José Díaz Fernández, Pepillo
Con motivo de cumplirse este año el centenario del nacimiento de José Díaz Fernández, la editorial Viamonte ha reeditado El blocao, su obra más significativa, la Asociación Manuel Azaña dedicó al autor una mesa redonda en el Ateneo madrileño y su pueblo natal y la Casa de Cultura de Castropol sendos recuerdos bibliográficos.
¿Supone todo esto un revival de Díaz Fernández? ¿Desde qué perspectiva podemos contemplarlo hoy, situados, en relación a su época, en una "tercera España"?
Hijo de Vicente Díaz Fernández, natural de San Pedro de Bembibre (Taboada, Lugo), y de Amalia Fernández Fernández, de Viavélez (Asturias), José Manuel Díaz Fernández viene al mundo el 20 de mayo de 1898, en Aldea del Obispo (Salamanca), donde su padre se hallaba destinado como"carabinero del Reino", con categoría de "preferente". Vicente y Amalia tuvieron dos mijos más, Ignacio y Vicenta.
Trasladada la familia a Castropol, donde su padre será nombrado Jefe de la Policía Municipal, Pepillo, como familiarmente se le conocía, encontrará en esta villa del occidente asturiano su verdadera patria chica, por lo menos durantes su adolescencia y juventud.
En Castropol cursa la primera enseñanza y, pese a las estrecheces económicas de la familia, da comienzo a la segunda.
Inicia sus pinitos literarios con un periódico manuscrito, al que puso por nombre La Tinaja, al mismo tiempo que interpreta obras de teatro en el Casino de Castropol y se ocupa de la dirección administrativa de La Tuna. Escribe después en Río Navia y El Eco de Navia, publicaciones pronto desaparecidas.
En 1917 funda, en Castropol, con otros, el semanario Juventud, que dirigía Francisco Fernández López, y del que sólo se llegan a publicar seis números, y escribe en el decenario CastropoI. Este último facilita en aquel año las siguientes noticias en torno a Pepillo: el 30 de enero sobre su obra de teatro, titulada La pesca del novio, el 30 de julio de su novela Pasión de niños y el 30 de octubre del Libro de las horas gentiles. El Castropol de 1917 recoge, también, en sus páginas la polémica entre Díaz Fernández y el asimismo escritor novel, de la vecina Figueras, Fernández- Arias Campoamor, en torno a la influencia literaria de Rafael López de Haro sobre Pepillo, que Campoamor considera muy destacada y que Pepillo reconocerá luego en un artículo publicado en Asturias, el 15 de diciembre de 1918.
También en 1917 comienza a escribir versos, cuentos y crónicas de carácter lírico y fantástico en la revista Asturias, que se publicaba en La Habana bajo la dirección de Álvarez Acevedo.
Al mismo tiempo y junto con su hermano Ignacio trabaja como escribiente en la notaría de Castropol que regentaba el ribadense Eugenio Pérez Cancio. El día de la onomástica de la "notaria", Angela Moirón González, era habitual que ambos hermanos le dedicasen un poema. Se conserva un ripioso soneto de Ignacio, fechado el 1 de marzo de 1919, trazado con excelente caligrafía de pendolista, y un poema de José de fecha anterior, de mejor factura, también con excelente caligrafía, escrito románticamente en las varillas de un abanico.
Marcha luego Díaz Fernández a estudiara Derecho a la Universidad de Oviedo, pero, aunque se ayuda económicamente trabajando de conserje y contable en un hotel, se ve obligado a abandonar sus estudios.
En 1919 funda, junto con María Luisa Castellanos, Fernández-Arias Campoamor, Torner, Valentín Bedia... la revista Alma Astur.
En 1920 lo encontramos de secretario del Ateneo Obrero de Gijón y el 20 de enero del año siguiente el Castropol anuncia la aparición de su novela, hasta ahora inédita, Los días grises.
A los 23 años es destinado a África como soldado. Durante su estancia en Marruecos parece que contrae la tuberculosis que le llevará a la muerte. A su regreso de la guerra, La Libertad lo premia por las crónicas que había enviado desde el frente marroquí, germen literario de lo que luego será su libro El blocao. Publica en El Noroeste, La Esfera, y en 1923 el Castropol del 20 de febrero da cuenta de la aparición de sus narraciones El ídolo roto y El abrazo eterno.
