¿Samaritanos o fariseos?
¿Samaritanos o fariseos?
Un estudio que parece lógico sobre las dichosas mascarillas quirúrgicas nos razona que una familia media cumpliendo la normativa consume unas 25 mascarillas al día. Extrapolado al mes, esa protección asciende a unos 300, importe que no está al alcance de todos los bolsillos, para estos fines. Sabido es que si se repite su uso y no se cambian cuando se debe, pueden perder su efectividad en detrimento de la salud de todos. Pero claro, a más usos repetidos más ahorro, más incumplimiento de la ley y más peligro.
No hace falta ser un Serlock Holmes para observar a los sufridos usuarios cuando vas por la calle. Puedes ver a menudo a los que llevan la nariz al descubierto para captar, cual submarino, aire no viciado. A otros que cuelgan la protección de la oreja para hablar por teléfono según caminan. Al que la retira para fumar, lanzando su humo. Al despistado, como yo, que va sin ella algunas veces. Si tu agudeza visual no te falla puedes captar aquellas que, aun naciendo blancas, van ya camino de lo negro. Sobadas por su parte central y por las ataduras, lugares estos más manoseados por ser punto de agarre para ponerlas y quitarlas y no, precisamente, para colocarlas en su sitio. Con demasiada frecuencia te encuentras esas obligadas protecciones tiradas por aceras, jardines, papeleras..., en vez de meterlas en una bolsa que debes arrojar a la basura. La mala gestión de estos residuos se ha convertido en un nuevo hábito contaminante para nuestro planeta, que añadido a los que ya teníamos pone serio al más alegre. Si supuestamente ya hemos aprendido a lavarnos las manos, a aplicarnos un gel desinfectante y a mantener la distancia social, el reciclaje debería ser también uno de nuestros buenos hábitos a tener en cuenta para no morirnos en medio de nuestras propias deyecciones.
Hace unos días con motivo de un funeral de un ser muy querido, en medio del sufrimiento por su falta, no podía menos de observar que, primero en el tanatorio y después en el funeral, saltaban a la vista unas prácticas innecesarias a todas luces: acercamientos, abrazos, aglomeraciones, corrillos con los intervinientes pegados. En fin, todo un desacato. ¿Cómo es posible tal grado de incumplimiento si la normativa en vigor dice que fuera de esos lugares no puede haber más de veinticinco personas y dentro solo quince?
Personalmente no me gusta criticar a los gobernantes de turno legalmente elegidos mediante sufragios o derechos. Tanto como si pertenecen a la nación, a la comunidad autónoma, al Consistorio, a la Iglesia o incluso a la propia comunidad de vecinos. Sabemos que esos entes gozan de innumerables consejeros que se supone saben lo que hacen, aconsejando aplicar lo mejor a los que mandan. Pero lo que sí noto es la ausencia de autoridad y normativa justa para aplicar a todos por igual. Parece que la ley no es igual para todos, ya que si están cerrados bares, restaurantes y pequeñas tiendas de autónomos en las que entran diez o veinte personas a diario con control y mínimos peligros, ¿por qué siguen libremente abiertas al público algunas grandes superficies dedicadas a la decoración y el amueblado, peluquerías, manicuras, tanatorios, templos, parroquias y mezquitas? Claro que a lo mejor es por mantener las apariencias las primeras, y las otras por estar cerca la mano de Dios que nos protege aunque no tomemos las precauciones debidas. ¿Lo saben ustedes? Yo solo sé que a partir de ahora, mientras no amaine, rezaré en casa tomándome un vino, esperando surta los mismos efectos y sin incordiar a nadie.
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