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Castropol, Pueblo Ejemplar de Asturias

Cernuda, pájaro enfermo en Castropol

Cernuda, pájaro enfermo en Castropol

La Nueva España 13/enero/2013                 Chus Neira

 

Esta mañana el pueblo ha amanecido «en capuchonado de una oscura nube henchida de lluvia». Las calles siguen «empinadas y gri­ses», se percibe el «aire de rota melancolía» y la «cotidiana trinidad de tinieblas, lluvia y vien­to» preside todavía los días de Castropol como el poeta sevillano Luis Cernuda aventuró que seguiría sucediendo en el ya lejano 1937. Eso escribió aquel año en Valencia en su relato «En la costa de Santiniebla», dos años después de haber pasado las primeras semanas de agosto en el occidente asturiano como responsable de fas Misiones Pedagógicas. Ahora, cuando se cumplen en este 2013 (5 de noviembre) cin­cuenta años de su muerte, su paso por Castro­pol sigue vivo. Al menos, en forma de huella literaria, en un relato que exalta la melancóli­ca belleza del lugar y que también ha servido para que el Ayuntamiento organice una ruta li­teraria que la bibliotecaria Manuela Busto muestra con un optimismo que contrasta con las sombrías metáforas del sevillano."

Aunque el personaje de «Santiniebla», nombre con el que Cernuda disfraza Castro­pol en la ficción, afirma en el mismo arranque del relato que no sabe «qué endiablada ocu­rrencia le llevó allá aquel verano», los motivos del viaje real del poeta a Asturias están claros.

Aquel año de 1935 se había celebrado en Ma­drid el Segundo Congreso Internacional de Bi­bliotecas y Bibliografía, en el que María Moliner había presentado una ponencia sobre la Biblioteca Popular Circulante de Castropol (BPC). Se trataba de un organismo impregna­do del espíritu de la Institución Libre de Ense­ñanza que pretendía ser un centro de cultura viva para el pueblo, fundado por el círculo local de liberales, con Vicente Loríente a la ca­beza.

Para el núcleo madrileño vinculado a las Misiones Pedagógicas, la BPC era todo un ejemplo, y la represión que empezaba a sufrir ese año, como recoge Antonio Rivero Taravillo en su biografía sobre Cernuda, provocó una fuerte reacción. El misionero e historiador local Luis Legaspi Cortina también ha plasmado en su volumen sobre la BPC algunas de las reacciones de Luis Vicéns, Lorca, Salinas y Ba-roja en defensa de la Biblioteca Popular de Castropol después de que el Ayuntamiento ex­pulsara al organismo del local que ocupaban para dárselo al partido de derechas Acción Popular.

La BPC era, pues, conocida y respetada en Madrid y el Patronato de Misiones ayudaba al organismo prestándole toda la ayuda que po­día, que en aquel verano de 1935, como deta­lla Xabier F. Coronado en su libro sobre la BPC. Consistió «en la donación de un epidiascopio (proyector de cuerpos opacos), un am­plificador y un micrófono y nuevos acumula­dores de comente que permitieron hacer sesio­nes de cine y audiciones en lugares en los que no existía fluido eléctrico». Junto al material, las Misiones también apoyaron la Biblioteca con actividades, y a Castropol mandaron el «Guiñol del Patronato», del que se encargaría el pintor Miguel Prieto, y al poeta Luis Cernuda, responsable de las charlas y lecturas que acompañaban el programa, donde también ha­bía proyecciones y audiciones.

Rivera Taravillo precisa que aquel verano Cernuda tenía previsto salir de Madrid entre el 10 y el 12 de julio y no volver hasta finales de agosto. Con certeza, el 20 está de excursión en León, y del 28 de julio al 2 de agosto, en Villablino, donde, dos días antes de su primera charla en Asturias, en «Quinta Paleiras» (Vegadeo). Se hace fotografiar a orillas del Sil, sentado en unas piedras, leyendo un libro, aca­so uno de los «viejos tomos desemparejados de las obras de Shakespeare que contenían "The tempest" y "A rnidnight summer’s dream"» que el protagonista de «Santiniebla» lleva consigo en su viaje.

Masip, que ha estudiado y escrito amplia­mente sobre el paso de Cernuda por el Occi­dente, los sitúa en Puerto de Vega, donde Prieto habría sido fotografiado según docu­mentación de una gran muestra que se le dedicó hace pocos años. Rivero Taravillo su­pone, por su parte, que la excursión de los misioneros podría haber seguido por Sahagún y Riaño.

Aunque según Luis Legaspi el paso de Cernuda por Castropol fue más el de «un se­ñorito», no muy implicado en las activida­des, lo cierto es que hubo algún contacto más. «La amistad entre Loríente y Cernu­da», escribe Xabier F. Coronado, «continuó en Madrid, en donde se reunían a menudo con otros escritores y artistas. Prueba de ese afecto es una carta postal que Luis Cernuda envía a Vicente Loríente al Centro de Estu­dios Históricos en la que se hace referencia a una de esas reuniones. La carta, fechada el 24 de abril de 1936, dice: "Gracias, querido Loríente, por la cariñosa felicitación, que es­timo y recordaré cuando recuerde aquella reunión con los amigos de mi obra. Afectos de Luis Cernuda"».