Rodeada ya de una cierta aureola, en 1925 aparece su firma en El Sol, donde pontifica a Ortega y Gasset, La 'Voz, Ondas y la Revista de Occidente, en la que lo introduce Fernando Vela.
Poco a poco, sin embargo, la faceta política de la personalidad de Díaz Fernández se va imponiendo con fuerza. Sus artículos y actividades contra la Dictadura de Primo de Rivera lo llevan, incluso, a que sea detenido en 1926, como implicado en el levantamiento de la noche de San Juan, conocido como la "sanjuanada".
En 1927, y en compañía de J. A. Balbontín, J. Arderius, Giménez Siles, Juan Andrade, José Venegas, Graco Marsa y César Falcón funda Ediciones Oriente, dedicada a la publicación de obras claramente revolucionarias para aquel tiempo.
A estas alturas de su vida, Pepillo comienza a perder contacto con Castropol.
En aquel tiempo, Castropol era una villa que contaba con unos 800 habitantes, distribuidos entre un núcleo campesino, otro marinero y pescador y, finalmente, otro más, integrado por curiales e indianos.
La falta de cultura y la penuria económica que sufría una parte de la población era notable, al igual que en el resto de España, situación que llevó a que, a principios de siglo, un grupo de curiales e indianos crease una agrupación, que en 1910 se transformaría en Partido Independiente y que luego se integrará en el Reformista de Melquíades Álvarez, con el fin de defender e impulsar los intereses comarcales, al mismo tiempo que atendía los humanos y sociales. En esta agrupación se encauzarán las primeras inquietudes políticas y sociales de Pepillo.
Más adelante, aquellos castropolenses que habían querido, al modo ilustrado, hacer la "revolución" desde arriba, se vieron desbordados, más tarde o más temprano, por una izquierda de claro matiz revolucionario. Algo parecido le ocurrirá también a Díaz Fernández, y así, después de un período muy radical, tras su estancia en Oviedo y Gijón, en 1935 acaba por unirse a Manuel Azaña para formar Izquierda Republicana.
El caso es, que, en aquellos tiempos, los intelectuales avanzados, ante la situación en que se encontraba el país, invocaban la presencia e integración de! "pueblo" en la sociedad, "pueblo" que se identificaba entonces con las clases más menesterosas social y culturalmente, de las que no formaba parte (pensemos en la orgullosa diferencia de clases existente en aquella época) la familia del Jefe de la Guardia Municipal de Castropol.
Poco a poco, sin embargo, una parte de aquel "pueblo" fue tomando conciencia de que él era la única "clase", la clase por antonomasia que, considerándose engañada una y otra vez, debía tomar el poder para ver realizados sus propios fines, al igual que había ocurrido en Rusia, A este fin debería valerse de cualquier "compañero de viaje".
La tarea de buscar "el injerto de las fuerzas obreras de la izquierda" (Díaz Fernández), de "marchar hacia el pueblo" (idem), siguiendo las orientaciones del comunista italiano A. Gramsci, se convirtió en aquella época en objetivo prioritario para Díaz Fernández.
Díaz Fernández, al igual que los intelectuales de su misma inspiración, pretende "superar la división entre los intelectuales y el pueblo"; los intelectuales y los artistas que deben participar ,en la lucha revolucionaria obrera (aunque luego muchos de ellos, llegado el momento, no podrán superar, en opinión de los dirigentes de la "praxis", sus propias contradicciones de clase).
Y así emprenden la búsqueda de un "nuevo intelectual" que se acerque al pueblo, para construir una "nueva sociedad" y un "hombre nuevo". (Al mismo tiempo que la Rusia de Stalin, también el nazismo de Hitler buscará un "hombre nuevo" para una "nueva Alemania", pero nadie, ni en España ni en ninguna parte del mundo, sabía lo que en aquellos momentos estaba ocurriendo en la Unión Soviética ni suponía lo que iba a ocurrir en Alemania, Para lograr la inexcusable integración social y económica de un país es imprescindible partir de un amplio compromiso democrático y del respeto al individuo. De otra manera está condenada al fracaso)
- En 1928 Díaz Fernández publica, bajo el título de El blocao, el conjunto de relatos que le hará famoso; precisamente el año anterior había recibido un premio de El Imparcial por su labor periodística en Marruecos.
