Asturias, una damisela enamorada al ritmo de la gaita
Si hace cuatro días alguien me hubiese dicho que dentro de unas horas estaría abordando un vuelo que me llevaría de vuelta, después de 16 años, a uno de los rincones que más emociones evocan dentro de mí, donde la poesía se vuelve paisaje y el paisaje se vuelve la melodía que entona la gracia de recuerdos, amores y desamores, sueños y desvelos; jamás lo hubiese creído.
Abordamos, el equipaje de mano ya en su sitio, se cerraron las puertas y esperando a que el avión de Iberia comience a moverse en la pista de San Juan de Puerto Rico, los pensamientos chocan en una despavorida huida al recuerdo de aquel primer viaje ya hace casi cuarenta años. Fue cuando mis abuelos estuvieron dispuestos a llevar a este niño de ocho años a conocer su casa en Asturias y a donde luego volvería muchos veranos. Las imágenes y los buenos recuerdos son tantos. Muchas son las emociones, la ultima vez que salí de Castropol lo hice pensando que volvería al año siguiente y luego se volvió el siguiente y el siguiente, hasta que pasaron los años uno detrás de otro sin poder vislumbrar un regreso… ya hace más de 16 años.
Las siete horas y media de vuelo se fueron entre recuerdos, llegamos sin contratiempo, me acerqué al área de coches de alquiler donde me entregaron un compacto del año, mi corazón quería estallar, mi cuerpo cansado del viaje pero mis ansias de llegar a Asturias podían más, decidí no pasar la noche en Madrid y me encaminé por la A-6 en dirección A Coruña, pensé que si me dominaba el cansancio podría quedarme en el camino, llegar a Tordecillas o quien sabe si hasta Benavente.
Este mismo recorrido lo hice con mis abuelos en un Chevelle del 65 que habían llevado desde Puerto Rico. En aquel entonces salimos de los Jerónimos para conducir trece horas de camino atravesando el Puerto de Pajares. Ahora muy diferente recorrer los paisajes de Castilla con sus pinos piñoneros, ya no es necesario atravesar cada pueblo con sus semáforos advirtiendo que hay que reducir la velocidad, ni hay que esperar que el pastor con sus ovejas atraviese la carretera, ni se ven las abuelas con el luto acérrimo vestidas de negro, sentadas en el quicio de la puerta.
Todo eran recuerdos que esbozaban sonrisas tras sonrisas cuando llegue a Tordecillas, me detuve a tomar el primer cortado en España y si este me supo a gloria, mayor fue la alegría al ver que sacaban una bandeja de pepitos de ternera, un manjar para aquellos que llevamos décadas sin saborear la simpleza de un gusto tan cotidiano. ¿Detener el viaje? ¡ni pensarlo! recobradas las fuerzas para continuar con grandes expectativas y entusiasmo hacia la Asturias, verde de montes y negra de minerales, como bien se canta.
Llegue a Benavente y en lugar de desviarme para tomar la ruta de la plata, preferí continuar en dirección a Lugo, pasar el Pedrafita tomar el desvío a Meira y encaminarme en dirección a Vegadeo. Comencé a sentir el frío de estas tierras y a ver la rivera del río Eo, la carretera le bordea dejando ver la belleza de la vegetación, sus aguas cristalinas, los cotos de pesca y de caza. Mientras más cerca me encontraba mayores eran las emociones agolpadas en mi pecho.
Llegó el momento de entrar definitivamente en Asturias, pasar el puente sobre el río y ver la antigua aduana de Asturias a la derecha, donde hace años escuché a mi abuela decir “terra nosa” y así mismo ella también escucho a su padre en el mismo lugar cuando volvieron después de la guerra. Hoy no venia ninguno de ellos que lo repitiese pero mis oídos no cesaban de escucharlo y mi corazón de repetirlo.
Dejando a Vegadeo atrás ya sólo restaban minutos para ver la Villa de Castropol. Llegue a San Roque y entré por la avenida franqueada por arboles que forman un túnel mágico de cuentos de hadas y encantos, de inmediato me desvíe para pasar frente el Palacio de Valledor, continuando por detrás de Villa Rosita, hasta que ya con lagrimas en los ojos tenia de frente la casa de la abuela. Ella no estaba, ya no se asomaba en la galería a lanzar migajas de pan a los pajarillos, pero muy bien que la podía ver asomada.
Asturias es una damisela enamorada al ritmo de la gaita, una tierra que encierra la magia cautivadora del paraíso encantado que cautiva el corazón del que logra ver su desnuda belleza, esa que se esconde en ocasiones tras la niebla que solo deja ver con recelos su silueta dibujada sobre el lienzo del cielo o de la mar y en otras ocasiones se descubre ante el sol brillante para dejarse galantear por los suspiros de quien la ve en su mayor esplendor.
Aquella noche volví a dormir como un niño y a despertar como aquella primera vez, la niebla que subía de la ría entrando por la ventana creando un ambiente perfecto para transportar a cualquiera en el tiempo, las gaviotas cantando posadas en los tejados de pizarra, lo único que en esta ocasión no se escuchaba la voz de la pescantina gritando “hay pescau vivu” o de la señora que traía las piñas de pino para la estufa de leña. Las cosas han cambiado en la practica de hacer la vida. Pero sin duda Castropol continua galante y señorial recostado sobre la ría enamorando a quien entra por sus calles donde se abre el corazón de su gente para abrazar al caminante de paso o que vuelve, al veraneante que repite, o los que nos sentimos parte desde la distancia, aunque nos medien siete mil kilómetros.
Ahora he vuelto a contar nuevamente los días para volver.
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