándole a escondidas trozos de pan con los que arrancarle un chucho y una sonrisa o colaborando en todas las fiestas que hacíamos a lo largo del curso (cena-baile, Navidad, fin de curso, comida de cazadores...). Ante cualquier duda siempre exclamábamos:

-Hay que llamar a Rosi- y Rosi siempre estaba allí, a la sombra, sin que se notase físicamente su presencia, ayudando y sin pedirnos nada a cambio. La última vez que hablamos ella y yo, estaba ya en el hospital y recuerdo que me dijo:

-En septiembre quiero un tazón nuevo de café, ¡eh!, porque el año pasado no me regalaste uno nuevo. ¡Ah! y no des mi plaza a nadie. ¡Espérame!

Y hoy, espero y espero, y cuando llegue septiembre seguiré esperando por alguien que no va a llegar. Pero en mi corazón y en mis recuerdos siempre estará presente, lo mismo que en el corazón de todos los que formamos Fundación Edes.

-Querida Rosi, gracias por todo, por estar siempre ahí cuando te necesitábamos, por tu labor callada, por ayudarnos tanto y en tantos momentos, por ser tan especial en un lugar especial. Aquí, en el Cabiyón, siempre tendrás tu tazón de café preparado porque para nosotros nunca te has ido.

 

La Nueva España 17/07/2009

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