El impacto causado por El blocao entre los lectores fue notable. El libro abre una nueva frontera literaria, supone la inauguración de un movimiento que buscaba superar el escepticismo al que se había entregado la vanguardia.
Este movimiento, denominado por el mismo Díaz Fernández "literatura avanzada" o "nuevo romanticismo", corre paralelo a la línea política de su pensamiento, aunque no reviste el carácter de la típica literatura proselitista.
Sin embargo, la ideología política de Díaz Fernández insufla a esta literatura una preocupación por el hombre, al que sitúa en la realidad de cada momento. El protagonista que inspira los relatos de El blocao no es un héroe ni un antihéroe; en palabras de hoy, podíamos decir que es un perdedor, tal y como lo fue a la postre el propio Díaz Fernández.
Estas características, junto con las propiamente estilísticas, tan lejos de sus primeros arrebatos líricos, el dinamismo que encierra, la realidad cotidiana que refleja, su esquematismo cinematográfico, de verdadero reportaje, parecido al estilo de Hemingway (que precisamente en 1929 Publica su Adiós a las armas), aunque el carácter de los contenidos violentos del escritor norteamericano difiere totalmente del de Díaz Fernández, impregnado de una preocupación humanista, colocan a la obra en una de las cimas de la literatura de la época.
Curiosamente, Díaz Fernández no trae a El blocao la figura del marroquí, ni se ocupa de su mundo, de sus problemas bajo la colonización española. Cabría preguntarse por la razón de esta ausencia en la obra de Díaz Fernández.
La cosecha de críticas favorables a El blocao fue abundante y de variada procedencia: Astrana Marín, Benjamín Jarnés, José del Río Sanz, Luis Calvo, Zugazagoitia, Fernández-Arias Campoamor, Constantino Suárez, Camilo Barcia, Giménez Caballero, Pérez de Ayala...
El movimiento literario del que El blocao fue precursor dio nombre a una generación, conocida como "la otra generación del 27", de la que formaron parte, entre otros: Alvarez del Yayo, Juan Andrade, Wenceslao Roces, Ramón Sender, Muñoz Arconada, Joaquín Arderius...
La campaña de prensa que a través de diversas publicaciones Díaz Fernández venía desarrollando contra la dictadura de Primo de Rivera le lleva, en aquella época, a ser detenido y encarcelado, marchando después a Portugal.
En 1929 participa en la creación del Partido Radical- Socialista, junto con Marcelino Domingo, Alvaro de Albornoz, Gordón Ordás, Benito Artigas Arpón, Angel Galarza Gago...
Al igual que todos ellos, Díaz Fernández ingresa en la Masonería, en el seno del Gran Oriente Español, del que era Gran Maestre, Diego Martínez Barrio, del Partido Radical de Lerroux.
Al año siguiente, Díaz Fernández publica su segunda novela, La venus mecánica, escrita, en parte, en el exilio lisboeta, en la que refleja su propio dilema: el intelectual que se muestra incapaz de vivir la revolución que preconizaba, y el libro de crítica literaria El nuevo romanticismo. Polémica de arte, política y literatura, donde enuncia los principios. de la nueva "literatura de avanzada" o "nuevo romanticismo", como gustaba llamarle a aquel movimiento.
En 1930 funda, con Antonio Espina y Joaquín Arderius, la revista política Nueva España, que polemiza con La Gaceta Literaria que dirigía Ernesto Giménez Caballero. Curiosamente y a pesar del éxito de su lanzamiento la revista desaparecerá con la llegada de la República. La trepidante actividad periodística y editorial de Díaz Fernández le lleva, en 1931, a colaborar en el lanzamiento de las revistas Crisol y Luz, y a publicar el relato La largueza, dentro del libro Las siete virtudes capitales, en el que, Gómez de la Serna, V. Andrés Alvarez, B. Jarnés, C. Arconada... tratan el resto de las virtudes.
