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Castropol, Pueblo Ejemplar de Asturias

Colaboraciones

Controversias

6 de Enero del 2022 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

En toda la vieja Europa, donde se encuentran España, Asturias y mi pueblo, ocurre lo mismo con respecto a temas laborales de casi todas las profesiones. Sobre todo, en las más solicitadas.

Si tienes una fuga en tu baño o cocina, date por ahogado, si es que persistes en no marcharte de casa. Al fontanero lo llamarás inmediatamente y si tienes suerte se puede poner al teléfono para decirte: “Mira, hasta la próxima semana no tengo un hueco aunque se caiga el mundo”. ¿Qué me dices si a los automáticos que controlan la electricidad en tu casa les da por bajarse constantemente? Pues el chispa, si es que lo localizas, te contestará algo que, traducido, querrá decir que comerás durante una semana pan, galletas y latería hasta que pueda venir a arreglarte el cortocircuito originado por la vitro. Y si viene un viento veloz del Sur, como el que tenemos estos días, y te arranca una ventana, como a mí me pasó, ¿qué haces? Llamar al carpintero, claro. Si tienes la suerte de localizarlo, en principio respirarás, para desesperarte después cuando te diga, por ejemplo, que está trabajando en una cafetería que pretenden abrir para el año nuevo que viene y que... si quies arroz, Catalina.

Todas estas palpables meditaciones me las despertó y puso en marcha hoy a primera hora mi consuegro de Granada, contándome lo que le estaba sucediendo. Es muy mayor Rafael, ronda ya los 90, pero tocante a pundonor y empuje pocos jóvenes le ganan, rompiendo ese viejo dicho popular de que los andaluces son desertores del arado, aunque después de lo que les voy a contar permítanme que casi no lo dude. Hasta que lo respetó la salud iba al huerto de sus cien olivos al frente de una cuadrilla de temporeros, trabajando toda la jornada codo con codo a su lado. Para después él mismo guiando su tractor llevar el fruto a la almazara de la cooperativa para transformar el fruto verde en oro líquido. Todos los años y desde hace unos cuantos me hace llegar cuatro garrafas de aceite de oliva virgen extra, acompañadas de una nota en la que no falta su dicharachera gracia. Todo parece apuntar que probablemente no me regale más, pues hoy me contó que lo había llamado Juan, el guardés de su finca, que le ayuda desde toda la vida a cuidar los olivos. Entristecido le dijo que, como todos los años, llevaba días intentando reclutar gente para la recogida de la aceituna y que no había conseguido encontrar a nadie, y que para hacerlo él solo y su mujer (ambos jubilados) les iba a resultar una labor harto imposible.

La salud precaria de mi consuegro le amenaza cada día, pero, conociéndolo, lo ocurrido hoy me temo que le pase una factura tan grande que será incapaz de digerir.

¿Cómo es posible que un gran país como es el nuestro, con demanda de tantos oficios y profesiones, ofrezca una tasa de desempleo del 35,4% en Asturias, entre jóvenes de entre 20 y 24 años, y mi ventana sin arreglar?

Tampoco se comprende cómo es factible que pueda ocurrir en Andalucía, donde esa misma ratio es del 39%, y que las aceitunas de mi consuegro Rafael estén pasándose de maduración en el árbol, esperando por quien probablemente no vendrá a recolectarlas... ¡Algo está fallando en medio de tanta controversia!

¿El trabajo se da?


La Nueva España

26 de Octubre del 2021 - Antonio Valle Suárez (CASTROPOL)

Recuperada la paz y dejado un poco atrás aquel inmenso miedo que arrastramos más de un año desde el comienzo de la maldita pandemia, los jubilados vacunados seguimos sin fiarnos de ese malvado bicho. Al menos los cinco que salimos al diario paseo mañanero lo seguimos haciendo con las mascarillas tapándonos la boca, y si las quitamos guardamos por lo menos dos o tres metros de separación entre cada uno, por si las moscas. Esa separación, sumada a nuestros años, hace que el oído se vuelva perezoso y para enterarnos bien de cada conversación hemos de gritar -unos más que otros- más de lo debido cuando hablamos, si es que no queremos que los demás digan a cada momento: ¿cómo dices, ho? Hoy, como casi siempre, Bras se apoderó de la voz cantante. Yo en su lugar, si fuese un orador como lo es él, probablemente haría lo mismo. Nos arengó todo el recorrido de ida y vuelta. Tanto fue así, que ni tuvimos tiempo a tomarnos el chiquito de rigor. Nos sermoneó a conciencia:

"¡Le estoy muy agradecido! ¡Me ha dado trabajo! ¡Da trabajo a mucha gente! ¡Gracias a que dan tanto trabajo...! ¡Nunca se lo llegaré a pagar, nos dio trabajo! ¡Le debo tanta obligación, pues le ha dado trabajo a mi hijo! ¡Dios nos libre que nos falte, da tanto trabajo! ¿Quién no ha oído infinidad de veces frases iguales o semejantes? El trabajo ya está marcado en la frente del hombre, condenado a practicarlo desde que fue expulsado del Paraíso Terrenal por el Creador, que le dijo: 'Ganarás el pan con el sudor de tu frente'. La mujer, su compañera ya entonces, solo fue condenada a marcharse con él. Aunque la penitencia a aquel pecado también la llevaba encima... Hoy, quizá pasados millones de años desde entonces, ella también está redimiéndose de aquel pecado. ¡Como si no hubiese dado golpe en toda su vida! ¡Como si parir, cuidar y educar a sus hijos, cocinar, hacer todas las demás labores de la casa no fuese un arduo y suficiente trabajo! Sí lo es, y gordo, pero sin salario alguno. Desde hace unos lustros las sacrificadas madres además de todos esos trabajos sin salario también, por unas u otras razones, se sienten empujadas a salir de sus casas a trabajar igual que el hombre. Esos trabajos que desarrollan ambos, tanto físicos como intelectuales, lo venden a cambio de dinero, ¿o no?... Sí es así, ¿quién es el que da el trabajo? A poco que penséis, si es que pensáis algo -nos dijo con mirada penetrante-, si alguien lo da es el trabajador, ¿o no?.... Nadie nos da nada. Todo en este planeta, desde que el mundo es mundo, es un intercambio de conveniencias donde siempre está la busca de intereses con el pan de por medio a cambio...".

Ya de vuelta a casa trato de leer la prensa sentado en mi jardín. No soy capaz a concentrarme. Mi mente sigue pegada a las reflexiones de Bras, que retumban en mis usados oídos. Un auténtico azote es este Bras. En fin que, según lo que nos cuenta, deduzco que nos demandan trabajo a cambio de dinero y, si nos lo pagan, nada nos deben. Lo mismo que si nosotros aportamos el trabajo que nos demandan, a condición de que nos paguen por ello, pues nada debemos... Claro, claro, el trabajo se compra y se vende... No hay vueltas que darle, va a tener razón Bras. El trabajo no se da...

¿Envidia o indiferencia?

 

6 de Junio del 2021 - Antonio Valle Suárez 

"Envidia sana". Una expresión en boga que se oye muy a menudo desde hace un tiempo. Si se analiza teóricamente, parece un eufemismo poco afortunado, ya que la envidia es envidia por todos sus costados como quiera que se la mire. Está incluida dentro de los llamados siete pecados capitales y, por tanto, a simple vista, no parece ni sana ni buena. Por supuesto que también son muy respetables aquellos que, aplicando las tesis basadas en las imaginarias hipótesis que estimen, se decanten por otras interpretaciones. Puede ocurrir que los más teóricos pensantes defiendan que "envidia sana" es un error semántico de los grandes. Por el contrario, otros más imaginativos se decantarán por defender con uñas y dientes esa misma "envida sana" diciendo que es pura e inocente a todas luces. Concretamente, un íntimo amigo mío, maestro en el uso de las palabras, defiende que cuando uno goza con hechos o comportamientos en la piel de otras personas puede exclamar sin ruborizarse y sin molestar al prójimo diciendo: "¡Qué envidia! No te digo nada si lanzo la expresión 'envidia sana'", me dice. Allá cada cual con sus interpretaciones, digo yo.

En el curso 2012-13 nació en el IES Illa de Sarón, de Xove, un ciclo superior de FP enfocado a nutrir de operarios altamente cualificados a la factoría cervense de Alcoa. Los gallegos, con fama de previsores, no conformes solo con eso, años más tarde se dieron cuenta de que la fábrica de aluminio a la que iban destinados la mayoría de los formados podía hacer aguas. Por ello, en los dos últimos cursos se decidieron a implantar otro ciclo conocido coloquialmente como "Metais y Plásticos" (en dicho módulo se forman especialistas en trabajos con fibra de vidrio). Dicho ciclo va destinado a la industria eólica, aeronáutica y naval. La pujanza de los astilleros que hay en el Occidente de Asturias y en A Mariña de Lugo, convertidos en punteros a nivel mundial, les hizo ver que necesitan desesperadamente a profesionales que dominen el manejo de la fibra de vidrio para componentes y para fabricar los cascos de sus demandadas embarcaciones con ese material. En el mercado actual, tristemente, hay escasísima oferta de esos profesionales. Por si fuera poca la previsión de nuestros vecinos en cosas tan serias como el empleo laboral, actualmente la Xunta, por medio de la Fundación Pedro Murias, en Ribadeo, al otro lado de la Ría del Eo, dio un paso más al frente. Allí están impartiendo el "Grado de aprovechamiento y conservación del medio natural", ofreciendo al mismo tiempo la FP dual como garantía de inserción laboral. Los alumnos formados en Pedro Murias estarán preparados para nutrir la creciente demanda de empleo por parte de empresas forestales, ganaderas y agrícolas de la zona.

No sentiríamos envidia ni daríamos importancia alguna a estas FP que imparten nuestros vecinos si no fuese porque aquí, en nuestro occidente de Asturias, carecemos de formaciones públicas tan concretas como las de ellos para proveer de mano de obra cualificada a las empresas forestales, ganaderas, agrícolas y de construcción naval que la demandan. Empresas que, sin ningún género de dudas, son el motor de la economía del occidente de Asturias, que da a la clase trabajadora y a su zona de influencia un bienestar económico y social envidiable para muchos.

La envidia que personalmente siento no creo que sea de la buena precisamente, he de confesar que la padezco ahora mismo en mi piel lo mismo que muchos otros ciudadanos de aquí. Me invade, puesto que deseo para nosotros, los habitantes del occidente de Asturias, esos imprescindibles grados de FP que la Xunta de Galicia está practicando y ofertando al otro lado de nuestra hermosa y cacareada ría, invitando a formarse a los jóvenes en edad de trabajar que lo deseen. Lo digo porque en el listado de cursos impartido por el Consejo de Asturias de la Formación Profesional no veo que se oferte nada tan concreto, ni siquiera parecido, a los que ofrece la Xunta de Galicia. Así que, a la vista de los razonamientos expuestos, no puedo menos que preguntarme:

¿El Gobierno y la oposición que forman nuestra Junta General del Principado no sienten envidia, o quizás indiferencia, hacia las ejemplares enseñanzas de nuestros previsores vecinos gallegos?

¡Ay, nuestra hermosa ría del Eo!

La Nueva España » Cartas de los lectores » ¡Ay, nuestra hermosa ría del Eo!

18 de Abril del 2021 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

Muchas veces de niño he oído que mis abuelos querían poner de nombre Joaquina a su hija recién nacida, que después fue mi madre. Pero sus padres, mis bisabuelos, lucharon para que la bautizasen con el nombre de Laureana. A fe que mucho debieron de bregar, pues lo consiguieron. La niña llevó toda su vida en los papeles el triunfal nombre de Joaquina Laureana. Pero, a pesar de todo, siempre se la llamó y conoció por Joaquina. El segundo nombre, que solo conocíamos algunos de la familia, solo le sirvió para líos burocráticos.

En primer lugar, aprovecho para dar la enhorabuena a todas aquellas personas y equipos que con sus esfuerzos han logrado oficializar en los papeles un segundo nombre a nuestra ría de toda la vida, ría del Eo. Aprovecho para apostillar que mi experiencia al respecto me dice que, en ambas orillas, gallega y asturiana, desde hace más de sesenta años, siempre he oído llamarla “a ría del Eo”. Es más, la orquesta “Capri”, de Vegadeo, en los años sesenta del pasado siglo, contaba en su repertorio con aquella canción que decía, creo recordar: “Ay, ría del Eo, qué bonita estás desde Vegadeo hasta Figueras”...

Tanto gallegos como asturianos, que, según el dicho, somos primos hermanos, agradeceríamos que no cesasen en su lucha. Una lucha que ahora solo debería ir encaminada a presionar a quien corresponda para que nuestra Ría sea cuidada. ¡Qué pena que en las recientes pasadas “vacas gordas” no hubiésemos luchado con ahínco hasta conseguir parte del dinero que generosamente repartía la CEE entonces para destinarlo al cuidado de nuestra ría! A dragarla, a limpiarla de la arena que diariamente se acumula.

A causa de tanta arena, que aumenta día a día, ahora muchos nos tememos que más pronto que tarde desaparezcan sus canales sepultados por la gravilla, convirtiéndose toda la ría en un desierto como la gran Duna de Pilat, en la Aquitania del golfo de Vizcaya, cerca de Arcachón.

