BREVES BROCHAZOS DE LA VIDA DE MI TIERRA Mis recuerdos hechos coplas de ciego, que se me ocurrieron en un momento de nostalgia. Pía Soto, de Doña OFelia
LA SIESTA
Son ya las tres de la tarde, en tarde de primavera; la casa medio en penumbra en el silencio de siesta, compuesto de ruidos sordos de la villa que está quieta.
Un pregón se oye de lejos que de calle en calle rueda, cruza plazas solitarias, zizaguea en las callejas, llega a lo más apartado en la voz fuerte y serena de su canto de trabajo de una mujer de Figueras. Es vivaz y cantarín, él solo la calle alegra.
-¡Vamos, al pescado vivo! Ày, que vivo, que lo traigo! ¿Qués pescado, Micaela? Son maragotas, Sofía. y tamén traigo fanecas. Ay, Mercedes, vein bulindo, queren saltarme d`a cesta!
Y un poquito más allá:
-¿Quer obispos, doña Ofelia? Veinye muy vivos, muy vivos, coloraos como cereixas. ¡A las maragotas vivas, ay que vivas y que fresacas!
Sigue la calle del Medio gritando a todas sus fuerzas:
-¡Ay que vivo, que vivo, trae el pescado a Cesteira.! Rosía, ¿nun qués escachos? Haiye panchos, doña Aurelia.
Rosía sale a la puerta a enterarse de la oferta; mira y remira el pescado que está coleando en la cesta. Le mira el ojo, la agalla y, aunque se mueve la pesca,
-¿Taranche frescos, Cesteira.?
-¡Ay, muyer, dancheye al rabo como si n´el mar tuveran!
Una voz se oye que sale de una ventana entreabierta:
-¿Levas julias y badeixas? ¿A cómo las das, Cesteira?
-Muy baratas. Ven, Claría, que che hay pescado de primera.
Y ahí empieza el pugilato del ajuste, perra a perra La una baja una chica jurando que le da pérdida; la otra sube otra grande y aún no cesa la pelea. Este terco pugilato se pierde en la somnolencia del letargo de la tarde, de las horas de la siesta. Se escurre por las ventanas y semicerradas puertras en murmullo, a veces, tenue y a veces parece gresca en donde la voz cantante la lleva la de Figueras. Penetra en los soportales, sube por las escaleras y llega al pie de la cama el pregón de la Cesteira. Es como el canto del gallo que despierta de la siesta.
Después... la mujer reanuda su ya dicha cantinela:
- ¡A, las maragotas vivas! ¡ay que vivas, que vivas! ¿Quen quer cabras y badeixas, julias y gregos, y obispos, salomonetes y fanecas?
El canto sigue rodando por las calle y callejas:
-¡A las maragotas vivas! ¡Ay qué vivas y qué frescas!
La mujer sigue ofreciendo maragotas y badeixas. El pregón se va alejando se extiende rueda que rueda, y el eco se pierde lánguido por la Caleya d`as Leiras.
1 comentario
l. legaspi, copista -
Mis recuerdos hechos coplas de ciego,
que se me ocurrieron en un momento de nostalgia.
Pía Soto, de Doña OFelia
LA SIESTA
Son ya las tres de la tarde,
en tarde de primavera;
la casa medio en penumbra
en el silencio de siesta,
compuesto de ruidos sordos
de la villa que está quieta.
Un pregón se oye de lejos
que de calle en calle rueda,
cruza plazas solitarias,
zizaguea en las callejas,
llega a lo más apartado
en la voz fuerte y serena
de su canto de trabajo
de una mujer de Figueras.
Es vivaz y cantarín,
él solo la calle alegra.
-¡Vamos, al pescado vivo!
Ày, que vivo, que lo traigo!
¿Qués pescado, Micaela?
Son maragotas, Sofía.
y tamén traigo fanecas.
Ay, Mercedes, vein bulindo,
queren saltarme d`a cesta!
Y un poquito más allá:
-¿Quer obispos, doña Ofelia?
Veinye muy vivos, muy vivos,
coloraos como cereixas.
¡A las maragotas vivas,
ay que vivas y que fresacas!
Sigue la calle del Medio
gritando a todas sus fuerzas:
-¡Ay que vivo, que vivo,
trae el pescado a Cesteira.!
Rosía, ¿nun qués escachos?
Haiye panchos, doña Aurelia.
Rosía sale a la puerta
a enterarse de la oferta;
mira y remira el pescado
que está coleando en la cesta.
Le mira el ojo, la agalla
y, aunque se mueve la pesca,
-¿Taranche frescos,
Cesteira.?
-¡Ay, muyer, dancheye al rabo
como si n´el mar tuveran!
Una voz se oye que sale
de una ventana entreabierta:
-¿Levas julias y badeixas?
¿A cómo las das, Cesteira?
-Muy baratas. Ven, Claría,
que che hay pescado de primera.
Y ahí empieza el pugilato
del ajuste, perra a perra
La una baja una chica
jurando que le da pérdida;
la otra sube otra grande
y aún no cesa la pelea.
Este terco pugilato
se pierde en la somnolencia
del letargo de la tarde,
de las horas de la siesta.
Se escurre por las ventanas
y semicerradas puertras
en murmullo, a veces, tenue
y a veces parece gresca
en donde la voz cantante
la lleva la de Figueras.
Penetra en los soportales,
sube por las escaleras
y llega al pie de la cama
el pregón de la Cesteira.
Es como el canto del gallo
que despierta de la siesta.
Después... la mujer reanuda
su ya dicha cantinela:
- ¡A, las maragotas vivas!
¡ay que vivas, que vivas!
¿Quen quer cabras y badeixas,
julias y gregos, y obispos,
salomonetes y fanecas?
El canto sigue rodando
por las calle y callejas:
-¡A las maragotas vivas!
¡Ay qué vivas y qué frescas!
La mujer sigue ofreciendo
maragotas y badeixas.
El pregón se va alejando
se extiende rueda que rueda,
y el eco se pierde lánguido
por la Caleya d`as Leiras.
Pía Soto,
de Doña Ofelia