En el curso del mismo año publica, también, junto con J. Arderius, la Vida de Fermín Galán, biografía del militar que se había sublevado en Jaca y que luego fue ejecutado, y el prólogo al libro de Alejandro Gaos Sauces imaginarios. En esta época, Díaz Fernández decide entregarse plenamente a la vida política. Y de esta manera se presenta como candidato de! Partido Radical-Socialista a las elecciones a Diputados a Cortes Constituyentes, que se celebran el 28 de junio de 1931.
En plena campaña electoral, Díaz Fernández, junto con Leopoldo Alas, ambos antiguos reformistas, revientan tumultuariamente el mitin de Melquiades AIvarez en el teatro Campoamor de Oviedo, en una acción que marca el inicio de los ataques de la izquierda contra el tribuno asturiano.
En las urnas, Díaz Fernández es elegido en el distrito de Oviedo por 76.952 votos, de los 119.244 emitidos, sin que el acta recoja ninguna protesta ni reclamación. Designado Marcelino Domingo ministro de Instrucción Pública, en el gobierno Azaña, Díaz Fernández es nombrado Secretario Político del ministro. La labor de la República durante su primer bienio, en el terreno de la educación, fue ingente, sobre todo teniendo en cuenta el abandono en el que se la había tenido durante decenios.
No fueron muy numerosas las actuaciones de Díaz Fernández en el Congreso de los Diputados. Quizá las más destacadas tuvieron lugar con motivo de la discusión sobre la libertad de enseñanza y en concreto de la enseñanza religiosa, en el curso de la cual Díaz Fernández, muy en el calor político y social anticatólico de la época y como ferviente defensor de la "escuela única", llegó a decir desde su escaño, el 20 de octubre de 1931: "Por otra parte, yo dudaría mucho en autorizar la libertad religiosa desde una legislación del siglo XX", en una reacción al poder temporal de la Iglesia de aquellos tiempos. En su contestación, Valera Aparicio, en nombre de la Comisión, tiene que aleccionar a Díaz Fernández sobre el significado de la libertad de pensamiento y de creencias, palabras que el diputado asturiano acoge con reconocimiento, viendo rechazada su enmienda. A este respecto debemos apuntar el mar de contradicciones en que se movían los radical-socialistas, como, por ejemplo, ocurrió cuando el Partido se negó a secundar a Azaña y a los socialistas, que querían dar a la mujer la posibilidad de votar.
En el mes de abril de 1933, y siguiendo la moda de aquellos días entre los progresistas, que veían en la Unión Soviética el espejo donde mirarse, Díaz Fernández firma un manifiesto a su favor, promovido por la Asociación de Amigos de la Unión Soviética. Entre otros nombres aparecen en el documento los de: Marañón, Pío Baroja, Benavente, Valle Inclán, M. Machado, l. Sánchez Covisa, N. Piñole..., aunque algunos retiraron luego su firma.
Paralelamente a su actividad política escribe en El Liberal, Nouvel Age, Le Monde, Euro pe..., y en 1935 publica Octubre rojo en Asturias, bajo el seudónimo de José Canelo
El golpe de estado revolucionario de 1934, contra el gobierno conservador de la República, que en Asturias alcanza la gravedad de una contienda civil, marca un punto de inflexión en la trayectoria política de Díaz Fernández.
La crítica de Díaz Fernández a los socialistas por haber provocado aquellos sucesos le lleva a acercarse a Azaña, a cuyo amparo funda el semanario Política. Más tarde, Albornoz, Domingo, Díaz Fernández y otros se unen a Azaña para crear Izquierda Republicana, con el fin de contar así, con un partido que les ofreciese un mayor respaldo popular, y dé soslayar de esta manera los inconvenientes de tener que gobernar en minoría.
Y así llegamos a las elecciones de febrero de 1936. Izquierda Republicana se presenta formando parte del bloque del Frente Popular, y Díaz Fernández sale elegido Diputado en el distrito de Murcia, por 38.680 votos, de los 70.381 emitidos, constando en el acta algunas reclamaciones.
