Fallecimiento de Juan Cordero.
Aunque no acostumbramos a publicar ningún tipo de nota necrológica, salvo en ocasiones excepcionales, a falta de otro documento relativo a Juan Cordero, publicamos este recordatorio de su fallecimiento, por tratarse de un sacerdote del que todos los que lo conocieron, guardan un grato recuerdo y dicen que fué un gran cura y una gran persona.
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Ovidio -
legaspi -
Juan Cordero Díaz fue un párroco significativo en la historia de Castropol. Había nacido en Piñeres, Aller, en el último cuarto del XIX. Ordenado sacerdote en 1902, ejerció su ministerio en Arcallana, Cabañaquinta, Piñeres, Cancienes, Cabañaquinta y, desde 1911 hasta su fallecimiento, 1924, en Castropol.
Castropol era, y es, una Parroquia de Término. En el argot, importante, para vivir y morir a gusto. El Cura de Castropol llegó a ser un naipe importante en el mus, algo así como la sota o el caballo en el tute. Quizá, más. Pero Juan tenía categoría. Alguien llegó a decir, así lo he oído, sacrificamos a un cordero para Castropol. No estoy de acuerdo el que sea un sacrificio excesivo ser cura de Castropol, aunque cada vez lo discuto menos. Vamos de bogavante a cangrejo.
El primer párroco bien pudiera ser Ruy Martínez, nombrado Arcediano de Ribadeo, 1298, por el obispo Fernando Alvarez El Arcediano de Ribadeo era el vicario episcopal en las tierras comprendidas inter flumina Ove et Navia.
Don Ramón Platero en un estudio, mucho más serio que estas notas mías, publicado en Studium Ovetense, 1999 sobre párrocos y otros clérigos en Castropol cita como primero a Gonzalo García en 1385, reseñado en el libro Becerro de la Sancta Oventesis.
Después hay un largo silencio de datos hasta que Platero, topando ya con libros parroquiales, nos da la relación exhaustiva de nuestra clerecía hasta la memoria feliz de Parente Villamil. En el elenco aparece otro Cordero, Vicente Cordero de Nebares, acaso de la familia Estrada y Cordero de Nevares, señores de las Arriondas, concejo de Parres,
Centremos nuestro foco en el Cordero allerano. Este no realizó obras significativas en el templo, aunque continuó y pagó varias de las emprendidas por sus antecesores, don Aquilino y don Balbino, ambos de patronímico Fernández.
Parece que la huella de don Juan fue más bien pastoral y cultural. En su tiempo se establecieron en la villa las religiosas del Santo Angel que desde 1922 a 1941 regentaron el colegio de la fundación hecha por María Valledor Tolosa para la educación de niñas pobres. Esta condición no se cumplió con rigor, sino que predominaron niñas acomodadas. Las menos favorecidas iban a la escuela pública regentada, según mi memoria, por doña Generosa Prieto ubicada en los bajos de la actual casa de Beatriz Ménéndez. La presencia, empero, de las religiosas tuvo indudable repercusión en la vida social del pueblo.
Es más que probable que la pertenencia de Ramona Cordero a las Hermanas del Angel de la Guarda, sobrina del cura pudiera tener algo algo que ver con su presencia en Castropol. Presidía una de las aulas del centro una buena fotografía de don Juan. A lo mejor este recuerdo anda olvidado en cualquier desván del caminante hacia la ruina palacio de Valledor.
Tuvo este sacerdote un especial contacto con la juventud. Creó en torno a si una singular academia para estudiantes. Recuerdo escuchar a magistrados y abogados, maestros y médicos, menestrales y administrativos testimonios de gratitud y admiración por enseñazas y orientaciones para su vida que habían recibido del señor cura. Me gustaría verificar una intuición o pálpito que me ronda: la fundación de Biblioteca Popular Circulante encontró buen caldo de cultivo, sino aliento, en la cercanía del párroco.
Sin embargo la gran linea pastoral de don Juan Cordero han sido las obras de misericordia. Yo, nacido en el año de su muerte, he crecido con los ecos de sus ayudas a los pobres. Su ama o tridentina la señora María, de Cabañaquinta, contaba la austeridad de vida y apuros por los que pasaba en su intendencia no tanto por la escasez recursos, sino por los bolsillos y manos rotas del cura siempre abiertas hacia los pobres que en la época eran más abundantes y necesitados.
Este reconocimiento y recuerdo se manifestó en su entierro, acontecimiento singular, y se prolongó durante muchos años. Recuerdo que hasta mediado el pasado siglo en la visita de responsos al camposanto la procesión terminaba en el nicho del último párroco en el que hay una lápida con un bonete, una estola y la inscripción Juan Codero Díaz 31 de octubre 1924, allí rezábamos todos requiem aeternam para el último párroco.