Castropol y Jovellanos.
Corría el año de 1797 cuando Carlos IV, tras no pocas vacilaciones, cosa, por otra parte, corriente en él, decide, inducido al parecer por Francisco Cabarrús, nombrar, con fecha del 23 de noviembre, Secretario (Ministro) de Gracia y Justicia a Gaspar Melchor de Jovellanos (Gijón, 1744-Puerto de Vega,1811).
En aquellos años, el acerca miento a Francia lleva a España a firmar con aquel país, en 1796, el tratado de San Ildefonso, que sólo nos traerá problemas con Inglaterra.
Así, al año siguiente, mientras Mazarredo y Alcalá Galiano defienden con éxito Cádiz contra la escuadra de Napoleón, José de Córdova es derrotado, inexplicablemente, por Jervis en aguas del Cabo de San Vicente.
A aquellas alturas del siglo, Jovellanos ya había desarrollado una importante labor política e intelectual de carácter reformador, tanto en Asturias como en el resto de España, aunque dentro de los moderados parámetros de nuestra Ilustración. Cabarrús, francés naturalizado español, creador del Banco de San Carlos (luego Banco de España), genio financiero y, éste sí, radical partidario de la Ilustración, promueve a Jovellanos a una Secretaría, entre otras cosas, en agradecimiento de antiguos favores. Jovellanos había tratado de impedir el ingreso de Cabarrús en prisión, víctima de una intriga palaciega; a este fin, acudió a los buenos oficios de Campomanes, pero éste no quiso hacer nada en favor del francés.
Nunca había estado Jovellanos, ni lo estará nunca, en el círculo más estrecho del poder. Pero estuvo a la altura de las circunstancias cuando, tiempo después de ser liberado por Fernando VII de su prisión mallorquina, rechaza, al contrario de lo que decidió su amigo Cabarrús; un Ministerio (el de Interior, en este caso) que le había ofrecido José Bonaparte.
Poco tiempo se mantuvo Jovellanos al frente de la Secretaría de Gracia y Justicia, pues, fruto de una nueva intriga de la camarilla de la Reina, cesa el 16 de agosto de 1798, siendo sustituido por José Antonio Caballero.
El Ayuntamiento de Castropol, recogiendo la corriente de simpatía suscitada entre la mayoría de los habitantes de la villa por el nombramiento de Jovellanos para la Secretaría de Gracia y Justicia, quiso festejar adecuadamente el acontecimiento.
En primer lugar, se acuerda fijar para el 6 de enero del año siguiente la fecha de la celebración de los festejos, haciéndola coincidir con el día de los Reyes Magos, onomástica, por partida doble, de Jovellanos. Luego, comisiona para organizar los actos al alcalde mayor, Diego de Cancio Donlebún, y al personero del común (procurador del conjunto de los habitantes del municipio) y subdelegado de Marina, Lucas Rodríguez.
Y, así, a las 12 h. del5 de enero, la villa vibra al repique de las campanas de la iglesia y de la capilla de San Roque, al que pronto se suman tambores, gaitas, las salvas de las baterías de tierra y de los cañones de los buques fondeados en la Ría, salvas del destacamento del Regimiento Asturias, acantonado en Castropol... para más tarde efectuar todos juntos un pasacalles, acompañando a los gigantes y cabezudos.
A la puesta de sol y tras el toque de oración, vuelven a repicar las campanas, se encienden fuegos artificiales, estallan las salvas de artillería y de las tropas, recorren la villa los pasacaIles...
Se inaugura también la iluminación, para el caso, ¡nada menos que 300 puntos de luz!, que adorna la fachada del palacio de los marqueses de Santa Cruz de Marcenado, en aquel entonces
Juan Antonio Navia Osorio y amaña, casado con Ana María de Contreras Vargas y Muñoz, condesa de Alcudia.
A las nueve de la noche vuelve a encenderse un castillo de fuegos artificiales, se celebra un concurso de danzas del país y suenan los violines, flautas y otros instrumentos (¡cuántos músicos había en aquella fecha en Castropol!), y se queman dos vítores dedicados a Jovellanos, uno costeado por el Concejo y otro por los marqueses de Santa Cruz.
Al amanecer del día 6, nuevo repique de campanas, pasacalIes, música y gigantes y cabezudos.