Díaz Fernández vuelve a ocupar, entonces, el puesto de Secretario Político de Instrucción Pública, siendo otra vez ministro J M. Domingo, y luego F. Barnés, hasta la llegada de los gobiernos socialistas, en septiembre del mismo 1936.
En los meses posteriores a febrero de 1936, la actuación de la derecha extraparlamentaria y la izquierda revolucionaria traen consigo que la República se vea desbordada por ambos extremos. Ya en plena guerra civil, Díaz Fernández desempeña diversos cargos en el departamento de propaganda del Ministerio de Estado.
A punto de finalizar la contienda, vuelve a encontrarse cerca de Manuel Azaña, durante la estancia del Presidente de la República en Cataluña, donde se ocupa de cuestiones de prensa; ante la debacle final marcha a Francia y es internado en un campo de concentración, mientras su mujer y su hija se refugian en Perpiñán.
Puesto en libertad, el calvario, no obstante, continúa. La familia se traslada, entonces, a París, luego a Toulouse y de regreso a París. Cuando estalla la II Guerra Mundial vuelven a Toulouse, para, al poco tiempo, ser residenciados en Le Mans; huyen después a Nantes. Prisioneros de los alemanes, Díaz Fernández ve como, mientras otros compañeros son enviados a España, donde muchos son fusilados, él puede marchar a Toulouse, situado en la llamada "zona libre". Muere en la miseria, el 18 de febrero de 1941, cuando esperaba poder trasladarse a América.
Azaña no menciona a Díaz Fernández en sus Memorias, por otra parte una magnífica pieza histórica y literaria, aunque casi es preferible, pues a Domingo, albornoz y a otros muchos les aplica duros calificativos, librándose sólo de sus acervas críticas Rivas Cherif y Casares Quiroga.
La temprana muerte de Díaz Fernández cortó en flor su labor literaria, prevaleciendo sus trabajos periodísticos al servicio de su ideología, lo que pronto llevó al escritor y al político al olvido.
Por otra parte, el compromiso político de los demás integrantes del "nuevo romanticismo literario" y la guerra civil, resuelta en términos de dictadura personal derechista, aventó a sus seguidores.
Su antiguo protector y amigo, A. L. Oliveros, director de El Noroeste, recuerda poco gratamente en sus memorias a Díaz Fernández, como un joven ambicioso que no reparaba en obstáculos para conseguir sus fines. En reciente conversación del autor de estas líneas con Francisco Ayala, su compañero de letras en aquellos tiempos, me manifestó, entre otras cosas, que, llegado el momento, él había preferido seguir la línea de la literatura de vanguardia, de carácter esteticista, mientras Díaz Fernández escogió el periodismo militante; pero, aunque sus caminos se habían separado, recordaba a Pepillo porque, sobre todo, era una buena persona.
Miguel Angel Serrano Monteavaro.
1 comentario
legaspi -
Luis Legaspi Cortina (La Voz de Asturias 1998)
Las fronteras del noventayocho son lábiles y poliédricas: generación de tal apellido, desastres en tal fecha, corrientes de pensamiento y mil otras referencias.
Castropol, mi pueblo, tiene vinculaciones especiales con el 98. La primera es su nacimiento como Pola. En 1298, precisamente en marzo, comenzó su andadura como capital del Occidente Astur.
Ya he escrito de ello en las hospitalarias páginas de La Voz de Asturias. Apurar las referencias excedería los límites normales de un periódico diario. Unos sencillos apuntes no vienen mal, pues, como ha escrito Bertold Brecha, el hoy está alimentado por el ayer. ¡Triste situación de quienes no tienen ayer! Mi pueblo tiene ayer. Espero que tenga futuro, más allá del efímero título de Pueblo Ejemplar de hace unos meses. Ahora evoco el último 98 para acompañar hasta las candilejas a un castropolino oscurecido, ignorado por política de vía estrecha.
En 1892 nació en Aldea de Avila, Salamanca, José Díaz Fernández, Pepillo del Preferente. Me gustaría traer a la memoria a bastantes otros que merecen un recuerdo.
