Blogia
Castropol, Pueblo Ejemplar de Asturias

Pequeños consumidores en prácticas

22 de Octubre del 2025 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

Ya no hace falta cumplir los 18 para estrenar deuda. La vorágine consumista empieza antes que el acné. Niños con móviles de mil euros, patinetes eléctricos que parecen motos y consolas que cuestan un riñón... más los juegos, claro, porque el cacharro por sí solo no come, hay que alimentarlo.

Los padres y, sobre todo, los abuelos, resignados, dicen: "Que no sean menos que los demás". Y así, para que el chaval no sufra un trauma en el recreo, pueden llegar a gastar más de lo que ganan. El pequeño ni estudia economía ni falta que hace, ya sabe lo que es vivir a crédito.

Después viene la juventud, y con ella, la tarjeta de consumo. Todo se paga en cómodos plazos, menos la tranquilidad. Créditos para el móvil, para la bici, para el chándal de marca y, probablemente, si los dejaran, para el aire que respiran. El verbo "ahorrar" se ha quedado fuera del diccionario, sustituido por "financiar". Todo gracias a la incitación al consumo permanente: un país que no consume no alimenta la rueda de la producción o, lo que es parecido, al movimiento continuo de la economía doméstica.

No estoy criticando a nadie, solo me acuerdo de mi actuación con mi nieto de 7 años la semana pasada. Pasamos los dos de la mano por delante de un escaparate lleno de juguetes y me dijo: "Abu, entramos a ver". Me faltó tiempo, allá fuimos. Ya dentro caminamos paralelo a las estanterías donde la tentación en forma de juguete iba subiendo sus precios. Como quiera que yo tiraba para abajo y él para arriba, el chaval acabó cabreándose y amenazándome con irse a la calle. Lo convencí comprándole un deportivo eléctrico que costaba 23 euracos de nada. Fuimos hacia la caja, él resignado y yo feliz por lograr mis sanos propósitos. Delante de nosotros iba un paisano de mi edad, sonriente, con un cacho camión en brazos (inmediatamente pensé que sería para su nieto). Tiró de tarjeta y pagó 203 pavos por el juguetito. Pensé de repente que mi querido nieto no podía ser menos. Y, sin saber por qué, di media vuelta con el guaje de la mano y le dije: "Devuelve el coche a la estantería y compra lo que quieras". Después de pagar 223 a la chica de la caja por un bólido igual que el de Fernando Alonso, salimos a la calle sonrientes de la mano mi nieto y yo. Miserias fuera.

Y, mientras tanto, nosotros, orgullosos de tanta modernidad, seguimos avanzando. Eso sí, directos al precipicio del consumo, donde no hace falta empujón ya que nos tiramos solos, sonrientes, con el paracaid..., perdón, quería decir con el recibo en la mano.

0 comentarios