Cuando eso ocurra probablemente lucharemos gallegos y asturianos para hacer que desparezca de los papeles el nombre de tal presunto desierto, bastante más desagradable y dañino que nuestra hermosa ría.

Aunque lo peor sería que tantas luchas al final no valiesen para nada, como les pasó a mis bisabuelos, los abuelos de mi madre.

 

Acuérdese del gallo de Morón

9 de Abril del 2021 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

No hace mucho LA NUEVA ESPAÑA nos despertaba con el siguiente titular: "Ante la jueza tres detenidos por vaciar las cuentas de cinco médicos asturianos". El diario nos daba cuenta de que les habían clonado las tarjetas desde Cataluña para estafarles 103.000. ¡Parece increíble! ¿Verdad?

Lo cierto es que estas noticias si no nos afectan directamente a nosotros, o el bombazo no nos cae muy cerca, hasta pasamos de ellas. Pero cómo nos sentiríamos si nuestras cuentas bancarias sufriesen en menos de veinticuatro horas ataques que mermasen o hiciesen esfumarse, en parte o todos, nuestros ahorros.

Esos ataques parten de algún "cracker" de los que tanto abundan hoy día, dando disgustos al honrado ciudadano y, también, cómo no, sembrando el pánico en empresas de todo tipo y condición que caen en sus arteras redes.

Seguramente, si nos toca a nosotros algún día, nos sentiríamos con la misma sensación de impotencia que siente aquel ciudadano al que entran en su casa a robar. A robar, sí, tanto como si lo hacen con violencia o amparándose en el descuido.

A mí, de momento, nada de eso me ha ocurrido en propia piel, toco madera. Pero sí cayó el bombazo esta vez muy cerca de mí. Cayó en la figura de mi buen amigo y excompañero de trabajo en banca... (no quiere que publique su nombre, es de esas buenas personas que aún quedan que tienen mucho miedo a estas cosas. Quizá tenga razón, en cierto modo el miedo nos protege, no en vano dicen que guarda la vida). Este amigo, sin nombre, acudió a mi casa a contármelo personalmente y a demostrarme con la documentación que justifica las operaciones que les cuento.

En menos de veinticuatro horas, a caballo entre dos días del pasado febrero, comenzó a recibir SMS con peticiones solicitándole conformidad a operaciones bancarias no realizadas por él. En ese mismo espacio de tiempo en su cuenta corriente entraron doce cargos por importe cercano a los mil quinientos euros, realizados desde una provincia en la que nunca había estado. Esos importes fueron adeudados en su cuenta corriente sin su autorización.

A mayores, en su cuenta de ahorro en la que no tenía vinculadas tarjetas ni domiciliaciones, por el sistema de pagos y cobros denominado Bizum le birlaron de un solo golpe quinientos pavos más.

Asimismo, le usurparon los datos de su tarjeta de combustible para adeudarle casi mil euros. Curiosamente los conceptos de estos cargos correspondían, además de facturas por combustibles, a compras en una farmacia, en perfumerías y otros comercios. Uno de esos cargos importaba seis euros -esto se llama aprovechar las migajas.

Los pasos del proceso, que me atrevo a llamar kafkiano, parece ser que empezaron después de malas coberturas en la red de su teléfono móvil, amén de quedarse sin línea y sin internet de vez en cuando. Todo esto mosqueaba a mí amigo, empujándolo a desconfiar.

Días más tarde se enteró de que alguien había solicitado en su nombre a la empresa telefónica, un duplicado de la tarjeta SIM de su teléfono móvil. A partir de ahí, parece ser, comenzó todo el calvario.

Comunicó a su entidad bancaria lo que estaba sucediendo.

Al día de hoy tiene la suerte de haber recuperado todo el dinero retirado de sus cuentas en su entidad bancaria. No así los correspondientes a la tarjeta del combustible que ni por activa ni por pasiva quieren devolverle. Así que tiene interpuesta la correspondiente denuncia contra ellos, por medio de su Ayuntamiento, que intermedia ante las autoridades competentes. Está en espera de resultados positivos. Aunque ello ofrece serias dudas ya que en las tarjetas bancarias y de otras empresas relacionadas con todo tipo de dinero figuran coletillas que dicen más o menos: "...el titular se obliga a custodiar esta tarjeta y es el único responsable en caso de extravío...".

Después de toda la odisea sufrida, mi amigo está convencido de que lo peor de todo es que nadie le va a devolver las horas de sueño que le han hurtado, producidas por los disgustos a consecuencia de tales operaciones convertidas en otros tantos golpes a su corazón. Disgustos que, sin lugar a dudas, en este caso valen para él muchísimo más que todo el dinero usurpado. Me pongo nervioso imaginándome en su piel.

Después de escuchar minuciosamente todos los detalles del saqueo, me pregunté a mí mismo: ¿Qué le pasaría a mi amigo si no acierta a andar raudo en denunciar lo acontecido? Sí, si en vez de darse cuenta cuando se dio lo hiciese una semana o un mes más tarde... O si le cayese el sambenito en un fin de semana o en un puente, cuando las oficinas están cerradas.

Sí, ya sé que a muchos de ustedes les gustaría más aquel sistema contable utilizado en los bancos hace cuarenta años, cuando llevaban los movimientos de los fondos de sus clientes apuntándolos a mano en una ficha de cartón color rosa, para después pasarlo a su libreta. Cuando se retiraba efectivo se apuntaba al debe y si se ingresaba lo anotación iba al haber. Después esas fichas las custodiaban en un cajón metálico con llave. ¡Qué bien!... Pero eso era en otros tiempos. Así que... olvídese de ese sistema que seguramente nunca volverá.

Amigo lector... le veo venir. No trate de esquivar los mencionados peligros retirando todo el dinero del banco para traérselo a su casa y custodiarlo debajo del colchón. No, no lo haga. Los amigos de lo ajeno merodean también por cerca de los domicilios y, además, si huelen pasta, corre usted un serio peligro de perderla arriesgando al tiempo su integridad física y la de su familia.

Ya sabe, nunca puede estar uno tranquilo, ni siquiera de jubilado. Así que, a la vista de los perniciosos acontecimientos, me atrevo a aconsejarle que lo mejor de todo para evitar timos semejantes, créame, es no contestar a las llamadas de ningún número de teléfono que no tengamos registrado. Tampoco abra correos sospechosos y menos crea en aquellos que le prometen que si facilita los datos que le solicitan le abonarán miles de euros en su cuenta. Pues por si ya teníamos poco con los viejos timos aún hoy de actualidad, el de la estampita y el tocomocho, se unen ahora estos.

Así que ya lo saben, no se llamen a engaño. No se fíen. No se distraigan y vigilen sus cuentas ya que, hoy día, no hay nada seguro en este mundo. No le quepa duda de que hoy puede acostarse feliz contemplando a sus ahorros de toda una vida -en forma de números en un papel del banco o en billetes contantes y sonantes, qué más da-, pero tenga en cuenta que si se descuida puede despertarse al día siguiente como el gallo de Morón, sin plumas y cacareando.

La nueva esclavitud del siglo XXI

La Nueva España » Cartas de los lectores »

29 de Marzo del 2021 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

Hoy, después de segar la hierba del jardín, en mis obligaciones de jubilado no había otra más urgente que la de ir a llenar el depósito de mi utilitario. Sigo mis viejas costumbres con la inercia de años anteriores en que disfrutaba de mejor vida, cuando al llegar la Semana Santa llenaba con ilusión el depósito de mi coche para desplazarme a la vecina Galicia, a Cantabria o a León. Hoy no puedo ir a ningún sitio de esos ni a muchos otros. Tengo prohibido el salir de Asturias. Me apetecía irme a Noreña a comer los callos, pero como Siero también está cerrado no sé bien por dónde tengo que ir. No vaya a ser que pise terrenos prohibidos, sin darme cuenta, y me sancionen...

Hay que estar muy al día. Hay que tener muchos conocimientos hoy día para no infringir las normas que nos rigen, derivadas del coronavirus. Y como no pienso ir a ningún viaje de asueto, estos días estudiaré de una vez por todas la normativa que nos impide a unos el ir, incitando a otros a venir, como es el caso de los franceses que viajan los fines de semana a Madrid para acudir a fiestas con juergas desenfrenadas. Madrid, la única ciudad de Europa abierta a todos. O lo que es lo mismo, cancha libre en la capital de España.

Todos estos problemas que tenemos encima y nos afectan por culpa de la pandemia, para el que no adolece de otros más graves, son motivo de preocupación o incluso disgusto. Pero después de observar hoy unos minutos la vida laboral que le toca vivir a un empleado de la gasolinera multinacional que me vendió el combustible para mi coche, me sentí egoístamente reconfortado, así que ya no me quejaré más de cosas baladí.

Abrí el depósito y estuve allí a pie firme más de diez minutos esperando a que vinieran a llenármelo. En ese tiempo entraron a repostar una media docena de coches. Uno de los conductores se marchó al ver cómo estaba aquello. Los otros se sirvieron ellos mismos y pasaron después por caja. Yo, entre tanto, seguía allí de brazos caídos, sin prisa, observando lo que por allí se movía, al tiempo que esperaba a que viniese alguien a servirme. El motivo de mi espera era debido a que tengo por norma ir a aquellas gasolineras en las que me sirve un empleado y no que el empleado, encima de pagar y no cobrar, sea yo. Visto lo visto cerré el depósito decidido a marcharme sin repostar. Al momento llegó corriendo un empleado, al que conozco desde hace muchos años, para servirme. Le dije que ya me marchaba porque yo no estaba dispuesto a despacharme a mí mismo encima de pagar. Que bajo ningún concepto haría nada que pudiese hacer daño a él y a los demás trabajadores. Digo daño porque, a este paso, entre máquinas dispensadores y el mismo cliente que se sirve y paga él solo, no se necesitarán empleados.

De paso que me suministraba el combustible me contó que sentía mucho por haberme hecho esperar, pero que desde enero en cada turno solo había un empleado al frente de todo aquello. Un empleado solo para despachar en la tienda, servir el combustible y cobrar. Además de tener que hacer el pan que vendían allí. Amén de limpiar los baños. Y si al final del día faltaban en caja cincuenta euros, por ejemplo, tenía que ponerlos él. Encima llevaba un largo rato con necesidad de ir al excusado, me dijo, pero que tenía que aguantarse pues no podía dejar el negocio solo. Y para más inri le acababa de llamar el compañero que lo tenía que sustituir diciéndole que había tenido un percance y que se retrasaría un cuarto de hora. Noté que la angustia que lo acompañaba estaba a punto de hacerle explotar. Por eso no seguí hurgando más en aquella herida tan corriente hoy día. Así que me despedí con una sonrisa que, a pesar de los pesares, cortésmente me correspondió. A mal tiempo buena cara, pensé para mis adentros.

Ya en el coche di las gracias al cielo por haberme librado de una vida laboral con semejante esclavitud como la que acababa de contemplar. Pero al momento me entristecí pensando que a la mayoría de los jóvenes de hoy día, que son nuestros hijos y nietos, esa era la vida laboral que les había tocado vivir o que les esperaba, si es que aún no trabajaban.

¿Será así la nueva esclavitud del siglo XXI? Es lo que hay, dicen ahora.

Hay mucho

La Nueva España » Cartas de los lectores » Hay mucho "zapao"

28 de Febrero del 2021 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

Mi padre siempre me decía: No seas "zapao". Lo mencionaba cuando yo trataba de inmiscuirme en conversaciones que no eran de patente interés para mí, sino todo lo contrario. Estaba claro que no le gustaba que anduviese fisgando, a la que salta, donde nadie me había llamado.

Aunque entendía lo que quería decirme, que más bien era corregirme, me pasé años sin saber la clara definición del porqué de aquella palabreja aplicada para la ocasión por mi padre. Con el tiempo, sobre todo desde la llegada de internet, investigué por las redes sociales acerca de aquel vocablo: "Zapao" o "zapada" (que también las hay), llegando a la conclusión de que venía de zapar. Y zapar, según nuestro diccionario de la RAE, nos dice que sus sinónimos son: cavar, excavar, picar, minar, perforar, socavar, escarbar. Llegado a este punto ya no seguí investigando más, entendí la metáfora a la perfección. La cosa estaba clara, muy clara. Mi padre se refería a esos siete sinónimos fundidos en uno solo, aplicando para ello el verbo exacto: "Zapar". Solo que él en vez de decir zapado, lo hacía aplicando el cambio lingüístico abreviándolo a "zapao".

Actualmente el "zapao" o la "zapada" no se suelen meter en conversaciones en directo porque no las hay, sobre todo desde la llegada del covid, que las evita. Pero sí practica el verbo zapar en las redes sociales, usando para ello todos los medios a su alcance para enterarse de lo que se cuece por ahí, hurgando por acá y por allá. Lo hace rozando cierta alevosía, al tiempo que procura pasar desapercibido a los ojos de sus amigos en la red... ver sin ser visto. Contrariamente a lo que ocurría hace decenas de años, que conversábamos en vivo y en directo. En los pueblos lo hacíamos con motivo de ir al molino con el saco de trigo o maíz para convertirlo en harina. A la tienda-bar, a comprar algunas provisiones. A llevar la vaca al toro. A realizar labores a las fincas. Al pasar a Ribadeo en lancha. Pastando el ganado con los vecinos o en mil y un viajes a pie que nos obligaban a salir de casa diariamente a solucionar nuestras múltiples tareas. Constantemente intercambiábamos información de todo lo que se movía con la mayoría de la gente con la que nos encontrábamos por el camino. Uno iniciaba conversación y el otro contestaba, iniciándose así hermosos diálogos. De aquel intercambio de palabras dimanaba una constante fuente de información que circulaba de boca en boca, haciendo que todos nos enterásemos de casi todo lo que se movía por la aldea y sus aledaños, al tiempo que manifestábamos nuestro acuerdo o no, acompañado del parecer de cada uno.