Un año más tarde, entre el 26 de agosto y el 4 de septiembre, según fecha Rivero Taravillo, Cernuda escribe en Valencia «En la costa de Santiniebla», que publica en el nú­mero 10 de «Hora de España».

El relato, como se ha dicho, es en parte un trasunto de la estancia de Cernuda en Cas­tropol: un escritor se encuentra pasando unos días en Santiniebla, entre bruma y melanco­lía. Viaja en ocasiones a Peñapol (trasunto de Ribadeo), y pasa sus días con cierta abulia. Una mañana, malhumorado el protagonista con el ruido «de las almadreñas que calza­ban unas mujeres, quienes con su herrada en la cabeza y charlando en su jerigonza verná­cula subían la empinada senda sobre la que se abría mi ventana», siente de pronto las notas de la «Sonata a Kreutzer». Se sabe que la Biblioteca celebró el centenario de Beethoven y que Matilde Penzol, la esposa de Lo­ríente, tocaba el piano. Acaso fueran notas reales filtradas desde la casa del matrimonio, junto a «Villa Rosita», hasta el hotel Guerra. La otra posibilidad es que, como en el rela­to, procedieran del gramófono de otro visitante. El compañero del protagonista en el relato de «Santiniebla» es Demetrio V***. Antonio Masip lo ha identificado con Dáma­so Alonso, que también pasaba temporadas en la zona, alojado en el hotel Argentina, en la parte baja de la cuesta justo donde paraban los autobuses que tuvieron que traer a Cer­nuda hasta la villa en aquel año. Aunque Ri vero Taravillo descarta que hubiera tanta re­lación como para que se colara en el relato. Masip mantiene que la enemistad probada entre Cernuda y Dámaso queda reflejada en las pullas que se lanzan los personajes y en el diálogo en el que se preguntan sobre ami­gos comunes en Madrid, donde estarían re­flejados, con nombres falsos Lorca (Hermógenes) y Alberti (Héctor).

El protagonista pasa su días dando vuel­tas, acudiendo en ocasiones al «cafetín» del pueblo, instalado en aquel año, según relata Luis Legaspi, en la plaza del Ayuntamiento donde hoy hay una sucursal de Caja Rural, regentado por un comunista, precisa. Allí, unos tragos le hacen descubrir una belleza mas  profunda en el melancólico paisaje  castropolense,  hasta el punto de afirmar que   “ poco accesible será a la naturaleza quien no sienta sus pupilas enturbiadas por las lágri­mas”. Porque, a pesar de no encontrar el sol andaluz, Cernuda llega a aplaudir, en boca del otro personaje y con cita de Unamuno, este clima «de grandeza y hermosura poco comunes» frente a ese Sur «para tenderos en­riquecidos». Una cita que bien podría susten­tar hoy en día una campaña turística.

Las idas y venidas del personaje, que en­ferma de sus empeños en pasar desnudo las mañanas entre los arenales cercanos, segu­ramente en la playa de la Fuente, acaban cuando un marinero los descubre hablando de esa presencia «dramática» en el aire y les relata lo sucedido «cuando la última Gue­rra Civil». Aquí la ficción autobiográfica da un quiebro y se convierte en relato fantástico. En pleno 1937 Cernuda plantea un cuento futurista en el que la contienda ya ha acabado y aquel vecino les explica horrorizado cómo los hombres del pueblo fueron asesinados lanzándolos al agua con piedras amarradas a sus pies.

En Castropol hubo represión, coinciden todos los entrevistados. Sin embargo, los fusilamientos se realizaban en el cemente­rio. Del otro enfrentamiento puntual, en ju­lio de 1936. Cuando entraron los naciona­les, hubo diez muertos. Legaspi recuerda bien que en los días anteriores se anuncia­ba «ciérrense puertas y ventanas, que llegan los mineros», y que él buscaba un hueco pa­ra verlos, pensando que serían «marcianos o dinosaurios». Aunque los milicianos guardaban el puerto, los nacionales entra­ron por carretera.

Nada de esto tiene que ver con los críme­nes del relato de Cernuda. La novelista as­turiana Ana Rodríguez Fischer, que emplea parte de estos materiales en su reciente no­vela «El pulso del azar», supo de Cernuda por Rosa Chacel y la amiga común de los dos. Concha de Albornoz, con casa en Luarca. Rodríguez Físcher cree que Cernu­da trataba de homenajear al frente Norte que acababa de caer y que sucesos simila­res de ahogados podría haberlos escuchado en Barcelona.

En parecida clave fantástica a la del rela­to se pueden también explicar esos muertos y esos horrores como una «anticipación» de Cernuda, ejemplo de literatura reveladora y profética, de los horrores que un año des­pués, en 1938, sucederían allí cerca, en el campo de concentración de Arnao, en Figueras, que funcionó hasta 1943.

Para saber mas:


A pesar de la depresión, Cernuda aplaudió la belleza poco común

Cernuda y Castropol - La Nueva España - Diario Independiente de


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