Minutos antes de las diez, las autoridades civiles y militares, que previamente se habían concentro en el Salón de Plenos del Ayuntamiento, se trasladan, en procesión cívica, a la iglesia parroquial. En el templo se reza un solemne Té Deum y una misa, oficiados por el párroco Benito Sierra y Pambley. José María Valledor y Presno, cura de San Andrés de Serantes, dirige los cantos.
Finalizada la ceremonia religiosa, tiene lugar, en aguas de la Ría, un simulacro de combate naval, en el que participan los numerosos buques que allí se encontraban fondeados.
A este fin, los buques se agrupan en dos divisiones, una española y otra inglesa, que evolucionan entre Castropol, Ribadeo y Figueras, cañoneándose "fieramente" con salvas (recordemos que en aquella época los buques mercantes también portaban algunas piezas de artillería).
La expectación despertada entre los habitantes de la Ría, que abarrotaban la costa, fue apoteósica, como es de suponer.
Ni qué decir tiene, el combate naval fue ganado por la escuadra española.
Las autoridades contemplaron la batalla desde el Campo del Tablado (pensemos que la explanada del Campo llegaba hasta el castillo de Fiel y no existían las casas que hoy impiden la vista del mar desde allí).
Luego, fiesta en el Campo, son liberados los "prisioneros ingleses", se reparten regalos, todos juntos toman parte en una jira...
¿A qué se debían estas emociones jovellanistas entre los castropolenses? ¿Había calado tan hondo la Ilustración en Castropol?
La primera conclusión que podemos sacar de la celebración de estos fastos nos lleva a pensar que el tan comentado aislamiento de Asturias respecto al resto de España se refería tan sólo a las comunicaciones con la Meseta Castellana, a través de los puertos de la Cordillera Cantábrica, pues vemos que el intercambio de mercancías, viajeros y noticias por vía marítima entre Asturias y el resto del mundo, era constante.
Por otro lado, el gesto de Castropol nos habla de que en esta villa era muy considerada la figura y la labor de Jovellanos, dado el número de sus partidarios. De donde se puede colegir que en Castropol existía un importante foco de ilustrados, en contacto con las corrientes más avanzadas del pensamiento entonces en boga en Europa.
Lamentablemente, los excesos de la Revolución Francesa y, en concreto, la ejecución en la guillotina de Luis XVI y María Antonieta, provocaron en España y otros países una reacción adversa, no exactamente contra los principios ilustrados, sino más bien hacia la toma del poder por el pueblo y la pérdida de los privilegios aristocráticos.
Por otro lado, el querer Francia imponer, más que difundir, los principios de la Revolución en el resto de Europa; provocó una serie de guerras en cadena que asoló Europa hasta bien entrado el siglo XIX.
Con todo esto, Carlos IV, primero, y Fernando VII, después, temieron acabar sus días al modo de sus parientes franceses, e hicieron lo posible para que los principios de la Revolución no prendiesen en España.
Aún así, el 2 de febrero de 1795, el maestro de letras Juan Picornell Gomila, miembro de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, y otros republicano-federales, se confabulaban en la logia La Española para destronar a Carlos IV. La intentona, primera republicana que registra la Historia, que terminó en fracaso, recibió el nombre de La Conspiración del cerro de San BIas.
Cuando Napoleón coloca en el trono español a su hermano José (cuyo efímero reinado, patrioterismos aparte, dejó una importante huella cultural en Madrid), con el fin de implantar los aires revolucionarios, se equivoca en cuanto a las formas (la imposición por la fuerza), pero en cuanto al fondo, pues entre los españoles existía un importante número de aristócratas, burgueses, militares, funcionarios y aún clérigos partidarios de los nuevos aires.
Sin embargo, al estallar la "guerra patria" una gran mayoría de aquellos escogió defender la independencia de su país, dejando a un lado sus preferencias ideológicas, que suponía rechazar formalmente el pensamiento de la Revolución. No obstante, hubo algunos militares, nobles y funcionarios que vieron en la guerra y la instauración de la nueva dinastía la ocasión del nacimiento de una nueva España.
Las dudas y vacilaciones, singular y colectivamente trágicas, de la España de la Ilustración parece reflejarlas Jovellanos en el retrato que le dedicó Goya.
En el óleo aparece Jovellanos pensativo, con la cabeza reposando sobre su mano izquierda, y como sumido en lejanos, más que hondos, pensamientos.
¡La duda que han tenido muchos buenos españoles en momentos parecidos!
(Los datos de los festejos pro- ceden del Archivo J. Cancio)
Miguel Angel Serrano Monteavaro
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