Los tiempos fueron cambiando en casi todo, pero no en lo de ser "zapao" o "zapada", que sigue exactamente funcionando casi igual que antes. Bueno, ahora se diferencia en que pasó de practicarse por los niños a los mayores, que son los que más dominan ese verbo. Yo lo digo por mi propia experiencia, por lo que observo, aunque supongo que la inmensa mayoría de los que me leen aquí, o en Facebook, o en Instagram, o en cualquier otro sitio de los llamados públicos, se darán cuenta de que hay mucho "zapao".

Hablo con esta rotundidad porque en mis cálculos de proporción, sencillos para cualquiera y claros para todos, saco en consecuencia que de los amigos que entran en las casillas de mis exposiciones en las redes, solo en torno a un 10% da un "me gusta" o cualquier otra señal de aprobación o no, como pueden ser los comentarios. El restante 90% lo lee todo y se calla, no dice nada. Solo practica el verbo zapar. Se me ocurre que es comparable al comportamiento de antaño, cuando la gente asomaba por detrás de la cortina de su ventana para observar y enterarse de quién va o viene, sin ser visto claro está.

Nos guste o no, la conclusión es clara: hay mucho "zapao".

Así que, por todo lo expuesto, le doy públicamente las gracias a mi padre por enseñarme tan magnífica palabreja para que, allí donde esté, afloje su sonrisa socarrona, al tiempo que le digo: tenías razón, padre, es muy feo ser un "zapao". Al tiempo que aprovecho para decir a mis amigos que se esconden en las redes: amigo, opina, me gusta saber de ti, di algo, asoma para relacionarte, no te escondas. No seas un "zapao", hombre, que a nada bueno conduce.

Pegajosas redes sociales

La Nueva España » Cartas de los lectores »

18 de Enero del 2021 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

A mis años empiezan a cansarme ciertas cosas. Por ejemplo las redes sociales con sus estructuras. Eso de estar todo el día, o unas cuantas horas, pendiente de lo que ocurre en Facebook, Whatsapp, Instagram y otros me está resultando cansino. Es más, a veces uno le da vueltas a la mente pensando... Pensando en si sería conveniente darse de baja de todos esos modernismos que, a cambio de ponernos al día con noticias de rabiosa actualidad, de facilitarnos a simple golpe de tecla la forma de hacer tal o cual cosa de tal forma, de escribir o contestar a los amigos particular o colectivamente, nos impiden, por ejemplo, poder leer con tranquilidad la prensa de papel, un libro, o hacer una caja nido ahora que pronto se repite el hermoso ciclo de la procreación de las aves. O para prolongar las tertulias en casa o con los amigos. O para preparar la tierra para el próximo huerto. O para meditar, o para escribir, o para cocinar... En fin, para hacer un montón de cosas que las modernas redes sociales nos impiden poder hacer robándonos cada vez más, sin que nos percatemos de ello, parte de nuestro precioso tiempo.

Todas estas meditaciones que llevaban un tiempo rondándome diariamente, incitándome a abandonar las redes sociales, se han ido al traste. Después de sopesar sus pros y sus contras han salido airosos los primeros, aunque con serias reformas. ¿Que cuál ha sido el motivo? Les cuento: Hace dos días, al regresar a casa de mi diario paseo, me percaté de que me había dejado mis gafas, con funda y todo, por el camino. Con tal pérdida, además de impedirme realizar mis cotidianas tareas, veía castigada mi pensión de un mes a más de la mitad de su importe. Ya sé que hay cosas muchísimo peores que perder unas simples gafas progresivas, pero como la mayoría de los pequeños disgustos generalmente afectan al individuo en proporción a su edad, pues el que les cuento a mí me preocupó profundamente, al menos por unas horas. Después, ya rehecho del golpe, publiqué a los cuatro vientos en las redes mi llorada pérdida. Pasadas menos de veinticuatro horas se me apareció el ángel de la guarda en forma de María Jesús, una señora a la que quedo eternamente agradecido ya que, después de ver el anuncio en Facebook, me llamó al teléfono indicado para comunicarme que había encontrado mis gafas. ¿Cómo me voy a borrar ahora de las redes sociales? ¿Y si vuelvo a perder mis quevedos? ¿Qué hubiera pasado si ella no estuviera en las redes sociales?

Pero a partir de ahora prometo administrar mejor mi tiempo para que me dé para más cosas de las que hasta ahora me daba. Las redes las tomaré como el vino, cada vez más en pequeñas dosis. Entre otras razones para poder leer el periódico de papel, del que siempre me gustó empezar por el final, disfrutando al tiempo de su tacto y de su inconfundible olor, lo mismo que le ocurre a mi querido amigo Juan, también asiduo lector de LA NUEVA ESPAÑA.

El extravío fue de gran provecho. No hay mal que por bien no venga, pues además de dejarme contento y espabilarme la guardia me agudizó el ingenio, ya que ahora las tengo en mi poder con su funda al lado, a la que le puse mi nombre y teléfono, por si las moscas...

 Placa de cerámica colocada en el muro que bordea la ría, entre la Punta y la Santina.

  Se trata de un sencillo homenaje al autor de “Amarguras d´un viaxe”, en el centenario de su publicación. Ramón G. González  (Ramón García-Monteavaro y González-Travieso, como dejó claro hace unos meses Antonio Murias en este blog).

  Se trata, posiblemente, del primer trabajo en “fala” y en forma de verso publicado. Salió de la imprenta en Junio de 1920.

  Ignacio, piloto,  uno de los protagonistas de este relato, al regresar de un viaje a Inglaterra, se encuentra a la entrada de la ría con un fuerte temporal.

  Por ello, lo que se hizo, fue componer una breve secuencia de los hechos, situando la placa en un punto desde donde se divisa la entrada o boca de la barra y con el N. de la rosa de los vientos apuntando hacia ese lugar, como corresponde. Y con los peñascos a la vista en marea baja.

  El librito (31 pág.), lo dedicó el autor a su alumno, Vicente Loriente Cancio, que poco tiempo después fue cofundador de la Biblioteca P. Circulante.

 

  Pepe Llende. (Dic.. 2020)

¿Quo vadis, Unión Europea?

16 de Diciembre del 2020 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

Hoy nos hemos despertado con preocupantes noticias que nos informaban de que la potente Holanda o Países Bajos, de boca de su primer ministro, cierra a cal y canto hasta el próximo 19 de enero todos los colegios, guarderías, institutos, gimnasios, comercios, los pocos bares de que gozan y hasta prostíbulos (tan complicados de cerrar aquí). Parece ser que es el confinamiento más rígido aplicado por los Países Bajos desde el inicio de la pandemia.

No me ha hecho falta escudriñar mucho en mi veterana mente para recordar cuando, no hace mucho, el Gobierno de los Países Bajos era de los más reacios a que se abriese el grifo de las ayudas económicas imprescindibles para Italia y España, para costear los desastres provocados por el covid.

¿Es que nuestros socios holandeses no conocían aquel refrán tan popular desde hace miles de años, o es que la soberbia les impedía aplicárselo? "Cuando las barbas de tu vecino veas afeitar pon las tuyas a remojar?

Y como ahora sufren la desgracia en su propia piel, no puedo menos que lanzar las siguientes preguntas que no se marchan de mi mente, inquietándome:

Viendo la que está cayendo para todos, ¿podrá permitirse el lujo ahora la potente Nederlanden de pasar sin pedir aquellas ayudas que a toda costa trataron de bloquear a España y a Italia?

¿Serán capaces nuestros socios, incluida la vecina Gran Bretaña del brexit, de impulsar la necesidad de que todos los países de la CEE, con la poderosa Alemania a la cabeza y su canciller al frente afligida por el terror, de que este problema tan gordo que nos atañe no es patrimonio de unos pocos países de la Unión sino que, más bien, lo es de todos los que la integran, ricos y pobres, y que ha de resolverse empujando todos a una?

De seguir actuando como hasta ahora, cada uno por su lado, ¿no se agudizarán más de lo que están los problemas de la pandemia, pudiendo conducirnos hasta unos nuevos reinos de Taifas que podrán hacernos ser testigos, a unos pocos porque los otros habrán desaparecido, de una enorme devastación producida por el virus, con un insospechado número de muertos?

¿Es que no son suficientes aún para hacernos ver la realidad de los más de 400.000 ciudadanos europeos fallecidos, junto a la pesadumbre de sus familias, por esta tremenda pandemia que padecemos?

¿Acaso aquel fabuloso Tratado de Maastricht no fue creado a finales del siglo pasado para abordar entre los países que lo componen todos los problemas que se nos presentasen? ¿O fue fundado solo para vanagloriarnos ante el mundo?

Si es así, ¿adónde vas, Unión Europea?

¿Samaritanos o fariseos?

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¿Samaritanos o fariseos?

19 de Noviembre del 2020 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

Un estudio que parece lógico sobre las dichosas mascarillas quirúrgicas nos razona que una familia media cumpliendo la normativa consume unas 25 mascarillas al día. Extrapolado al mes, esa protección asciende a unos 300, importe que no está al alcance de todos los bolsillos, para estos fines. Sabido es que si se repite su uso y no se cambian cuando se debe, pueden perder su efectividad en detrimento de la salud de todos. Pero claro, a más usos repetidos más ahorro, más incumplimiento de la ley y más peligro.

No hace falta ser un Serlock Holmes para observar a los sufridos usuarios cuando vas por la calle. Puedes ver a menudo a los que llevan la nariz al descubierto para captar, cual submarino, aire no viciado. A otros que cuelgan la protección de la oreja para hablar por teléfono según caminan. Al que la retira para fumar, lanzando su humo. Al despistado, como yo, que va sin ella algunas veces. Si tu agudeza visual no te falla puedes captar aquellas que, aun naciendo blancas, van ya camino de lo negro. Sobadas por su parte central y por las ataduras, lugares estos más manoseados por ser punto de agarre para ponerlas y quitarlas y no, precisamente, para colocarlas en su sitio. Con demasiada frecuencia te encuentras esas obligadas protecciones tiradas por aceras, jardines, papeleras..., en vez de meterlas en una bolsa que debes arrojar a la basura. La mala gestión de estos residuos se ha convertido en un nuevo hábito contaminante para nuestro planeta, que añadido a los que ya teníamos pone serio al más alegre. Si supuestamente ya hemos aprendido a lavarnos las manos, a aplicarnos un gel desinfectante y a mantener la distancia social, el reciclaje debería ser también uno de nuestros buenos hábitos a tener en cuenta para no morirnos en medio de nuestras propias deyecciones.

Hace unos días con motivo de un funeral de un ser muy querido, en medio del sufrimiento por su falta, no podía menos de observar que, primero en el tanatorio y después en el funeral, saltaban a la vista unas prácticas innecesarias a todas luces: acercamientos, abrazos, aglomeraciones, corrillos con los intervinientes pegados. En fin, todo un desacato. ¿Cómo es posible tal grado de incumplimiento si la normativa en vigor dice que fuera de esos lugares no puede haber más de veinticinco personas y dentro solo quince?

Personalmente no me gusta criticar a los gobernantes de turno legalmente elegidos mediante sufragios o derechos. Tanto como si pertenecen a la nación, a la comunidad autónoma, al Consistorio, a la Iglesia o incluso a la propia comunidad de vecinos. Sabemos que esos entes gozan de innumerables consejeros que se supone saben lo que hacen, aconsejando aplicar lo mejor a los que mandan. Pero lo que sí noto es la ausencia de autoridad y normativa justa para aplicar a todos por igual. Parece que la ley no es igual para todos, ya que si están cerrados bares, restaurantes y pequeñas tiendas de autónomos en las que entran diez o veinte personas a diario con control y mínimos peligros, ¿por qué siguen libremente abiertas al público algunas grandes superficies dedicadas a la decoración y el amueblado, peluquerías, manicuras, tanatorios, templos, parroquias y mezquitas? Claro que a lo mejor es por mantener las apariencias las primeras, y las otras por estar cerca la mano de Dios que nos protege aunque no tomemos las precauciones debidas. ¿Lo saben ustedes? Yo solo sé que a partir de ahora, mientras no amaine, rezaré en casa tomándome un vino, esperando surta los mismos efectos y sin incordiar a nadie.

 

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Desenfrenos en la ría del Eo

13 de Septiembre del 2020 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

La llegada de las redes sociales a nuestras manos hace unos años nos puso en bandeja de plata las comunicaciones entre grupos de seguidores o followers. Desde entonces, con el más mínimo de los esfuerzos, te puedes enterar de todo lo que se menea, desde la puerta de tu casa, a lo largo del planeta y fuera de él, sin moverte de la cama siquiera. Puedes estar confraternizando desde ella, desde la cocina, la terraza, la playa, el mar o hasta desde el mismísimo excusado. Se acabó la necesidad de tener que salir a la compra, a paseo, al bar, a las tertulias en directo con los amigos, para poder enterarse de todo lo que sucede. Todo, todo lo que te puedas imaginar, de una u otra forma, está en las redes al alcance de todos. Todo este cambio garrafal en la información de caleya, nacional e internacional, en todos los campos -las llamadas news-, ahí la tenemos a golpe de tecla, sin necesidad de sintonizar radios, televisiones o comprarnos periódicos.

