“Al final de nuestra triste y larga decadencia, aún conservamos los españoles algunas de las cualidades que hicieron de nosotros, en otro tiempo, un gran pueblo. Para volver a serlo hoy, de las muchas que nos faltan, pocas nos son tan necesarias como la cultura”. Así comienza el manifiesto “Por nuestra cultura”, publicado el 20 de octubre de 1921 en el desaparecido periódico decenal “Castropol” y que constituye el acta fundacional de la Biblioteca Popular Circulante de Castropol (BPCC), un proyecto muy novedoso que recibió alabanzas en foros culturales de dentro y fuera del país. La actual Menéndez Pelayo (cambió de nombre en 1945) no quiere que la efeméride pase desapercibida y prepara un amplio programa de actividades para celebrar sus cien años de historia.
Un grupo de jóvenes del concejo, liderados por Vicente Loriente Cancio, decidieron poner en marcha la biblioteca con el objetivo de acercar la cultura al pueblo y acabar con el analfabetismo y la “carencia absoluta de curiosidad intelectual” que apreciaban en la ciudadanía. “Surge en nosotros la iniciativa de crear una Biblioteca Popular Circulante –lo único realizable, por hoy, en nuestro pueblo- con el fin de fomentar la propagación de la cultura. Esta Biblioteca pondrá al alcance de todos, aquellos libros que, encerrando un concepto elevado del pensamiento, ayuden a conocer mejor la vida y depuren algo la sensibilidad”, añaden en el texto fundacional. Aquel grupo de universitarios era muy consciente de que tocaba tomar las riendas, ante la lenta capacidad de reacción del Estado y apelaban a la conciencia ciudadana. Así se desprende del último párrafo del documento: “Esperamos, pues, que a esta iniciativa que incidentalmente parte de unos cuantos, corresponda el pueblo con la mayor hidalguía”.
Cuenta la bibliotecaria desde 1990, Manuela Busto, que la BPCC fue un proyecto “innovador” que caló hondo en el concejo y supo llegar a la gente: “En el décimo aniversario se publica en el periódico ‘El Aldeano’ un especial sobre la biblioteca y se dan datos increíbles de lo que se estaba leyendo. El propio director de la Biblioteca Nacional, Miguel Artigas, les envía un texto reconociendo su labor. Hicieron un trabajo altruista por la cultura y por su pueblo”. Fueron muchas las personalidades, como la reconocida bibliotecaria María Moliner, que mostraron su admiración por aquel proyecto modesto, pero de gran calado, que se desarrolló en Castropol hasta 1936. En este sentido, el profesor Bartolomé Cossío, promotor de las Misiones Pedagógicas con las que el Gobierno de la Segunda República quiso mejorar del nivel educativo español, llegó a decir: “Quisiera mil Castropoles en España”.
Aunque el manifiesto fundacional es de finales de 1921, el centro no abrió sus puertas hasta marzo del año siguiente en un local cedido dentro del Consistorio. Lo hizo con un fondo de 129 volúmenes. Una de sus peculiaridades y un rasgo distintivo fue su organización en sucursales. Se crearon catorce, por diferentes puntos del concejo y también de los municipios vecinos de Tapia y Vegadeo. En su libro “El teatro aldeano da Biblioteca Popular Circulante de Castropol”, el investigador tapiego Xosé Miguel Suárez, indica que esta red de sucursales fue pionera en España y se eligieron enclaves variados, como escuelas, tiendas o locales de asociaciones. Además de esta obra, es fundamental para conocer la historia de este centro lector recurrir a los trabajos publicados por el escritor e investigador Xabier Fernández Coronado.
La BPCC estuvo activa hasta 1936 y se organizaron decenas de actividades, desde sesiones de lectura a obras de teatro o proyecciones cinematográficas. Los promotores tuvieron además muy presente el gallego-asturiano, conscientes de que era un buen vehículo para lograr una comunicación más efectiva con los vecinos. Era, por ejemplo, la lengua usada en los carteles de promoción de la biblioteca que se colocaron por el concejo. En uno de los más populares se ve a un labrador que va leyendo subido a lomos de otro que simula un animal y reza: “El burro debaxo. ¡Leed!”.
Cuenta Manuela Busto que aquella biblioteca se caracterizó por trabajar “con un criterio muy innovador, pero, también, realista”. Precisamente, esa fusión entre tradición e innovación es, a su juicio, uno de los rasgos que se mantienen hoy en la Menéndez Pelayo, su digna heredera. “Hay que saber dónde estás, qué tienes al alcance y actuar proponiendo ideas innovadoras, sin olvidar ni el pasado ni el presente”, añade esta profesional.
La Menéndez Pelayo, que cuenta hoy con un fondo de 27.000 volúmenes, también se ha desarrollado, señala Busto, con esa conciencia de que el concejo y los habitantes crecen con la cultura: “Algo que noto es que hay mucha querencia por la biblioteca, la gente la tiene como algo muy propio y es que estuvo cien años proponiendo cosas, siempre en el candelero”.
Consciente de ese amor que el municipio tiene por su biblioteca se ha creado una comisión, integrada por representantes de entidades culturales y sociales y usuarios, para abordar un programa ambicioso con vistas al centenario. Aunque aún no quieren desvelarlo, habrá actos desde octubre de este año a marzo del que viene. “Un centenario de una biblioteca en un concejo rural es casi un milagro. Es algo que hay que celebrar y más en esta época en la que hay que demostrar que la cultura sobrevive y es más segura que nunca”, añade Busto.
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Andrés López-Cotarelo -