Ser Preferente de un pequeño puesto de carabineros o guardias municipales no es una prebenda excepcional. Tal era Vicente, el padre, gordo y con uniforme. Yo recuerdo su tripa y su gorra de plato. También recuerdo a su hija Vicentina, la telefonista, metiendo y sacando clavijas de conexión en un chisme, a la sazón, para mi enigmático. Mejor recuerdo a la esposa, Amalia, la Preferenta.
Siendo yo adolescente, años del treinta y seis, yo he hablado con ella a través de susurros y medias palabras de su hijo Pepillo. Amalia vivía agazapada en su casita de La Punta. Su marido estaba preso en Lugo. Allí murió, a saber de cuál enfermedad. A Vicentina le habían cortado todas conexiones con Telefónica. La razón fundamental era que José Díaz Fernández, aunque ya lejos del pueblo, era un político liberal, melquiadista, radical socialista. Mal bagaje para navegar por el treinta y seis.
Pepillo, inquieto, autodidacta, con clara vocación de periodista, siendo un chaval, funda en Castropol dos periódicos de escasa vida. La Tinaja y Juventud.
Pero un pueblo cada vez da para menos. La gran ciudad encandila. Hay que emigrar para ganarse y hacerse la vida. En 1918 se traslada a la capital para trabajar como contable en el hotel Oviedo y, con la exigua soldada, poder pagarse los estudios universitarios de Derecho.
El virus del periodismo al que, parece, son muy vulnerables los castropolenses, encuentra en la Vetusta de Clarín un buen caldo de cultivo. José Díaz, con otros jóvenes, funda la revista Alma Astur. Sus cualidades, además de la simpatía de buenos paisanos, llama la atención de Antonio L. Oliveros, director del Noroeste. Oliveros era casi paisano de Pepillo. Castropol y Puerto Vega han tenido y tienen buena cercanía.
El director de El Noroeste quería dar empaque intelectual al gran períódico gijonés y se llevó a Joé Díaz consigo, jun con otros dos,por cierto tambén masones. Según Oliveros jamás la prensa asturiana se había enriquecido con tales promotores de la cultura, por supuesto, sin herir sentimientos religiosos ni pretender coaccionar la libertad de cociencia.
Pocos años más tarde, Díaz Fernández, siempre en la búsqueda, se transfuga a la redacción de El Sol. Su mecenas no oculta la triste separación de un escritor de imaginación lozana, fluido, artífice de frase elegante que gusta sin convencer o convence, porque gusta.
Amalia, su madre, de Viaveélez, como Corín Tellado, era inteligente, ambiciosa y ha marcado su impronta: siempre plus ultra. Además un buen castropolense sabe aprovechar los vientos, navegar a barlovento.
La mili en Africa, 1921, con su triste guerra, le ofrece ocasión de convertirse en un excepcional reportero que le abre camino a la gran prensa nacional, excepto ABC, por ser de derechas Sus crónicas son únicas, nunca neutrales, las mejores, según le premia el diario madrileño La Libertad.
Más tarde, cuando este diario toma cierto acento monarquico, se pasa a la redacción de Crisol y Luz. Al cambiar este último de orientación política comienza a colaborar con El Liberal, al mismo tiempo publica artículos en La Vanguardia, La Nación de Buenos Aires, La Depéche de Toulouse, Le Monde de París, la r
Revista de Occidente, Post Guerra etcétera.
A toda esta producción periodística les da mayor consistencia en sus novelas. En El Blocao, traducido pronto a tres idiomas, aparece la dimensión de la guerra de Marruecos y una denuncia del colonialismo, logra un gran éxito En otras novelas de trasfondo social, como La Venus Mecánica, en la que yo quiero ver una visión del Castropol de su juventud, explica bastante la situación de una España decadente que le llevaría a escribir biografías como la de Fermín y Galán, el sublevado y fusilado en Jaca, o ensayos como Octubre Rojo en Asturias que firma, cautas influencias gallegas, con el seudónimo de José Canel.