Creo que los más disgustados y a contrapelo con este tremendo cambio generacional estamos siendo los mayores. Sin ir más lejos, el grupo que formamos media docena de jubilados en nuestro diario paseo, capitaneados por nuestro pesado amigo Bras, así lo palpa. Hablamos mucho y de casi todo, pero ahora, con las mascaritas que usamos, sentimos que merman nuestras palabras e incluso se modifica el tono de las mismas, teniendo que mirar, a veces, al interlocutor para saber quién es el que habla. Bras es el único que mantiene la figura con su voz radiofónica. A propósito, en nuestra última salida de paseo hasta el Molín de as Acías, Bras nos fue platicando con un tema de rabiosa actualidad, aparte del de las redes, en las márgenes de la ría del Eo, en esta canícula. Nos dijo: "¿Qué os parece el tráfico este verano en la ría, sobre todo en este mes de agosto? Nunca tal se vio en nuestra dilatada vida. Mirad, docenas y docenas de embarcaciones de todo tipo: yates, lanchas, botes a vela -de siempre estos en la ría-, chalanos, piraguas... la surcan sin control ahora por sus cuatro puntos cardinales. Sin respeto alguno, las motos de agua a todo gas los van sorteando a todos para no colisionar levantando, junto a otras rápidas embarcaciones, olas que amenazan con echar a pique a las más pequeñas, muchas de ellas cargadas de niños y gobernadas por inconscientes mayores. Lo nunca visto. Este año navegan de día y de noche. La otra noche, con calor sofocante, no podía dormir y bajé a darme un paseo hasta el muelle. De la oscuridad venía una música al alta la lleva, con una letra que me perturbó: '...ella es callaíta pero pa'l sexo es atrevida, yo sé, marihuana y bebida gozándose la vida...'. Pronto se dejaron ver dos embarcaciones navegando en paralelo, vertiendo música, llenas de luz, con jóvenes bailando en su interior y en cubierta. Pasaron bordeando la costa con rumbo desenfrenado hacia la ensenada de Llan. Allí suelen fondear, amarradas por los costados, hasta más de media docena de embarcaciones por las que se salta de una a otra, mezclándose en una bacanal. Yo me pregunto -prosiguió Bras- ¿no habrá autoridad alguna que ponga coto a estos desenfrenos que se producen de día y de noche en nuestra ría en este mes de agosto?, porque en otros meses sí que está más vigilado. De seguir así surgirá algún abordaje que traerá alguna desgracia. Para poder gobernar cualquier embarcación habría de exigirse un título de competencia marinera, acorde a los metros de eslora de la embarcación y su potencia, lo mismo que se exige para un vehículo terrestre a motor. Con él, y con los conocimientos que conlleva, evitará el patrón colisionar, abordar a otras embarcaciones, quedar varado a bajamar y demás posibles accidentes que suelen ocurrirle al no ducho en la materia". Y terminó su arenga Bras con esta pregunta: "¿Cómo es posible que cualquier ciudadano de a pie, mostrando su simple carné de identidad, pueda presentarse en el muelle, alquilar una embarcación de hasta 5 metros de eslora y lanzarse a navegar sin más, con el inmenso peligro que ello conlleva?".

Llegué a casa pensando que Bras ahora, a sus años, sentía envidia hacia esas diversiones de los jóvenes y, con la desconfianza que dan los años, hurgué en las redes sociales a mi alcance para ver qué había de verdad en lo dicho por Bras. Me quedé de piedra al leer en una página del Gobierno de España, Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, lo siguiente: "Titulaciones de recreo. No se necesitará titulación náutica de recreo para el gobierno de embarcaciones a motor con una potencia máxima de 15 CV y hasta 5 metros de eslora, las de vela hasta 6 metros de eslora...".

Por mi parte, una vez sabido esto, solo me queda pedirle a Dios el tener conocimiento de cuándo va a salir a la ría, guiado por manos inexpertas, algún pepino de esas características, para dar aviso a familiares y amigos rogándoles se queden en la orilla. Esa legislación, a mi pobre entender de jubilado, es como poner un tráiler de 30 toneladas, o una ametralladora cargada, en manos indocumentadas que, casi siempre, suelen ser inexpertas. Como siempre vendrán las lamentaciones por parte de todos cuando ocurra algún desgraciado siniestro y, entonces, ya será demasiado tarde. Agosto ya ha pasado, pero las autoridades competentes debieran de ir legislando con cabeza y buen pulso para el que viene.

Chipirones de verdad, de la ría también de verdad

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21 de Agosto del 2020 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

Ahora, en la edad en que me encuentro, nada menos que en la de un jubilado cualquiera de mis años a la orilla de la ría del Eo, agradezco mucho cualquier detalle hacia mi persona, por pequeño que este sea. Recuerdo que hace unos años..., la verdad no sé si pocos o algunos más porque bien es verdad que, en esta edad, los años caen como personales: dobles. Pues bien, recién jubilado, entonces, Manolo, un antiguo profesor mío de instituto y después compañero de trabajo, vino a traerme media docena de jureles pescados por él en nuestro Cantábrico. Entonces se los había agradecido la mar, por dos razones, una por el regalo y otra porque era obvio que no me estaba haciendo la pelota. Disfruté en familia con ellos y le di las gracias públicamente.

Pasaron casi una decena de años y se repitió la historia. Esta vez el escenario es similar y las intenciones iguales. Aunque los actores distintos: por un lado, mi excompañero de instituto, y también de trabajo, Jesús y, por otro, los chipirones. Estos pescados también en el Cantábrico, igual que los jureles.

Después de tomarnos un café con un poco de bizcocho, que yo me tomé como desayuno de las diez de la mañana, y mi amigo como tercer o cuarto café ya; pues no en vano se había pegado un buen madrugón para ir a buscar el chipirón en su lancha. Luego, Jesús se marchó a pasear con su mujer, según me dijo y yo me quedé pensando en buscar un destino a tan estimado detalle. La verdad no tardé en encontrarlo.

Descansaron en la nevera hasta el día siguiente. Luego los limpié, labor ardua para un profano y peccata minuta para un jubilado como yo, al tiempo que pensaba en cómo cocinarlos sin mirar para receta alguna. Con el dedo índice separé el cuerpo de su caparazón para extraerles las vísceras. Aparté la bolsa de la tinta para un vaso, para que no armase escándalo a la vista, luego extraje la cococha, para después dar un corte por delante de los ojos y quitar la dura boca de este cefalópodo. Al final les retiré la plumilla uno a uno, no me gustan con ella. Una vez limpios, piqué menudo los tentáculos y las cocochas y las reservé aparte del cuerpo. Tomé una sartén, con aceite de oliva, y rehogué cebolla, ajo, pimiento verde y rojo con perejil. Todo muy picado. Salé y acompañé con una guindilla. Más tarde agregué una cucharada de harina tamizada, que pasé bien para que no dejase ese sabor que no quería. Eché vino blanco, lo evaporé a fuego fuerte y reservé todo. En otra sartén poché la otra cebolla, con ajo y pimiento verde con perejil y unos tacos muy menudos de paleta y los tentáculos del chipirón. Eché una copita de bebida espiritosa y después evaporé su alcohol. Cuando el color saltó a la vista y el olor invadió mi napia, lo retiré del fuego, rectificando de sal.

Al contenido de la pota le agregué agua para que la salsa no quedase espesa y la trituré fina. Es bueno intentar adivinar los ingredientes con otros sentidos que no sean los de la vista.

Una vez atemperado el relleno, procedí, con una cucharilla de café, a rellenarlos y a cerrarlos con un palillo nuevo. Según los iba rematando los ponía a descansar en la salsa de la pota. Allí, tranquilos, los puse a hervir suavemente durante unos veinte minutos para luego dejarlos reposar.

¿Saben qué les digo por si no lo saben? Que el próximo que me regale manjares semejantes... le invitaré a catarlos. ¡Qué menos! Es un manjar difícil de explicar.

Tempo perdío

18 de Julio del 2020 - Antonio Valle Suárez (Castropol)
Hoy é víspera da festa da mía aldea, anque mañá nun se celebre. Vóume da guardilla, chen d'iscribir, pra baxar cenar coa familia, sí. Taréi contento y trataréi de que tamén teñan ellos. Trataréi de que deixen esos istrumentos que yes deron en chamar agora “d’última xeneración”. Sí, fagueremos úa búa sobremesa que chegue más aló da madrugada, cantando, contándoyes historias, recordando a os que se foron, sí. Como que me chamo Bras que lo conseguiréi, pro..., ¿y si non podo? Pos estoncias recurriréi al meu meditao valor pra ter a bravura d’encararme a ellos...

Pasa correndo a embulancia coâs destellantes luces azules y pérdese pola calle valleira. Dentro d’ella vai un home vistío cúa camisa de forza y vixilao por dous toleiros que lo llevan coyido -chámanye Bras-. Pregúntayes coa súa pausada fala:

-¡Por favor, señores, por favor, escúitenme! ¿Quérenme dicir únde me llevan? -non ye contestan. Quédase callao, asustao, mirando pra ellos con oyos de nun crer nada. Despós ponse dolente al tempo que yes berra:

-¡Malditos, malditos istrumentos móviles que con a su frialdá separan ás familias, acabando pra sempre co’aquellas tertulias das sobremesas! ¿Por qué no los lleváis a ellos en vez de llevarme a mín?

¡Ay, outro gallo cantaría si soupera Bras que aquellos teléfonos móviles, qu’el nun pode ver, salvaron muita xente d’entollecer coel coronavirus ese...!

LA ROSA DE LOS VIENTOS

      Nuestro agradecimiento a Antonio Valle Suarez, por habernos concedido la primicia de la publicación de este relato corto.


1

 

           Diez años después de la padecida pandemia, en aquella UCI bien pertrechada de gastados aparatos rodeados de protecciones por todas partes, un joven regresaba de repente de un largo viaje en el tiempo, para incorporarse a una realidad que le estaba esperando. Nada más abrir sus ojos se quedó alucinado tratando de descubrir dónde se encontraba. Poco a poco fue volviendo a la realidad, al ver pulular a su alrededor a unos marcianos vestidos de blanco, ataviados con máscaras y grandes gafas. Pareció tranquilizarse al ver allí sonrientes, contemplándolo, a sus padres y a su hermano gemelo.

           Se incorporó para tomar un sorbo de la infusión que le habían ofrecido. El aroma le recordó a la manzanilla salvaje que tanto le gustaba, aquella que recogía de niño junto a su abuela en los prados del Cotarelo.

           Le fueron informando del por qué se encontraba allí, en aquel hospital. Había sido ingresado el 15 de mayo de 2021, día de San Isidro, afectado por el Coronavirus. Un virus letal que antes de llegar a él había estado causando estragos en la población, desde marzo de 2020, con un rebrote por el medio. Parece ser que Juan, antes de enfermar, estaba dedicado en cuerpo y alma a su trabajo de virólogo. Quizás por ello había pasado de ponerse la vacuna del Covid-19, con favorables resultados desde Febrero de 2021. En casa del herrero, cuchillo de palo. La enfermedad se le fue complicando, dejándolo en estado vegetativo hasta hoy día 20 de Mayo de 2030. Había pasado la friolera de nueve años en aquel estado. Su curación había sido un milagro similar al ocurrido con la derrota del Coronavirus.

           Una semana más tarde recibió alta médica. El jefe de planta, le dijo:

           —Venga, Juan, ya vuelves a tú querida Figueras, a disfrutar de ese bello pueblo situado en el mismísimo paraíso al que, si nadie lo impide, me iré a vivir una vez me jubile. Lo haré al día siguiente de liberarme del trabajo —Juan le sonrió, al tiempo que se quedaba unos segundos con la mano extendida en clara señal de un saludo no correspondido. El doctor le había hecho un gesto con su codo derecho, que Juan no entendió.

           Acompañado por sus padres hasta la puerta del HUCA donde los estaba esperando su hermano Óscar, al volante de un coche extraño. El diseño de aquel automóvil le parecía de un proyecto inusual. No recordaba haber visto nunca ninguno similar. Encima, al iniciar la marcha, aquella máquina parecía deslizarse sin emitir ruido alguno...

                                                          2

           Sus primeras palabras fueron para preguntar por la dudosa educación de aquel médico que, a pesar de su amabilidad, le había negado el saludo. Su madre se percató de que Juan no se acordaba de que aquella práctica de comunicación se había iniciado de la mano del Coronavirus; es decir, un año antes de haber enfermado él. Su padre le explicó que esos gestos de saludo, que parecían más propios de otro planeta, habían sustituido a los tradicionales de darse la mano o un par de besos a cada lado de la cara. Le dijo que hacía diez años que había desaparecido aquella práctica de antes. Ahora solo se usaba en familia o entre amigos íntimos. Juan, callado, no acaba de entender el porqué de todo aquello...

