Escritos en la guerra
En LA NUEVA ESPAÑA de hoy Tino Pertierra nos aborda la conciencia, haciéndonos pensar y recordar con su artículo "Páginas heridas por la guerra para los tiempos de la posverdad". El autor nos da un somero paseo sobre algunas de las páginas del libro "Escritos en la guerra", de los asturianos Mónica Rodríguez, Gonzalo Moure y otros cinco escritores más. Suficiente como para trasladarnos en el túnel del tiempo hasta los escenarios comentados por los autores. Escenarios que, a los más mayores, nos harán recordar algunos pasajes vividos, si no de la propia guerra sí de la dura posguerra. Con este artículo, Pertierra hizo que mis pensamientos se trasladaran a la reciente lectura de "escritos en la guerra", en su primera edición de septiembre de 2021, para después reavivarme aquel sentimiento que las guerras despiertan dejándolo arraigado por muchos años: El miedo.
Ya habían pasado veinte años desde que se había acabado la última contienda nacional con sus horrores, pero algo dentro de mí parecía mantenerla viva como si la hubiese vivido, haciendo que el miedo siguiese aún anidado dentro de mi alma de niño.
...Aquel 10 de agosto fui con otros niños a la cercana fiesta de San Lorenzo, al lado de la playa de Penarronda. Recuerdo que mi bolsillo iba caliente. Llevaba dentro de él cogida con mi inocente mano una moneda de cinco pesetas. Ya en la fiesta, mi mano seguía aferrada al tesoro y mi mente me decía: "No la gastes que te quedas sin ella". No tardé mucho en sucumbir a la tentación comprándome un par de chicles Bazoca. El importe de la transacción ascendía a una peseta. María, desde su tenderete de madera portátil me devolvió el cambio. Recogí la mercancía, me di la vuelta y conté los sobrantes. Sentí una humana alegría al comprobar que aquella buena mujer me había devuelto cinco rubias (monedas de peseta). La vida me sonreía. Mi conciencia comenzó su lucha conmigo tratando de que devolviese aquella moneda que no era mía, pero a pesar de los pesares regresé a casa con el mismo dinero con que había salido. Mi entendimiento no paraba de recordarme que estaba obrando mal, pero mi afán egoísta me impidió contárselo a mi madre.
Al séptimo día mi conciencia no daba tregua, siguiendo agobiada, trabajando sin descansar. Mi madre me mandó a buscar recados a Casa del Manteleiro. Salí raudo tratando de ser obediente, como siempre nos mandaban. Nada más terminar el fangoso camino y abordar el asfalto de la carretera general me encontré de bruces con la pareja de la Guardia Civil. Me impactaron sus correajes y tricornios negros azabache y sus capas abanicadas al caminar dejando ver las culatas de sus fusiles. Algo me dijeron con una sonrisa. Miré al suelo sin contestar y, como ellos, seguí mi camino. Estuve haciéndome el remolón un rato hasta que los guardias desparecieron de mi vista. Fue entonces cuando tomé el camino de vuelta a casa. Al llegar me dijo mi madre: "Ya estás aquí, hijo, volviste pronto". Se quedó una fracción de segundo mirando para mi pantalón corto sujeto con un solo tirante, al tiempo que me preguntaba: "¿Y la compra?". En medio de unos sollozos, abrazado a mi madre, como pude le dije: "Mamá, es que me oriné".
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