Aquella revolución fue un enorme error de los socialistas que pasaban, sin transición, del colaboracionismo a la revolución, cuando las defensas burguesas no estaban gastadas ni el Estado se descomponía.
Con Antonio Espina y Joaquín Arderius funda en 1930 la revista Nueva España con clara orientación avanzada. Dan prestigio a esta revista las colaboraciones de Miguel Angel Asturias, Zambrano, Azorín, Sender, Gil Albert Más tarde colaborando con Valentín Andrés, Botín, Gómez de la Serna y otros, publica Las siete virtudes una especie de reverso a la obra francesa de Los siete pecados capitales.
Con la idea bien clara de vincular la literatura, incluso en alguna brillante incursión en la poesía, a los problemas de vida, no excluye ningún frente. En El nuevo romanticismo resume, de alguna manera, su postura vital ante las corrientes estéticas, filosóficas, políticas
Pepillo siempre fue activista, más bien äcrata: No importa que desaparezca el rótulo de un régimen; la que importa es que se hunda el régimen para edificar una nueva humanidad
Con Clarín, hijo, fue diputado en las Constituyentes del 31. Los dos protagonizaron el sonado reventón del mitin de Melquiades Alvarez en el teatro Campoamor y que desbarataron la candidatura de los reformistas, hasta el punto que el tribuno gijonés renunció a ser candidato por Asturias. Menos mal que lo rescataron los valencianos.
En febrero de 1936, José Díaz sale diputado por Murcia y durante la Guerra Civil desempeña el cargo de secretario del Ministerio de Instrucción Pública, saltando, como diría despechado su mecenas Oliveros, por encima de todo escrúpulo de un hombre liberal y democrático y sin respeto alguno por la voluntad popular.
Toda la producción literaria, siempre de vanguardia, y la actividad incesante y ambiciosa de un político radical condicionarán la vida de su humilde familia en la aparente tranquilidad de Castropol. No era fácilmente perdonable tener un hijo diputado, escritor crítico de la burguesía, antimilitarista, feminista y anticlerical. Vicentina, su hermana, es cesada como telefonista y su padre, el Preferente, muere sabe Dios de qué en la cárcel de Lugo.
En estas circunstancias yo, adolescente, tuve la ocasión de ser precoz contertulio y confidente de Amalia, su madre, inteligente y ambiciosa, que a la parpadeante llama de una vela de esperma, en su casa de La Punta me contaba historias agobios, siempre en susurros, desconfiando de las paredes. Allí, en forma de rumor, recibíamos la noticia, difícil de confirmar y vitanda de divulgar, de que José Díaz, emergido de las clases más modestas, había muerto, a los 43 años en la frialdad de un cuarto alquilado.
Su hija narra con precisión las últimas singladuras de este castropolino polivalente e incansable activista: Mi madre y yo fuimos a Perpiñán y logramos la libertad de mi padre que, como tantos exilados s se hallaba confinado y controlado por el gobierno francés.
Estuvimos en París hasta que el gobierno ordenó a los refugiados salir de la capital. Mi padre que como periodista había colaborado en La Dépêchede Toulouse eligió trasladarse a esta ciudad. La vida en Francia era dura y arreglamos los papeles y pasaje para trasladarnos a Cuba. Estalló la guerra y de nuevo quedamos atrapados. El gobierno francés dispuso que los republicanos españoles más destacados se desplazasen por el norte del país. A papá le tocó ir a Le Mans. Poco duró esta nueva etapa. Los alemanes invadían Francia y los españoles huyeron y algunos se refugiaron en Nantes. Allí fueron apresados por los germanos y a algunos los entregaron al gobierno de Franco y a otros, entre ellos mi padre, fueros desplazados por diversas zonas. Mi padre regresó a Toulouse, pero ya gravemente enfermo. Murió en la miseria de una horrenda chambre mueble el 18 de febrero de 1941, Sus amigos hicieron una colcta para sufragar los gastos de su entierro. Llevó encima de su ataúd una bandera republicana que mi madre había cosido durante la noche
Este es un recuerdo más de Castropol que en este mes de marzo, con pena y sin gloria, no celebra su centésimo sép