           Por el camino llamó su atención la autovía por la que circulaban. En los laterales observó unos quitamiedos de color blanco, de más de un metro de altura. Su hermano le explicó que hacía un par de años los habían cambiado por los viejos de acero cadmiado. Los nuevos eran de un material plástico reciclado. No necesitaban mantenimiento y, además de ser más resistentes que los metálicos, no provocaban lesiones en los accidentes. Se quedó pensativo, sin hablar en el transcurso de unos cuantos kilómetros.

           A medida que aquel silencioso automóvil devoraba distancia, Juan iba percibiendo olvidados recuerdos... Se percató de que no circulaban camiones en ninguna dirección. Preguntó cuál era el motivo. Le explicaron que desde hacía unos años solo circulaban desde las 23:00 horas hasta las 8:00 del día siguiente. El motivo había sido una acertada ley del Ministerio de Fomento que, desde su aplicación, había conseguido una mayor fluidez en el tráfico y una drástica reducción en los siniestros. Llamó su atención la repoblación forestal a ambos lados de la autovía, con una exhaustiva limpieza entre esta y las fincas colindantes.

           Así fue todo el trayecto descubriendo novedades. Se fue haciendo de noche y se vio sorprendido con las potentes luces del automóvil. Óscar le explicó que era una nueva tecnología fabricada en unas antiguas naves cercanas a su pueblo.

           Acompañados de un sirimiri llegaron de noche cerrada a una casa nueva en la carretera al Muelle. A Juan le llamó la atención el blanco resplandeciente de las casas. La respuesta a su observación fue que todas pintaban de blanco ahora y las luces de las farolas eran de led, de ahí aquella claridad. A lo largo de una frugal cena, le contaron que aquella era la nueva casa a la que se habían mudado hacía seis años, pues la que tenían anteriormente la habían cedido para ampliar el parque de la Alameda. Juan seguía de sorpresa en sorpresa.

 

                                                          3

 

           Al día siguiente de su llegada a casa, Juan se despertó pronto. Aun no había amanecido. Se asomó a la ventana para echar un vistazo hacia la Ría. Observó las luces verdes de estribor de una embarcación que parecía partir hacia la mar. Pensó que se trataría de algún barco del Astillero. A la hora del desayuno su madre le comentó que era uno de los dos barcos boniteros que abastecían a la nueva fábrica de conservas. Se habían construido en cooperativa por un grupo de marineros jubilados, movidos por la decisión del gobierno encaminada a la mejora y veda de los mares para garantizar una pesca continuada y sostenible, evitando esquilmar los hasta entonces castigados caladeros por barcos de arrastre, hoy prácticamente desaparecidos. Todo eran novedades para aquel joven que había permanecido en el hospital los últimos nueve años de su vida. Se quedó mudo unos segundos, para luego ir razonando que en el pueblo hacía años que no había ningún barco pesquero. Se habían desguazado todos: Coppi, Divino Pastor, Verano, Puente de Los Santos, Ría del Eo y otros más que ahora no recordaba, en Figueras y el Fernandón, en Castropol, la capital.

           Después del desayuno, Juan y su madre salieron de paseo. Aquel viernes se presentaba como un luminoso día de primavera. La intención de su madre era doble: por un lado hacer que su hijo caminase para ir recuperando la masa muscular perdida después de tantos años postrado en una cama de la UVI y, por otro, ir haciéndole ver tantos cambios acaecidos en el pueblo durante su ausencia.

           Le pidió a su madre ir caminando en dirección hacia el puerto. Nada más salir de casa, Juan, se quedó hechizado un largo rato, contemplando el llamativo conjunto que ofrecía a su vista el rehabilitado palacio de los Trenor. Bajaron con prudencia las escaleras hasta llegar a la fuente del Pelamio. Allí se quedó absorto mirando un largo rato la imagen de Castropol, coronada con su expléndida torre de la iglesia. Reparó en un paredón hecho como mirador, entre la fuente y el mar, así como un laurel plantado allí en un tiesto gigantesco. Confusamente recordaba que no existía antes aquel paredón, lo imaginaba destruido por la caída de un viejo plátano que lo arrastró todo hasta el mar... Echó un vistazo hacia la playa de Penalba y quedó confundido al ver la marea baja y el fango todo marcado con unas líneas que formaban unas parcelas independientes unas de otras y que se extendían hasta cerca de la Cortada, en Castropol. Su madre le explicó que se trataba de repoblaciones de especies autóctonas de la Ría: navajas, almejas, berberechos y otros. Que aquello había resultado un éxito y que daba trabajo a unas docenas de mariscadores autónomos. Según su madre, la intención inicial cumplida ahora, había sido la de explotar con mesura las especies autóctonas de moluscos existentes en la Ría, al tiempo que debía tratarse de evitar vertidos de cualquier tipo a las aguas. Empezando por el exceso de abonos que, como principio, debería reducirse su uso a una quinta parte de los usados hasta antes de la pandemia. Tenía entendido que, según informes, se había conseguido ya la meta marcada, al usarse ahora abonos orgánicos en su totalidad.

           Caminaron hasta el Muelle y allí reconoció los pantalanes deportivos ahora, le parecía, con más embarcaciones. En el embarcadero de la derecha le llamó la atención la cantidad de lanchas de pesca que había. Había sobre una docena, propiedad de pescadores autónomos que vivían de la pesca diaria. Caminando hacia la explanada del muelle, Juan se dio cuenta de que no había ni un solo automóvil en ella. Donde años atrás había un coche, ahora había un pequeño arbusto y así, de trecho en trecho, a lo largo del muelle.

           Juan desvió su vista y atención hacia la carretera a la altura del Pósito y vio bajar lentamente un trenecito pintado de blanco, con pinturas de colores representando anuncios. Sin tiempo a preguntarle a su madre qué era aquello, guiado por ella, embarcaron ambos y se sentaron en uno de los bancos del primer vagón. Salieron en dirección a la Laguna por la avenida de Gondán. Desde el trenecito Juan iba observando la cantidad de flores que había en macetas pegadas a la calle, ¡qué cuidado estaba todo! Se apearon a la altura de la Casa del Mar y desde allí caminaron hacia el parque de La Alameda. Estaba muy cambiado, ahora lleno de árboles con flores y césped muy cuidado. Al cruzarlo, al lado de una pista grande de tenis, se podía ver el aparcamiento de la Alameda lleno de coches. Estaban aparcados todos en la parte alta del pueblo y, desde allí, sus propietarios, bien caminando o en el trenecito, se dirigían a sus destinos. Siguieron a pie hacia el cementerio. Pasaron por la capilla de las ánimas  unos cien metros adelante, Juan, se quedó paralizado a la vista de aquella laguna, con patos y cisnes. Su madre le explicó que se trataba de A Lagúa Veya, que él no había conocido. Que la habían vuelto a situar en aquel terreno público, donde había estado desde siempre hasta los años 70 del pasado siglo, fecha en que fue rellenada de escombros, que se siguieron depositando allí durante muchos años más. Aquella laguna era ahora, a los ojos de Juan, una nueva hermosura. En ella, según le explicaba su madre, nidificaban especies de aves migratorias, además de servir para deleite de niños y mayores.

           La sirena de la fábrica de conservas hizo saber a los paseantes que era la una, la hora de la comida. Así que Juan y su madre regresaron al punto donde les había dejado el trenecito que, al poco tiempo, regresó para trasladarlos hasta la puerta de su casa.

           Comieron caldo de berzas —cultivadas por sus padres en el huerto de detrás de casa—, hecho por su madre antes de salir al paseo, por petición de Juan, que tenía en su mente aquellos sabores de antaño. Disfrutó a lo grande, como antes, paladeando aquellos manjares producidos por el compango y la verdura.

           Después de la siesta los dos hermanos, Juan y Óscar, salieron en dirección a Arnao. Ya pasado el puente de la autovía, Juan, reparó en unas nuevas aceras por las que se podía caminar sin mezclarse con el tráfico rodado. Los viales estaban separados de la carretera por una tela metálica. Por allí podían caminar hasta los niños sin peligro alguno. Pasada la segunda rotonda de la autovía, se presentaban a la vista fincas cultivadas con tomates, pimientos y otras hortalizas. En círculo, protegiendo a esas fincas, actuando de cortavientos, se veían árboles frutales cubiertos de flores de colores diversos. Según le apuntaba su hermano se trataba de árboles plantados hacia media docena de años, que darían de nuevo las inolvidables peras urracas y las manzanas de repinaldo, oriundas de la vecina Galicia. Los excedentes de aquellas cosechas estaba previsto fuesen destinados a mermeladas en conserva. Un poco más a lo lejos se veían prados muy cuidados con ganado vacuno de carne y de leche. En un arrabal cercano al mar pastaba un rebaño de cabras y ovejas.

           Llegaron a eso de las seis a un aparcamiento grande —desconocido para Juan— donde los dejó el trenecito que iba lleno de gente, todos disfrazados con sus mascaritas. Desde allí caminaron hasta una entrada franqueada por limoneros y naranjos, ¿qué era aquello? ¡Cuántas agradables novedades! —decía Juan cada poco a su hermano Óscar.

           —Esto es el nuevo parque de Arnao. Fue reacondicionado en tu ausencia. Verás, de la que caminamos te cuento.

           No pasó mucho tiempo sin que el joven convaleciente se sintiese cansado, como para pedirle a su hermano que lo llevase a casa. Los efectos de aquel virus demostraban que eran reacios en abandonar a sus víctimas. Regresaron charlando los dos hermanos, acordando que al día siguiente, sábado, volverían al parque para terminar de ver todas las novedades que Juan no había tenido tiempo de conocer.

           Juan durmió de un tirón hasta las nueve de la mañana de aquel sábado de junio. Se duchó y afeitó para bajar a desayunar. Bajando la escalera percibió el olor del café recién hecho, mezclado con el aroma de tostadas de pan, del horno de Benito. Después del desayuno salió ilusionado otra vez rumbo al parque de Arnao, junto a su hermano. Al ver a Juan repuesto del cansancio del día anterior, Oscar le propuso hacer unas visitas a pie por el pueblo y, dejando para el día siguiente, domingo, la excursión al parque de Arnao —Juan no acababa de asimilar tanto cambio como había visto desde su llegada a la villa. Aunque no tenía la más mínima idea de lo que le esperaba por conocer.

           Subieron desde casa caminando por la carretera hacia la plaza de San Feliz. Juan, se quedó sorprendido nada más coronar la última curva de la carretera, después de Palacio, y ver a su derecha, en la primera casa de la plaza, un letrero: “Casa Alejandro”. Su curiosidad, ante tal hallazgo le hizo entrar en el local. Se encontró allí con una tienda rodeada de estanterías repletas de latas de conservas, guisantes autóctonos, rollos de cordel y un sinfín de artículos más de toda índole. De repente, le vino a la mente el recuerdo de haber estado allí de muy niño. Y de que aquella tienda había cerrado hacía muchos años, ¿cómo podía ser? A la derecha, detrás de un minúsculo mostrador se encontraba sentada, repasando unas cuentas, la empleada que parecía regentar el negocio. Se levantó para saludar a Óscar, que le presentó a su

hermano. La chica extendió el codo y Juan, ya enterado de la nueva costumbre, le correspondió con el suyo. Ella era joven, de color, con expresivos ojos verdes —Óscar le contó después que aquella chica había nacido en una patera, cruzando el Mediterráneo, rumbo a un imaginario paraíso que, por suerte, había encontrado.

           Salieron de la tienda en dirección a la Biblioteca Miguel Teijeiro —la que conocían de siempre—. Unos metros antes del letrero de la Carnicería de Lisardo, Juan leyó otro rótulo con signos en negro: “Sastrería Cerdeira”. Al pasar por delante del escaparate y echar un vistazo a las prendas expuestas, llamó su atención una colección de boinas curiosamente ordenadas de mayor a menor. Le parecieron iguales a las que usaba su abuelo Paulino. Se acercaron a la Biblioteca —la mayor de las cuatro que ahora había en el pueblo, le informó Óscar—. Estaba cerrada, no se habían percatado de que era día de descanso. Siguieron caminando hasta pasada la primera curva de la carretera después de coronar el pueblo, en dirección a la vieja farmacia. Se encontraron a la derecha, después de las escuelas de la extinta Fundación Villamil, detrás de la antigua casa sindical, con una nave bastante grande, disimulada con unos arbustos que parecían protegerla. Destacaba en el frente una placa en letras rojas: “Conservas La Perseverancia”...

           —¿Y eso? —preguntó Juan a su hermano Óscar.

           —Es la nueva fábrica de conservas, con el nombre recuperado de otra existente hace ya muchos años. En ella trabajan una docena de personas. El barco que viste ayer salir de madrugada a la mar, con diez tripulantes, es el que la provee del pescado para sus envasados —Juan no daba crédito a sus descubrimientos.

           Decidieron dar la vuelta y volver sobre sus pasos hasta la Plaza de San Feliz. Una vez allí, se desviaron por la calle de la Alameda. Nada más enfocarla con su presencia aparecieron ante sus ojos cuatro letreros seguidos en otros tantos negocios. El primero, en letras pequeñas, situado en la primera casa de la calle por su izquierda, “Rosina de Rosa - costura”. El siguiente, “Fonda Casa Bobis”. Dos portales más adelante, “La tienda de Inés – corsetería” y en la esquina con la Calle de Atalaya “Pasarón, chigre”. A unos cien metros, en la misma calle de La Alameda, en la acera derecha, se divisaba un pequeño letrero en letra gótica: “A tenda de Lolita”. Entraron en el Bobis para tomarse un refrigerio, para luego seguir en su novedoso paseo por la villa —Juan, sentía la sensación de haber aterrizado en otro planeta.

