Blogia
Castropol, Pueblo Ejemplar de Asturias

Silvallana 1932.

Silvallana 1932.

Rogelio de Lamparero, Maruja de Baldomera, Paca de Lamparero, Rapelón, Elvira de Huerta, mozo de Ribadeo y Luisa de Huerta. Las niñas Paquita y Pía de Rapelón.

3 comentarios

Victor Galán -

Por cierto, "rapelon" es Marcelino Vazquez Bolaños, aunque siempre sale por su apodo del pueblo.

Victor Galán -

Yo soy el viznieto de Paca de Lamparero, nieto de Paquita de Rapelón y he visto esta foto miles de veces. Gracias por hacer esta página para que no se pierda la memoria de los que fueron antes de nosotros. Aqui he podido ver a tods aquellos que mis mayores me han contado.

legaspi -

MIS PEQUEÑAS EVOCACIONES

Me alegra que la familia “Rapelón-Lamparero” vaya exhumando de su álbum estos pequeños recuerdos que aquí aparecen frecuentemente. En ocasiones podrá dar la sensación que son cosas o figuras demasiado baladíes o excesivamente personalistas. Nada de eso. Un pueblo es un pequeño tapiz. Somos hilos tenues, de distinto color. En nuestra individualidad, acaso, prescindibles. Pero juntos, entrecruzando saludos, recuerdos y problemas, somos la urdimbre del pueblo.
El reverso del tapiz no tiene interés y, a veces, hasta es desagradable, pero el anverso cuenta nuestra historia pequeña, entrañable, familiar, pero historia. La historia no es un centón de recuerdos enmohecidos, sino plataforma de ilusión y vida. Siempre nos invita a superarla y, en ocasiones, a no repetirla.

Esta serie de fotografías a las que ahora aludo nos muestran dos familias, la de Huerta y Lamparero, vecinas de puerta en la calle Nueva y “sin embargo” amigas fraternales. A veces no ocurre, pero hay que tender a ello.

Yo ahora quiero hacer un zoom en el documento. A la izquierda, Rogelio y Maruja. Novios o recién casados. De cualquier modo en la foto parecen “encandilados”. Rogelio era escribiente de la notaría. Maruja vivía con su madre Josefa, “La Baldomera” y una hermana Elisa, esposa de un oficial de la Guardia Civil. Las tres eran “reales mozas”. Yo tengo un especial recuerdo de Maruja. A mis dos añitos - me han contado- ella me cuidaba cariñosamente, cuando mi madre tenía que ganar el jornal. Por el verano, ella misma me llevaba al Penedón para zambullirme. Parece ser que no me disgustaba. He aprendido a “sumurgullar” y “emergullar” Lo incorporé al “adéene”. Mucho he nadado y no he perdido la ropa.

A los catorce años, nadando calmosamente, tesón por medio, hasta Mirasol en la otra ribera, Antonio Montero, me contó su vida en el Seminario. No fue definitivo, pero se animó la cosa. “El que no se arriesga no pasa la mar”, me dije y aquí estoy.
Pero, bueno, yo no escribo ahora “para hablar de mi libro”. Umbral dixit. Estoy comentando las figuras de Maruja, y Rogelio. El era “escribiente” de la notaría y/o del registro de la propiedad. Por aquí comenzó su ruina. En el triste treinta y seis también a Castropol villa del “silencio sonoro y del rumor de los vientos amorosos”, llegó estruendo de vendaval cainita. Fueron pocos, pero fueron días de descontrol y locura.

Para oponerse al desembarco del ejercito sublevado que había ocupado la margen izquierda del Eo algunos milicianos llegaron de las cuencas mineras y armados con escopetas y algún mosquetón patrullaban la ribera por la derecha. Pero no sólo había que ganar la guerra, lo prioritario era hacer la revolución. Para un cierto estilo revolucionario un obstáculo era el registro de la propiedad. Si no hay papeles, las palabras, al parecer, las lleva el viento. Quemar los legajos notariales y del registro pareció a los milicianos un atajo, hacia la “dictadura del proletariado”.

Rogelio, que estaba cerca se vio invitado, a cooperar en el traslado de los archivos y con ellos formar una pira en la calle. Durante muchos años quedó ennegrecido el muro del Espolón. Más negra quedó la juventud de Maruja, porque pocos días después, “liberado” Castropol a Rogelio, su esposo, los de “El Cangrejo” lo llevaron de paseo hasta una cuneta desconocida.

Hubieron de pasar años, más de una década y alguna triquiñuela burocrática hasta que Maruja fuere oficialmente viuda. Por supuesto nunca cobró pensión de viudedad y hubo de buscar la vida con sencillos oficios caseros. También en esta faceta yo le debo reconocimiento. En mi pequeño baúl del Seminario, alguna pieza del ajuar estaba cosida, recosida o marcada por las manos de Maruja la Baldomera.