¿Las guerras irán con nosotros o solo afectarán a otros?
El Homo sapiens tiene el destino del mundo en sus manos y encima es maligno, frágil e indefenso. Aunque piense todo lo contrario e intente justificarse cubriéndose de engaños, disimulos y presunciones. Y si no, amigo lector, métete en las hemerotecas y podrás ver en sus andanzas al todopoderoso presidente de los EE UU de América, Joe Biden, dando un traspié antes de salir a trompicones agarrándose a la barandilla de la escalerilla de su jet tratando de mantener el equilibrio para dar la impresión de seguridad y fortaleza ante el mundo entero que lo está viendo. O al presunto debilitado estado de salud de Vladimir Putin, tan bien ocultado por su séquito protector y por él mismo disimulado, marcando paso marcial con su brazo derecho pegado al cuerpo cual pistolero presto a desenfundar. O al chino Xi Jinping, erguido como un varal, dando la impresión de solo estar preocupado por mantener el pulso en la calle y fuera de ella. Al presidente Sánchez, a la presidenta Ayuso, y demás gobernantes y opositores. A los directores generales y presidentes de bancos, cajas y grandes trusts. A los mandatarios de los demás países, así como al resto de humanos colocados por el orden que se nos antoje. Eso sí, entre todos no puede faltar mi amigo el pesado jubilado Bras Silva.
Todas estas observaciones parecen indicar que el hombre vino al mundo sin humildad, para perpetuarse acompañado de su incombustible soberbia por los siglos de los siglos. Soberbia que adquiere con rapidez, cual dios de turno, y que solo va soltando a base de los correctivos que le da la vida sobre su propia piel.
Deduzco lo expuesto después de oír hoy en A Ribeira a mi amigo jubilado, Bras Silva. Bras, apoyado en la barandilla de la dársena, mirando fijamente a la Berlinga que crece de día en día y que casi permite llegar a pie hasta el mismísimo Castropol. Bras, dijo a los pocos allí presentes (el muelle cada vez está más desierto) que quisimos oírlo:
“Dicen los que saben que el primer antecesor de todos nosotros, el llamado Khoisan, surgió en África hace unos doscientos mil años, allá por una región de la Botsuana de los elefantes aquellos, ¿os acordáis?... El personaje aparecido nos hace ver la historia que surgió después de un proceso evolutivo de millones de primaveras. Esa descomunal longevidad trasmitida de generación en generación desde su aparición sobre la faz de la Tierra le permitió contemplar las obras por él inventadas, que no pararon de surgir desde entonces hasta nuestros días, haciéndole ello hincharse y dar golpes de pecho de orgullo y poder reflejado en la cara de sus semejantes, igual que su pariente el gorila. Sin embargo, su mente colosal no parece estar preparada para creer y admitir un balance real y positivo de su paso por la Tierra. A día de hoy su modus vivendi, diseñado en su cerebro, parece ir a piñón fijo igual que siempre. Si se tomase la molestia de mirar hacia atrás, probablemente su manera de proceder le inquietaría y su comportamiento y consecuencias serían distintos. Le empujarían a ser mejor para sus semejantes con los que convive y, como consecuencia, mejor para él, para que su conciencia se quedase más relajada. Afecta ese ego más a la parte de esos mortales que nos toca vivir en la zona terráquea que denominamos “El Mundo Rico”. El de mejor nivel de vida, el de los que están situados en el más arriba y mandan moviendo soterradamente los hilos a su antojo respetando solo lo justo, al filo de la ley, la justicia y los fines sociales y económicos de los demás para enriquecimiento propio. Esa rica época que empezó a contar y a crecer a marchas agigantadas para muchos poco a poco desde hace más de setenta y cinco años, coincidiendo con el final de la Segunda Guerra Mundial, y haciéndolo ahora a toda velocidad para llegar a la riqueza sin sopesar los medios.
Téngase en cuenta que actualmente las actuales guerras no son muy grandes (la mayúscula hoy es la de Ucrania); además de ser menos numerosas que las libradas en el siglo XX. Sin embargo todos los países, ricos y pobres, se empeñan en invertir cada vez más en armas. Será para defenderse o persuadir a la guerra para que no se acerque, o para enriquecerse los que producen esas máquinas de matar. No lo sé... Lo cierto es que las confrontaciones generan cada día más pobres y, al mismo tiempo, más ricos. ¡Qué controversias!
Nosotros, los humanos, mal que nos pese, todo parece indicar que llevamos encerrada dentro de nuestros genes a la peor de las alimañas. Ese bicho no duerme, está en acción siempre, sin parar, al acecho. Lo hace de la mano del hombre desde que puso su pie sobre la Tierra. Surge de repente y cuando menos se le espera para destruirlo todo a su paso. Impulsado por causas promovidas por envidias, acumulación de poder, riquezas, razones ideológicas, políticas étnicas, religiosas, territoriales; promovidas muchas veces a base de bulos mezclados con falsos testimonios o sabe Dios qué. Pero tanta responsabilidad tiene el que lanza misiles como el que deja caer bulos.
Dicen que el monstruo de la guerra surgió por primera vez hace unos diez mil años... Casi nada. Y desde entonces sigue entre nosotros campando a sus anchas, dale que te pego y sin parar procurando hacer el mayor daño posible. Ya pensando en la siguiente confrontación antes de terminar con la anterior. Cuando nos parecía que la alimaña de las confrontaciones no volvería a visitarnos en nuestra rica Europa, pues craso error. Ahora la tenemos encendida a la puerta de nuestras casas, masacrando a muchos e enriqueciendo a pocos.
¿Cómo es posible que la mayoría de nosotros estemos solo a lo nuestro. Tan panchos, mirando para otro lado, a nuestro ombligo, o a nuestro swing; haciendo oídos sordos para tratar de no ver ni oír las consecuencias sembradas por la guerra con sus explosiones, al tiempo que seguimos protestando y quejándonos constantemente por todas las pequeñeces que nos rodean por muy irrelevantes que estas sean y aunque ni siquiera nos afecten en nada?
Y lo peor de todo esto es que no hace falta pensar mucho para saber lo que traen las hostilidades: Siempre acompañadas de hambre, desgracias, miserias, sacrificios, abusos e injusticias y algún que otro invento nuevo para llevarnos a más progreso no falto de beneficios, faltaría más.
Pero las guerras no van con nosotros. Las miserias, inseguridades, abusos e injusticias, subdesarrollo y generaciones perdidas, que traen de la mano, no son compensadas con los inventos que surgen, pero no nos afectarán ya que aquí no llegarán nunca. Y, si llegan, solo afectarán a otros que no somos nosotros...”.
Callados, nos quedamos escuchando en la cabeza el run run de Bras, del que creo que todos los allí presentes, por mayores y sensibles y no por otra cosa, no hemos perdido ni ripio. Después, pensativos, casi sin despedirnos de él, cada uno tomamos nuestro camino de vuelta a casa, con expresión triste y con la cabeza ocupada, quizá dándole vueltas a su diatriba... ¿Estará a punto de estallar una gran conflagración que se lleve por delante a millones de personas, para que las que queden puedan vivir felices unos años más hasta que el ciclo se repita? O, a lo mejor, ¿las guerras irán con nosotros o solo afectarán a otros?
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