           Cerca de la Iglesia ya, que había sido casa de peregrinos, según reza un letrero informativo a su vera, se encontraron con una tienda de comestibles, “A tenda de Camila” y, pegado, “El estanco de Manolo” —que pertenecía también a Camila—. De repente, la mente de Juan pareció iluminarse, al recordar una anécdota que su padre les contaba muchas veces en las sobremesas. Se refería a Manolo, el del estanco, le llamaban “Manolo de Camila” y, por ese motivo, Manolo hacía saber muchas veces, socarronamente: “somos tan pouca cousa os homes nín, que eu non son nin siquiera Manolo de Manolo, son namás Manolo de Camila, ¡manda calao!

           Más abajo, ya en el número 15 de la Calle Covadonga, se encontraba otro letrero horizontal, situado encima de la puerta: “A frutería de Consuelo”. Siguiendo dirección a muelle dos letreros más, “Comestibles Fermín Gasalla” y “Carnicería Adolfo”. Un poco más abajo, en la Calle de A leña, una nueva y agradable sorpresa ocupó la mirada de Juan. Había, incrustada en el mismo centro de la calle, una rosa de los vientos. Óscar le explicó que era de barro cocido con baño de porcelana —Juan, de repente, se quedó serio pareciendo estar pensando para sus adentros que, aquella Rosa, ayudaría a tener siempre presente y bien marcado el Norte para no perderlo nunca jamás. En la casa de la esquina un discreto rótulo, pintado en letra gótica de color azul, “Bar Casa Narcisa”.

           Ya en el Muelle, tomaron un chiquito en “Casandra – comidas” y otro en “El Peñalba”, para a eso de las dos irse a comer el menú a “Casa de Parapar”. Curiosamente, todos aquellos nombres habían sido recuperados de otros establecimientos, aunque sus propietarios actuales nada tenían que ver ya con los de aquella época. Durante la comida en el bar de Casandra, siguieron hablando de infinidad de asuntos relacionados con el pueblo. Juan le comentó a su hermano que una de las cosas que le habían causado admiración era ver el pueblo impoluto, libre de excrementos de perros. Pues recordaba que hacía años había que mirar bien por dónde se pisaba, so pena de no llevar a casa desagradables olores. Óscar le dio la explicación pertinente, con la causa que había dado lugar a tal orden y limpieza por las calles:

           —La normativa aplicada dice que es responsabilidad de sus dueños dejar los escenarios que frecuenten en la misma condición en que los encuentren para su disfrute. Las mascotas deben de ir sujetas por una correa. Se portará bolsa y guantes para recoger sus detritos sólidos y se procurará que no orinen contra paredes, puertas, aceras y farolas. De hacerlo, se corregirá la falta con agua que habrá de portarse en un recipiente, so pena de multa. Aunque los dueños de perros están convencidos ya de esta práctica y no hacen falta multas.

           Al iniciar la subida a Rapalacóis, a la derecha, en el antiguo Pósito de Pescadores, destacaba un letrero, “El Náutico”. Allí, en mesas separadas, una docena de personas contemplaba la ría tomándose un refrigerio.

           —¿Del Náutico sí te acordarás, no? Ya estaba hace diez años —interrogó Óscar. Una siesta reparadora hizo descansar a Juan del trepidante paseo de la mañana. A eso de la cinco de la tarde Juan ya estaba tomándose un café en la cocina, con la compañía de su madre, su hermano y una gran dosis de ilusión que compensaba su cansancio. Óscar, calando la mermada condición física de su hermano, lo invitó a ir a dar un paseo en burro hasta la zona de Arnela. Juan, aceptó de inmediato.

           A Playa de Arnela, en la bajamar, estaba limpia y recogida. Óscar, le dijo a su hermano:

           —Recordarás que hace años, cuando bajaba la marea, se veían bandejas de plástico negro por doquier, junto a hierros y palos abandonados, provenientes de explotaciones de acuicultura. Hace años se impulsó la limpieza de la Ría, con los resultados que puedes observar. Desde entonces cada explotación, para funcionar, ha de tener un seguro que garantice, en caso de cierre, el volver la parcela a su estado natural.

           Siguieron cabalgando a la sombra de la fraga por la senda costera hasta la parte más entrante en la zona del “Mar Pequeno”. Se bajaron de las monturas para observar el gran talud situado a continuación del Prado de los niños muertos (después de A Cruz del Cobo”). Allí, en uno de los lugares más soleados y abrigados de la zona, estaban instaladas decenas de colmenas para producción de abundante miel para endulzar la vida —le comentó Óscar—. Le dijo, también, que los apicultores habían conseguido controlar y casi erradicar la invasión de la abeja asiática...

           Dejaron los pollinos amarrados a la sombra de unos frondosos laureles y siguieron a pie rodeando el Mar por su parte oriental. Pronto se encontraron con una explanada voladiza, situada entre un muro de grandes piedras y la parte interior del Mar Pequeno. La cabecera de este muro, que empalmaba con la ribera, estaba rematada con una pequeña edificación cubierta de pizarra, con un par de ventanucos y una puerta de madera. El estado de todo aquel conjunto hacía ver que se había rehabilitado recientemente.

           —Mira, Juan, este molino, conocido como Molin das Acías, que tú conociste abandonado, fue rehabilitado hace poco tiempo. Es similar a los muchos existentes en la Bretaña francesa, de dónde probablemente fue tomado el modelo. La energía que usa es gratuita, ya que aprovecha las mareas para mover sus rodeznos.

           El molino no estaba aún en funcionamiento. Bajaron por la rampa agarrados a la barandilla de roble hasta llegar a la puerta del molino, que estaba abierta. Allí un joven molinero, vestido con ropas blancas, les explicó el funcionamiento de aquella recuperada maravilla. Aunque la obra parecía terminada, faltaban aún permisos y papeleos para poder dar comienzo a su explotación. La idea era que fuese usado para moler el grano de los productores de la zona —les dijo el molinero.

           —Todo está cambiadísimo, pero la burocracia parece que sigue igual que antes —dijo Juan a su hermano.

                                                                      4

La cruel enfermedad sufrida por Juan seguía pasándole factura: problemas para caminar, cansancio, algunos trombos que se manifestaban cuando menos se esperaba y dificultades para respirar. Los médicos, al darle el alta, le habían advertido de que su salud tardaría años en volver a la normalidad de antes. Juan sospechaba que, por lo que diariamente palpaba desde su alta en el hospital, efectivamente tendría que pelear con una recuperación lenta y problemática.

El día siguiente amaneció con una niebla espesa que cubría toda la ría. Pero, caprichos de la naturaleza, a eso de las once lucía un radiante sol. Así que después del desayuno, Juan salió del brazo de su madre para seguir descubriendo novedades.

           Repitieron viaje en el trenecito. Se apearon en el camino de entrada al Faro de Arroxo. Una vez allí, visitaron el rehabilitado lavadero, después de muchos años de abandono. Él lo había conocido lleno de maleza desde siempre. A la izquierda, en dirección a la ensenada, vio una pequeña muralla almenado, totalmente rehabilitada. Juan la recordaba desde niño toda derruida. Ahora se había cumplido su sueño de verla algún día igual que cuando había sido construida.

                                                                      5

           A Juan, el haber descubierto tantas cosas nuevas en tan poco tiempo le sirvieron para quitarle parte de las horas de sueño, las que aprovechó para dedicarlas a hacerse una composición de lugar en medio de todo aquello que día a día iba descubriendo. Estaba seguro de que los efectos producidos conducirían a las nuevas generaciones a una vida mejor. A una vida libre de estrés y sinsabores, que abandonaría el afán de riquezas y del consumismo exacerbado instaurado hasta ahora. Todos aquellos cambios y proyectos conducirían a los habitantes de la villa a un nuevo modelo de vida, seguramente mejor que el que les tocó vivir a sus padres y abuelos. Una vida a la que sus antecesores se habían visto arrastrados sin poder hacer nada por evitarlo. Recordaba aquellos relatos oídos a sus padres en la sobremesas, alegando que las necesidades y creencias inculcadas en su juventud estaban seguros entonces de que los conducirían hasta un modelo de vida cada vez mejor, que les permitiría ser dueños de una casa y regresar de vacaciones a su pueblo estrenando un utilitario o, por lo menos, unos zapatos que al caminar irían enseñando sus flamantes suelas color crema ante la admiración de todos. Habían salido de sus pueblos y aldeas —contaban sus padres— con una mano delante y otra detrás, escapando de las miserias derivadas de la reciente guerra, si no en el frente, sí en su entorno. Se marchaban a la aventura buscando aquella especie de paraíso terrenal. Pero la realidad agazapada les haría ver que nunca llegarían hasta aquel pretendido lugar. Esa tierra prometida no solía llegar casi nunca ya que, muchas veces, era truncada por un infarto, desgracia, enfermedad inesperada o un precario trabajo que no podrían mejorar. —Juan se entristecía pensando en aquellos claros ejemplos ocurridos a los de su anterior generación. Creía que ese modelo económico de vida practicado durante décadas, ruidoso, rebosante de presiones, obligaciones, adversidades y compromisos hoy ya no era el modelo más deseado para la mayoría de los ciudadanos. Sobre todo después del último escarmiento presuntamente sembrado por alguien, bien de la mano de la naturaleza o de los hombres, la gran pandemia del Coronavirus, sufrida al final de la última década. Lo ocurrido, solo se podía imaginar hasta entonces en libros y películas que se tornaron después en tenebrosa realidad. A pesar de las secuelas dejadas por aquel mal, Juan, se sentía contento de seguir viviendo de nuevo en su querida villa. Habían pasado cien años desde la penúltima gran pandemia, la mal llamada gripe española, que había matado a millones de personas en el mundo. Esta debacle quedaba ya muy lejana y olvidada por todos. La Historia parece empujarnos a creer que la memoria del ser humano, en algunos casos, es una memoria no mayor que la de pez.

           A Juan le preocupaba mucho el mal uso del teléfono móvil por parte de los jóvenes, y menos jóvenes. En pocos días llegó al hilvanar en su cabeza un montón de razonamientos que a él le parecían imprescindibles para sacar adelante a una juventud rodeada de todo lo que deseaba. Juan, una y otra vez, hacía especial hincapié en un uso adecuado del móvil, limitando su utilización a no más de una hora diaria, debiendo olvidarnos de las más de diez, de media, mientras duró la cuarentena por el Coronavirus —según había leído en un diario—. Idéntica recomendación para el tiempo malgastado mirando a las televisiones, que debería de ser sustituido por la lectura de libros que, además de aportarnos cultura y reconfortarnos el espíritu, abundan ahora más que nunca en nuestras bibliotecas y, además, su uso es gratuito.

           Todas esas inquietudes empujaron a Juan a buscar y llegar a conseguir la amistad con una persona con la que poder departir sus inquietudes, para tener la posibilidad de llegar a realizarlas para bien de todos. La encontró en una amiga concejala del nuevo Ayuntamiento —El actual Ayuntamiento estaba formado por la escisión de varios limítrofes desaparecidos hoy. Con ello se había conseguido reducir gastos y ganar en efectividad en lo que se refiere a prestación de servicios al pueblo, con menos recursos—. Esta amiga le había contado, sentados en una mesa del parque de Arnao, con motivo de una merienda, que en la corporación municipal se estaba tratando por todos los medios posibles y lícitos, de cambiar las rutas de los aviones que diariamente, y desde hacía muchos años, no habían dejado de sembrar malignas contaminaciones por encima de nuestras cabezas.

           Aquella joven e ilusionada edil, empujada aquel día por el vino, como humana que era, decía que el fin no era otro más que situar como preferente en el mundo a los seres humanos por encima de baladíes intereses. Siguió relatando y confiando en la discreción de Juan. Le dijo que en los proyectos de remodelación de la villa se recomendaba que industria y naturaleza caminasen siempre de la mano ya que están condenadas a entenderse contemplando, entre otras recomendaciones, la instalación dual de fábricas; es decir, una fábrica, una depuradora... Se estaba ya impulsando el comercio de pueblo —Juan había visto con ilusión los nuevos comercios, espacios y construcciones nuevas— para la distribución de lo producido en la zona y, al mismo tiempo, no quedarnos en manos de intermediarios que en cualquier momento podían fallarnos, dejándonos colgados con las necesidades a cuestas esperando por lo que no llega. Se contemplaba recuperar los oficios desaparecidos, comprendidos en el primer y tercer sector de la economía, para poder atender las demandas de primera necesidad del pueblo, así como enlazarlas con la pretendida nueva vida: zapateros, modistas y sastres, pescadores, carpinteros, albañiles, ferreiros, jardineros, ganaderos, labradores, viajantes, panaderos...amas y amos de casa —Juan sabía que sería imposible y no aconsejable escapar de la globalización, pero sí creía que se podían mejorar muchas cosas hasta ahora no abordadas–.

