Corría el año 1969, era junio. Yo participaba en una Asamblea de Cáritas Española en la Granja de San Ildefonso, Segovia. Era el mediodía. Una llamada de urgencia solicitaba personal sanitario. En Los Ángeles de San Rafael, un edifico se inauguraba con una trágica fiesta de decenas de heridos y muertos. Tres enfermeras y un cura, que poco podría curar, saltamos a un land rover, y con velocidad de toda pastilla, pañuelos en ventanilla y claxon a libre decibelio atravesamos la escasa provincia segoviana.
Cascotes, llantos, alaridos, polvo y ruina era el escenario. Con más intuición que protocolo nos pusimos todos al desescombro, rescate de supervivientes, heridos y cuerpos muertos. Ver la prensa del 16 y 17 de junio de 1969. Yo me reconozco, sin conocerme, en las fotos de primera plana, entre confusión de camilleros, guardias civiles, picos palas y azadones
A mi lado hay un joven descamisado y con manos en el cascajal buscando pistas de sangre. Pronto intercambiamos quejas y ánimos, me enteré de su nombre y oficio, era Adolfo Suárez, gobernador civil de Segovia. Se arremangó rápido y trabajo duro.
A media tarde, ya con el sofoque al límite, descansamos levemente cabe un cerveza fresca. Mire, padre, esto ha de quedar un poco difuminado. Hay mucho negocio en juego Así se Más tarde yo escuche el nombre de Jesús Gil y Gil, empresario y político enfermo de megalomanía
El otro fortuito y fugaz tropiezo con Adolfo Suárez, ya presidente del Gobierno de España, ocurrió al borde del camino, en 22 de marzo de 1980. Furgoneteaba yo hacía el centro, por la ene seis, carretera radial que decíamos cuando aún no había autopistas, ni siquiera, autovías. Sería, acaso, en San Esteban del Molar, cerca y pasado Benavente.
Una estación de servicio para repostar, aliviarse y estirar las piernas. Una caravana de coches oficiales en dirección a La Coruña entra en la posta. - ¡! ¿?- La caravana era fúnebre que acompañaba el cadáver de Hipólito Suárez Guerra, gallego, que iba a ser inhumado en su tierra meiga de la capital gallega en en la que nadie es forastero
Los gobernantes, valientes, como napoleón, también entran solos en los retretes. Yo, súbdito sumiso y, a veces educado, me atreví y le dije a don Adolfo personaje protagonista de la escena,: Señor Presidente, le acompaño en el sentimiento Adolfo, hijo del difunto Hipólito Suárez, contestó, repentino y espontáneo: Padre, otra vez nos encontramos en momentos difíciles. Nos abrazamos y seguimos el movimiento por caminos diversos, aunque paralelos.
Es bueno que los distintos servicios ministeriales se reconozcan y se quieran. Un nonagenario confiesa que ha vivido manejando la moviola. Los recuerdos enmarcan la dimensión de la vida.
1 comentario
l. legaspi -
DOS FORTUIOS ENCUENTROS.
Corría el año 1969, era junio. Yo participaba en una Asamblea de Cáritas Española en la Granja de San Ildefonso, Segovia. Era el mediodía. Una llamada de urgencia solicitaba personal sanitario. En Los Ángeles de San Rafael, un edifico se inauguraba con una trágica fiesta de decenas de heridos y muertos. Tres enfermeras y un cura, que poco podría curar, saltamos a un land rover, y con velocidad de toda pastilla, pañuelos en ventanilla y claxon a libre decibelio atravesamos la escasa provincia segoviana.
Cascotes, llantos, alaridos, polvo y ruina era el escenario. Con más intuición que protocolo nos pusimos todos al desescombro, rescate de supervivientes, heridos y cuerpos muertos. Ver la prensa del 16 y 17 de junio de 1969. Yo me reconozco, sin conocerme, en las fotos de primera plana, entre confusión de camilleros, guardias civiles, picos palas y azadones
A mi lado hay un joven descamisado y con manos en el cascajal buscando pistas de sangre. Pronto intercambiamos quejas y ánimos, me enteré de su nombre y oficio, era Adolfo Suárez, gobernador civil de Segovia. Se arremangó rápido y trabajo duro.
A media tarde, ya con el sofoque al límite, descansamos levemente cabe un cerveza fresca. Mire, padre, esto ha de quedar un poco difuminado. Hay mucho negocio en juego Así se Más tarde yo escuche el nombre de Jesús Gil y Gil, empresario y político enfermo de megalomanía
El otro fortuito y fugaz tropiezo con Adolfo Suárez, ya presidente del Gobierno de España, ocurrió al borde del camino, en 22 de marzo de 1980. Furgoneteaba yo hacía el centro, por la ene seis, carretera radial que decíamos cuando aún no había autopistas, ni siquiera, autovías. Sería, acaso, en San Esteban del Molar, cerca y pasado Benavente.
Una estación de servicio para repostar, aliviarse y estirar las piernas. Una caravana de coches oficiales en dirección a La Coruña entra en la posta. - ¡! ¿?- La caravana era fúnebre que acompañaba el cadáver de Hipólito Suárez Guerra, gallego, que iba a ser inhumado en su tierra meiga de la capital gallega en en la que nadie es forastero
Los gobernantes, valientes, como napoleón, también entran solos en los retretes. Yo, súbdito sumiso y, a veces educado, me atreví y le dije a don Adolfo personaje protagonista de la escena,: Señor Presidente, le acompaño en el sentimiento Adolfo, hijo del difunto Hipólito Suárez, contestó, repentino y espontáneo: Padre, otra vez nos encontramos en momentos difíciles. Nos abrazamos y seguimos el movimiento por caminos diversos, aunque paralelos.
Es bueno que los distintos servicios ministeriales se reconozcan y se quieran. Un nonagenario confiesa que ha vivido manejando la moviola. Los recuerdos enmarcan la dimensión de la vida.