           En ese ambicioso programa también se contemplaba buscar una atalaya adecuada para resucitar la antigua y desaparecida Casilla de observación que había estado situada cerca del Cotarelo. Parece ser que estaba también previsto que los vecinos aficionados al buceo extrajeran, para su exposición, los restos de barcos naufragados, pegados a la costa —localizados desde hacía años—, probablemente con parte de sus enseres conservados. Poner en funcionamiento las panaderías necesarias para suministrar al pueblo el pan necesario para su manutención... En fin, un montón de proyectos a cual más interesante.

           Al final de aquella razonada conversación, Juan, aconsejó a la joven política que como primeras medidas deberían ser rehabilitados de inmediato y puestas en funcionamiento las escuelas nacionales para, con ello, evitar concentraciones diarias de todos los niños del municipio en un solo centro. Con una escuela en cada pueblo se matarían dos pájaros de un tiro: primero se evitaría la propagación de muchos contagios masivos por benignos o temibles virus. De esa forma, los niños vivirían más tiempo en su pueblo haciendo, a la par, que esa costumbre les hiciese amar sus raíces para en un futuro fijar sus vidas al entorno donde se habían formado. A pesar de su estado eufórico la concejala parecía prestar oído fino a lo comentado por su amigo.

 

           Al día siguiente de la larga conversación con su amiga, la edil, Juan, se había levantado tarde, con el estómago revuelto y la cabeza abotargada. Esta vez el problema no había sido a causa de las medicinas que ingería. Se quedó en casa toda la mañana sentado en la cocina, junto a su madre, necesitado de su dulce conversación. Su madre se puso a trabajar una masa que sacó de la nevera. Le explicó a Juan que era una receta de Pepita da Valeria, que le había facilitado un familiar que habían encontrado en un legajo de aquella reconocida cocinera de mediados del pasado siglo XX. 

—Se trata de una receta magistral —le dijo su madre— para hacer pan sin necesidad de amasar. Con la ayuda de una cuchara de palo, mezclamos medio kilo de harina, una nuez de levadura, una cucharadita rasa de sal y agua. Después metemos la masa en un bol tapado con un paño y lo dejamos reposar 12 horas en la nevera (antes reposaba “al fresco”, pues no había nevera). Pasado ese tiempo, vaciamos la masa sobre una superficie enharinada y con unos suaves estiramientos se forma el pan. Lo dejamos reposar a temperatura ambiente una hora y lo cocemos en el horno, previamente precalentado a 230º. Horneamos 15 minutos. Después bajamos la temperatura a 200º y seguimos horneando 15/20 minutos más. El resultado es un pan crujiente y delicioso” —la harina y levadura ha de comprarse en la panadería para evitar una competencia desleal.

           ¡Qué caudal de agradables noticias y conocimientos estoy viendo y palpando desde mi regreso a la villa, mamá! —exclamó Juan en voz alta.

 

                                                                      6

 

           Juan no daba crédito a todo lo nuevo que contemplaba en su pueblo. Algunas veces dudaba si su enfermedad le estaba aplicando una mala pasada, haciéndole soñar y olvidarse de lo que antes había vivido y ahora necesitaba para hacer comparaciones. Pero por más que pensaba en ello, llegó al convencimiento de que todas las novedades observadas ahora, antes de haber enfermado él no existían: el trenecito para cubrir los fines de semana el trayecto hasta Arnao y viceversa. Los demás días prestando servicio por la villa, con fin y comienzo de trayecto en el Muelle —con la recomendación de dejar aparcados los vehículos en La Laguna—. Las zonas más abrigadas del pueblo pobladas con limoneros cuatro estaciones, naranjos y pomelos, para que el pueblo se viera colmado de la tan necesaria vitamina C, ayudando a fortalecer sus defensas — pensaba Juan—. Su mente no dejaba de trabajar y se le ocurrió que tenía que tratar de convencer a su amiga concejala, para promover la apertura de un fondo de reserva dedicado en exclusiva a financiar mini-fábricas destinadas al abastecimiento a escala suficiente y no más, de máscaras, guantes, así como toda clase de pequeño material sanitario necesario para ayudar a combatir a futuros virus con orden y eficacia no falta de higiene. El primer impulsor debía de ser el Ayuntamiento. De esta forma, al menos en ese apartado, quedaría rehabilitado nuestro talón de Aquiles, tan tocado desde la última pandemia, según era sabido por todos los habitantes.

                                                          7

           Pasados unos meses desde su vuelta a la villa Juan ve que, como antaño, reina la alegría en sus calles. En Arnao, los fines de semana desde mayo a octubre, llaman la atención las familias con sus niños alborotadores, volando sus cometas, caminando en equilibrio con sus largos zancos de madera, rodando sus aros y practicando toda clase de juegos que habían sido olvidados. Jóvenes divirtiéndose, haciendo deporte, abuelos tranquilos, respirando sin respiradores. Todos felices aunque, de momento, sin intercambiar abrazos y besos —Juan no entendía como había podido ser abandonada años atrás esa práctica tan necesaria para el ser humano, que había sido sustituida por un toque chocándose los codos–. Estaba seguro que las nuevas formas no cuajarían y que más pronto que tarde volverían las de antes. El ser humano ha de tocarse piel con piel, no puede ser de otra forma para expresar sus atenciones y sentimientos hacia los demás.

           El Campo de Arnado, un trozo de paraíso situado en la parte más occidental de Asturias, en una península triangular que se extiende desde la playa de Arnao, la Punta de la Cruz y el merendero del río de Salgueiro. Nos ofrece un remanso de paz y una válvula de escape para el pueblo, después de haber sido transformadas aquellas tierras en un inmenso parque rodeado de árboles autóctonos para disfrute de todos. El merendero con sus barbacoas, mesas y bancos rehabilitados y una nueva placa solar, que le da luz, sustituyendo a la desaparecida hace años. Ya hemos sido liberados del campo de tiro, que ha sido desplazado a tres millas mar adentro, evitando así ensordecedores ruidos, además del sembrado intensivo de plomo en el mar. El nuevo predio —costeado por los deportistas aficionados—, está ahora situado en una isla flotante, gozando de medidas para evitar la contaminación acústica y plomífera. Las lanchas de pasaje, provistas de silenciosos motores de hidrógeno, conducen hasta allí a los usuarios de la nueva parcela deportiva. La desaparición del campo de tiro, añadido a la anterior clausura del campo deportivo de aviación, es la consecución de una meta anhelada por los ciudadanos desde hace muchos años.

           Juan, siente la sensación de estar inmerso en un viaje a una vida mejor que va contemplando a cada paso, aunque seguramente no feliz del todo para todos. Es todo esto una especie de maná caído del cielo para beneficio de los habitantes convencidos de vivir en las zonas rurales. No cabe duda alguna que el Covid-19 ha hecho surgir un antes y un después en la vida diaria de nuestro pueblo y de otros de la España rural.

           Con motivo de la venida de gentes procedentes de las grandes ciudades a los pueblos, se palpa en el ambiente que paulatinamente se resolverá para muchas generaciones el problema de la demografía, del llamado vaciado de los pueblos y zonas rurales. Se vienen a los pueblos cansados de la vida en las grandes urbes, convencidos y dispuestos a cambiar su modo de vida, alejándose de las aglomeraciones, hacinamientos, estrés y problemática vida diaria practicada hasta antes de la gran Pandemia. Todo un cambio para las actuales generaciones y una realidad para las venideras.

           —¡Qué ingenua es la humanidad! —dice Juan a su amiga concejala—. ¿Dónde tendrá la próxima vez su tendón de Aquiles? ¿Cómo es posible que cosas que eran baratas antes de la pandemia pasaran a costar una barbaridad?

 

                                                                      8

 

           Yo, Juan, entiendo que debo poner fin aquí a mi relato, pero antes he de dejar plasmada la recomendación de aquella sanitaria, ya entrada en años, que tuve el gusto de conocer los últimos días de mi internamiento en el hospital. Ella me dejó marcado por su bondad, por su afición a la lectura y, cómo no decirlo, por su belleza y lozanía infinita que aún conserva. Su sonrisa refuerza mi salud. Doy fe de ello, pues siempre la visito en su departamento cuando acudo a revisiones. Esa recomendación no fue otra que la de aconsejarme leer los cuatro libros escritos por alumnos del Taller de escritura de la Biblioteca: “Escrito en Figueras”, ”Figueras cuenta”, “Pudo pasar en Figueras” y “Figueras escribe”...

           Yo, después de leerlos, he de decir que es condición indispensable el hacerlo para conocer a fondo el pueblo, integrándose en él, perdiéndose por sus callejuelas descubriendo sus historias, vivencias y costumbres que, muchas de ellas, las mejores, con seguridad que serán repetidas y podéis disfrutarlas.

 

                                              Antonio Valle Suárez (20.05.2020)

Homenaje al Regimiento de Infanteria de Castropol

Homenaje al Regimiento de Infanteria de Castropol

 

Quiero rendir mi particular homenaje, con la debida antelación, al REGIMIENTO DE INFANTERÍA DE LÍNEA DE CASTROPOL, con motivo del 212 aniversario de su creación por la Junta Suprema de Asturias el 17 de JUNIO de 1808.
Dicho regimiento combatió con gloria por la independencia nacional ante la invasión francesa.
Declarado Benemérito de la Patria el 25 de enero de 1811 en el ataque de Villanueva de los Castillejos (Huelva), y por segunda vez en la batalla de Albuera (Badajoz) el 16 de abril del mismo año.
Asumido con el tiempo en otras unidades hasta su total desaparición.
Se adjuntan ilustraciones de la placa conmemorativa de su primer centenario, uniformidad, hoja de servicios de un oficial y datos de su guarnición posterior en Melilla (1815).
Y la Cruz de Distinción del Ejército Asturiano, creada por R.O, de 4 de junio de 1815 para
" premiar el entusiasmo, valor y bizarría con qué se condujo el ejército asturiano en el tiempo en que circundada de enemigos aquella región, y sin auxilios del Supremo Gobierno se sostuvo durante un año a pesar de sus reducidos efectivos, con escarmiento para el enemigo al
que batió y rechazó con mucha gloria de las reales armas y honor de sus naturales."
(Ilustraciones de uniformidad del regimiento, sacadas del libro
"El Regimiento de Infantería de Línea de Castropol", autor José Luis Calvo Pérez; por si alguna persona desea profundizar algo más en su historia).
Agustiín López Campos
 

 

La sedimentación de la ría

La sedimentación de la ría

 Arriba: delimitación de los sedimentos de la ría en 1956 y en la actualidad, realizada a mano alzada sólo en base a la interpretación visual de ortofotos, por lo que se trata de una mera estimación visual. Abajo: sedimentos aluviales colonizados por cañaverales cerca de Vegadeo (fuente: Google Street View).

 

 Recientemente se han publicado en este blog dos cartas náuticas de la ría datadas en 1807 y 1812. Estas cartas han dado lugar a algún comentario sobre la sedimentación de la ría, a propósito de lo cual a continuación daré mi opinión sobre esta cuestión.

Conviene precisar antes de nada, que estas cartas de navegación no abarcan la ría en su totalidad hasta Abres. Y ni siquiera hasta Vegadeo. Sino únicamente su parte final, aproximadamente entre el pueblo de Castropol y el mar.

Generalmente se tiende a analizar el fenómeno de sedimentación de la ría atendiendo a los cambios que han experimentado los tesones de arena de mar en esta zona de la ría. Y como parece que en los dos últimos siglos no se perciben unos cambios apreciables en ellos, entonces parece concluirse que la sedimentación de la ría es muy lenta o incluso inapreciable, por lo que no supone un problema a considerar. Sin embargo, como expondré a continuación creo que este análisis es erróneo.

De forma general, la sedimentación y colmatación de las rías o estuarios es un proceso fluvial, y no marino. Ya que se produce por la acumulación de sedimentos de lodos y arcilla que aportan los ríos, y que las corrientes del mar —fundamentalmente la marea— no son capaces de retirar. De modo, que la sedimentación en las rías generalmente no se produce por la entrada y acumulación de arena marina o de playa desde el mar por la desembocadura. Y el mar no influye en este proceso aportando sedimentos marinos, sino sólo en función de su mayor o menor capacidad para retirar los sedimentos que aportan los ríos.

Esta sedimentación fluvial aluvial se produce fundamentalmente en las zonas del fondo de las rías. En estas zonas el cauce se ensancha y el caudal fluvial deja de ser el dominante frente a las corrientes de la marea. La corriente fluvial pierde ahí su velocidad y energía, y por consiguiente su capacidad de transporte, depositando en esas zonas los materiales sólidos que transportaba. A las zonas de la ría cercanas al mar no llegan apenas los sedimentos fluviales, por lo que allí no se produce su sedimentación.

Por ello, para estudiar la sedimentación en la ría y su evolución es más interesante fijarse en cómo y cuánto ha cambiado la sedimentación en las zonas de la ría situadas mucho más aguas arriba de los tesones.

Cerca de Vegadeo existe una gran barra de sedimentos fluviales, situada en la margen izquierda inmediatamente aguas abajo del terraplén del FEVE. Estos sedimentos no son arenas de playa aportadas por el mar, como los tesones, sino sedimentos arcillosos aportados por los ríos, fundamentalmente el Eo. Aunque es posible que el río Suarón (y en menor medida también el Monjardín) contribuyan de forma bastante significativa al aporte de sedimentos debido a su torrencialidad (provocada por la forma compacta de sus cuencas vertientes, que se traduce en unos tiempos de concentración muy reducidos, lo que ocasiona grandes crecidas de origen pluvial asociadas a tormentas, y que probablemente se ven aumentadas por los encauzamientos y obras de defensa que aumentan la velocidad del agua y disminuyen más aún ese tiempo de concentración), utilizando esa zona de la ría cercana a su desembocadura en Vegadeo a modo de cono de deyección torrencial en el que depositan sus caudales sólidos. Como se aprecia en la figura (y como cualquier habitante o conocedor de la zona sabe perfectamente) en esta zona, estos sedimentos fluviales constriñen la ría hasta convertirla en un canal con una morfología claramente fluvial.

Como se aprecia en la figura, parece que las barras de sedimentos aluviales han aumentado de forma considerable en los últimos 60 años en la ría, desplazándose hacia aguas abajo. Por lo que me temo que en futuro esta dinámica continuará. Así que parece que en futuro la sedimentación de la ría va a estar más determinada por el avance de estas barras de sedimentos arcillosos de origen aluvial que por los movimientos de los tesones de arena de mar o de playa.

Se pueden reseñar varios aspectos que afectan a esta sedimentación aluvial, así como algunas posibilidades y limitaciones para actuar sobre ella:

  1. Los bosques de eucalipto existentes en la cuenca vertiente del río Eo, localizados en laderas de muchísima pendiente y en los que se realiza una selvicultura intensiva con aplicación de cortas a hecho siguiendo las líneas de máxima pendiente y con la realización del arranque de las cepas cada varios turnos de corta. Probablemente estas prácticas forestales aumentan de forma importante la llegada de sedimentos a los cauces, que luego son transportados por la corriente hasta la ría. Desde la carretera nacional N-640 entre Vegadeo y Meira se pueden ver bastante bien estas prácticas forestales. Por tanto, parece necesario que se establezcan restricciones hidrológicas sobre la selvicultura y los aprovechamientos forestales en la cuenca vertiente.
  2. Me pregunto cómo, o más bien cuánto, habrán afectado las estructuras artificiales construidas en la ría en el último siglo a la capacidad de las corrientes marinas para retirar estos sedimentos aluviales. Me refiero principalmente a (1) el terraplenado de la ría y los diques y escolleras de Ribadeo, (2) a los pilares del puente de Los Santos, (3) al terraplén del FEVE sobre la ría en Vegadeo, (4) al puente de Porto en Vegadeo y (5) a los cultivos de ostras. Existe todavía bastante poco conocimiento sobre la dinámica de sedimentos en los entornos marinos y costeros como consecuencia de las corrientes, y las modelizaciones hidráulicas aún no son fiables por la gran complejidad y variabilidad de las corrientes marinas. De todas estas estructuras, la que presenta un impacto ambiental más evidente sobre la ría es sin ninguna duda el terraplenado de la ría y los diques y escolleras en Ribadeo, debido a la fuerte degradación paisajística que supone y a la ocupación directa de la ría. Sin embargo, desde el punto de vista de la sedimentación es probable que tengan un mayor efecto los pilares del puente de Los Santos (que son una obstáculo a las corrientes de las mareas justo en la sección más estrecha de la ría, reduciendo la sección efectiva de entrada y salida del agua entre la ría y el mar), el terraplén del FEVE en Vegadeo (que causa aguas abajo una zona de remanso en la que se encuentra la barra de sedimentos antes mencionada), y los cultivos de ostras (que son un obstáculo a la corriente, por lo que pueden provocar remansos locales que pueden inducir sedimentación). Respecto a los cultivos de ostras, probablemente deberían restringirse únicamente a la ensenada de La Linera y prohibirse totalmente en el brazo principal de la ría para evitar que provoquen o aumenten la sedimentación aluvial.
  3. Los sedimentos aluviales arcillosos terminan siendo colonizados por cañaverales, en los que viven aves acuáticas cuya presencia ha motivado su protección como ZEPA y ZEC (Red Natura 2000). Esta protección ambiental, que se basa exclusivamente en criterios faunísticos y que no atiende ni entiende de los procesos geomorfológicos de sedimentación y de su avance, hará con toda probabilidad imposible cualquier actuación de retirada de los sedimentos.

 

         Andrés López-Cotarelo

         Ingeniero de Montes

 

   

¡Licenciados en WhatsApp!

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4 de Mayo del 2020 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

Estos días de reflexión obligada dan mucho de sí, para lo bueno y para lo malo. Oyes y te llegan por todos los medios interpretaciones de todo tipo de las que te nutres si no tienes la suficiente prudencia y una dosis de cuidado. Lo digo porque, en las llamadas redes sociales, parece que todo está permitido, las verdades entran acompañadas de inmensas mentiras en formas de vídeos, dimes y diretes. Hay bastante que hacer con revisarlas todas si pretendes ser justo. Claro que cualquier persona razonable deja pasar un elevado porcentaje y se centra en realidades, pero el sentido común, ya lo dijo Voltaire, no es el más común de los sentidos. ¿Que qué son realidades? Lo son no solo las que se palpan, sino las que se razonan con datos fidedignos y contrastables y no con aquello de “me dijo un amigo... y bla, bla, bla”. A eso ahora le llaman fakes, que equivale a las trolas de toda la vida. Siempre las hubo pero, ahora, los tiempos son más propicios a ellas. Esa práctica es un grave delito, antes y después. No es lícito. Aunque me creo que, en algunos círculos, el hacerlo, hasta puede auparte en lo que a valoraciones personales se refiere.

Diariamente tiramos por tierra a España con sus dirigentes de turno dentro. Todo en uno, según convenga. Lo hacemos, por ejemplo, diciendo que España está arruinada, que la van a rescatar, que desaparecerá del mapa y un sinfín de calificativos y calamidades más sin pararnos a pensar que estamos tirando piedras contra nuestro propio tejado. Todos sabemos tanto ahora de economía, como antes de la Pandemia sabíamos de fútbol y hace muchos años de toros y boxeo. Además, estamos haciéndonos verdaderos maestros del WhatsApp.

Desde el año 2008 hasta nuestros días, no por capricho, sino por cifras, por números que cantan. Desde entonces, el gasto público inició su cabalgada al trote y, desde hace unos años, va desbocado aumentando la deuda pública. Se van acumulando déficits fiscales año tras año. El gasto de la seguridad social crece el doble de la media de los ingresos, y el déficit originado ya suponía en 2018 el 54% del déficit público total.

Comparemos y razonemos, como ejemplo, a los países con las familias: si una familia debe al banco todo lo que gana en un año, el porcentaje de endeudamiento sobre lo que gana al año (PIB) es del 100%, no parece que vaya muy boyante la cosa, pero mientras vayamos pagando. Pues pasen y vean, vean en cifras significativas cómo están algunos países de la CEE, entre los que se encuentra España:

País Deuda pública Total % sobre P.I.B

Bélgica 467.000 millones de euros 99%

España 1.200.000 id. 96%

Francia 2.400.000 id. 99%

Italia 2.415.000 id. 135%

Portugal 250.000 id. 120%

Grecia 331.000 id. 178%

Alemania 2.056.000 id. 60%

Hay muchos otros países más que no se pueden relacionar aquí por razones obvias de espacio, con tantos y más problemas económicos que los que tiene España. Los tiempos no son buenos para la inmensa mayoría. De los comparados aquí, podemos ver que Bélgica y Francia están en cifras de deuda y porcentaje sobre el PIB similares a las de España. Otros tres, Italia, Portugal y Grecia, están bastante más endeudados que nosotros. Alemania no es comparable, sencillamente porque es la economía más potente de la zona euro.

¿Alguien de verdad puede creerse que, con estas cifras, haya motivos para intervenirnos a nosotros solos sin antes intervenir a muchos otros países y, con ello, tumbar a la Comunidad Económica Europea?

Razonen con razones, señores que no lo hacen, quítense el manto de la cara y sean ecuánimes que, aunque somos sapiens, llevamos muchos años en eso de la educación y el respeto a los demás. Si no podemos o no queremos arrimar el hombro en estos difíciles y tristes momentos, con la que está cayendo, por lo menos no entorpezcamos la labor con calumnias que seguramente no son beneficiosas para casi nadie; además de ser un grave pecado. Debiéramos pensarlo antes de hacerlo, para no vernos despellejando a nuestra propia casa con toda la familia dentro.

Escudo de Castropol, propuesto por José Luis Calvo

Escudo de Castropol, propuesto por José Luis Calvo

El escudo histórico de Castropol y la fecha de su creación

El escudo histórico de Castropol y la fecha de su creación

 

El pasado 8 de abril se me publicó una entrada en este blog que trataba sobre el escudo de Castropol y la bandera del regimiento de infantería de Castropol que luchó en la guerra de la Independencia. Aquí el vínculo a dicho artículo:

 http://castropol.blogia.com/2020/040801-la-bandera-del-regimiento-de-infanteria-de-linea-de-castropol-que-combatio-en-la.php

 En resumen, yo exponía que según un artículo publicado por José Luis Pérez de Castro en 1985, el escudo de Castropol es anterior al s. XIX. Y que como el regimiento de Castropol se constituyó en 1808, el escudo que debió de llevar necesariamente el regimiento en su bandera era el escudo histórico de Castropol, y no el escudo con la cruz de los Ángeles de la ciudad de Oviedo. Lo que implicaría que la bandera con dicha cruz que se conserva en un museo de Barcelona no podría ser la del regimiento de Castropol.

 espués de ello se puso en contacto conmigo José Luis Calvo Pérez, autor de un libro sobre la historia del regimiento de Castropol. Y me ha aportado una gran cantidad de información sumamente interesante sobre la historia del escudo de nuestro concejo.

 El primer escudo usado por el concejo de Castropol del que tenemos conocimiento data de 1817. Y aparece en el sello de una carta que fue enviada por el ayuntamiento en dicho año a Pedro Sanjurjo, que había sido teniente en el regimiento Castropol. La carta era una invitación al solemne acto de recepción de la bandera del regimiento en el ayuntamiento. Aunque como es sabido, la bandera que se recibió en Castropol realmente no era la del regimiento de Castropol, sino la del de Málaga en el cual se integraron los soldados de Castropol cuando su regimiento fue disuelto.

 La imagen que acompaña a este texto muestra a la izquierda el sello de dicha carta de 1817, y la de la derecha una representación del mismo. Ambas imágenes proceden de José Luis Calvo Pérez. Existe además un documento del ayuntamiento datado en 1878 en el que se informa sobre los sellos que entonces eran utilizados oficialmente por el consistorio y que disponían de validez legal. El escudo que aparece en estos sellos de 1878 es totalmente coincidente con el escudo que aparece en el sello de la carta de 1817. Y al parecer, este escudo se utilizó por el ayuntamiento desde 1812.

 La torre con almenas sobre las olas del mar parece representar el castillo del Fiel en la ría del Eo. En cuanto al ave, se desconoce de qué especie se trata, si bien parece claro que no era un águila.

 Al parecer no existe ninguna constancia sobre la utilización de ningún escudo por parte del concejo de Castropol con anterioridad a 1812. O al menos nosotros lo desconocemos.

 Mi opinión personal es que con la información que conocemos actualmente no se puede asegurar categóricamente a partir de qué fecha se empezó a utilizar el escudo municipal de Castropol. Sin embargo, toda la información existente apunta a que el ayuntamiento empezó a utilizar el escudo en 1812. Y que anteriormente el concejo no disponía de ningún escudo.

 Por tanto, lo más probable es que la bandera de la guerra de la Independencia que se conserva en el Museo Municipal de Historia de la Ciudad de Barcelona sí sea la que el regimiento de infantería de línea de Castropol bendijo en Naviego, juró en Leitariegos y usó durante la guerra de la Independencia hasta su disolución e integración en el regimiento de Málaga.

 Por otra parte, el escudo que utiliza actualmente el Ayuntamiento de Castropol carece de rigor histórico, ya que no se corresponde con el escudo histórico utilizado desde 1812. Sino que presenta numerosos cambios:

  • El cambio de postura del ave, que no aparece de lado con las alas plegadas, sino de frente y con las alas abiertas.
  • Se han añadido elementos extraños. Las espigas de los lados de la torre no formaban parte del escudo, sino que estaban fuera y eran meramente ornamentales. Y sobre todo, de forma sorprendente y escandalosa, se ha añadido un cuerno de la abundancia.
  • Se ha eliminado el mar. O cuanto menos, ya no es claramente identificable.
  • El escudo presenta muchas características de un dibujo artístico, y no las de un escudo heráldico.

 

Muchos de estos errores se deben a Octavio Bellmunt y Fermín Canella, que entre 1894 y 1900 publicaron su enciclopedia «Asturias» en la que incluían un escudo de Castropol del que proceden la mayoría de estos errores históricos.

 Por último agradezco a José Luis Calvo Pérez toda esta información. Todo ello se puede consultar de manera más extensa en mi web:

 https://www.palaciodelasnogueiras.es/historia/escudos-municipales

 Aprovecho estas líneas para pedir al Ayuntamiento de Castropol que en aras del rigor corrija todos estos errores del escudo que utiliza, y que recupere el escudo histórico del concejo. En el link anterior de mi web , se incluye una propuesta de José Luis Calvo Pérez que apoyo totalmente.

 

Andrés López-Cotarelo