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Castropol, Pueblo Ejemplar de Asturias

Colaboraciones

Vacuna obligatoria contra la tristeza

La Nueva España » Cartas de los lectores » Vacuna obligatoria contra la tristeza

18 de Octubre del 2024 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

Me encontraba yo sentado en el consultorio médico en la Casa del Mar esperando mi turno para vacunarme de la covid-19 y la gripe a un tiempo, cuando se abrió la puerta del ascensor y por ella apareció Julia, acompañada de su esposo, mi amigo Manolo. Nada más verme, él desplegó su grata y amplia sonrisa al tiempo que me saludaba efusivamente, diciéndome: "¡Hombre, amigo, tanto tiempo! ¿Qué tal estás?". Después de intercambiarnos palabras agradables, mi amigo Manolo, al que llevaba un tiempo sin ver, se fue sonriente a sentarse al lado de su mujer.

Yo me volví al viejo asiento de plástico rojo, al tiempo que pensaba en lo bien que estaba mi amigo Manolo. Igual de bien y dicharachero que cuando íbamos a la montaña a cazar perdices, hace más de cincuenta años: delgado, bien plantado, con todo su pelo negro sin teñir, y con sus ligeros 91 tacos a cuestas. ¡Qué envidia!

Al poco rato, desde el otro lado de la sala escasa de pacientes, la voz de Julia, la esposa de mi amigo Manolo, me sacó fuera de mis pensamientos para decirme: "¡Antonín!, Manolo me dice que quién eres, que no te conoce". Descolocado les sonreí a ambos, mientras mi incrédula mente, sin creer lo que oía, trataba de resetearse a todo gas. Ya sosegado empecé a repasar el currículo de los allí presentes, todos vecinos de los distintos pueblos que pertenecen al mismo consultorio médico que yo: Paco y su mujer suman entre los dos más de 170 años. Pepita, la viuda de Pepe, pasa de los 90... A la mayoría hay que gritarles pues no oyen nada. Yo, aunque duro de oído, oí a la enfermera que le decía a Paco al pasarlo a su despacho: "Paco, tiene azúcar, eh". Y antes de cerrar Paco la puerta oí que alegre le respondía: "Sííí, tengo azúcar, nena, y también café, cuando quieras pasas por casa que te convidamos".

Mi egoísta mente me reprendió, diciéndome: "Basta, quieto, no sigas por ese camino, vas a enloquecer de tristeza". Y me frené en seco tratando de pensar en otras cosas, pero solo lo hice repasando otras similares: "En los últimos dos años solo han nacido dos niños en el pueblo. Me han dicho que solo hay dos días a la semana médico en el consultorio, el martes y el jueves. Hoy solo tenemos enfermera para hacernos curas y vacunarnos de todo, hasta de herpes, virus que tanto daño está haciendo por ahí... En realidad no nos hace falta médico todos los días. Cada vez somos menos y mayores...".

Frené un poco mis pensamientos y volví a mirar a mi amigo Manolo, que allí al lado seguía sentado, balanceando sus piernas y sin parecer mirar a nadie, sonriendo.

Volví a pensar, pero esta vez un poco más alegre: "Así que, visto lo visto, habrá que ir pensando en la vacuna contra los efectos devastadores de los años... Aunque pensándolo bien, para qué. Los años hemos de procurar llevarlos con dignidad y así no nos pesarán. De ponernos una nueva vacuna, yo quiero una contra la tristeza, sí. Seguro que me transmitirá sus buenos efectos apartándome de ella y, así, poder mantener una sonrisa bien grande..., como la de mi amigo Manolo. Qué suerte tiene Manolo. A él no le hace falta ese tipo de vacuna, pues lo veo feliz como siempre. Portador de una envidiable sonrisa, de oreja a oreja, que muchos quisiéramos manejar como él la maneja diariamente. Me acercaré a darle un abrazo, bien se lo merece".

En política, fútbol y religión, tan peligroso es el sí como el no

3 de Abril del 2024 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

En esta España nuestra tenemos la suerte de poder disfrutar de una prensa casi libre del todo, que nos informa de aquellas noticias que nunca llegarían a nosotros si estuviese censurada o intervenida. Quiero referirme concretamente a las nuevas relacionadas con la corrupción que, más veces de las debidas, se presenta ante los ojos del pueblo soberano como si fuera adrede, como para someterlo a continuos sobresaltos y cabreos.

Los que tenemos ciertos años no podemos impedir que nos vengan a la mente muchas noticias de casos relacionadas con la deshonestidad. Sobre todo aquellos que mueven a las masas y son dimanados de la política, el fútbol o la religión. Además de esas potentes entidades, por supuesto que se podían enumerar muchas otras: ONG, cooperativas, bancos, clínicas, hospitales, residencias y todas aquellas entidades públicas y privadas administradas por los humanos. Sabemos que en mayor o menor medida ninguno de esos organismos, con sus gobernantes al frente, está libre de ser contagiado por tan temible y despreciable lacra que castiga a la humanidad desde que el hombre puso su pie sobre la faz de la Tierra.

Con tal motivo surgen debates acalorados que a veces terminan rompiendo amistades e incluso destrozando vínculos familiares. Entonces es cuando surge un antídoto o vacuna que, aplicado a tiempo, puede mitigar todos esos problemas. Ese antídoto muchas veces aplicado se llama: "Prohibido hablar de fútbol, religión o política". Y mucho menos concentrarse en su grano en el trasero llamado corrupción, que, de vez en cuando, les sale a alguno de ellos en tan escondido lugar. Pero aun aplicando esa receta el virus sigue ahí, aletargado, sin llegar a curarse nunca por sí solo. O lo que es lo mismo, curado en falso.

Más veces de las debidas saltan ante nuestros ojos casos de corrupción pública, más o menos gordos. Los privados se guardan más, aunque a veces siguen su camino rozando a los corruptos/as sin molestarlos en lo más mínimo siquiera, y sin que el vulgo se entere de su porqué. Pero por suerte, actualmente tenemos medios a nuestro alcance para ponernos al día (hemerotecas) en lo que a información pasada se refiere, ya que la actual la vemos en la prensa diaria y el resto de medios informativos. En las hemerotecas nos podemos nutrir de las noticias fidedignas y de esa información pasada, almacenada y muchas veces olvidada, pudiendo evitar con su ayuda que no nos influyan los modernizados bulos ni macutazos burdos que por ahí circulan libremente. Lo hacen con el solo propósito de empujarnos a debates acalorados destinados a destruir la convivencia, a estabilizar los intereses particulares de quien los maneja y lanza sin sentir el menor de los pudores. Se trata de que lleguen a todos, confundiendo, liando la madeja y desestabilizando, para conseguir sus malignos propósitos. Viniendo al caso ahora podemos aplicar aquello de que su conciencia, la del que los crea o lanza, era verde y se la comió un burro.

Es una pena que la mayoría de las veces esas discusiones solo vayan encaminadas a la confrontación, defendiendo a ultranza cada uno sus colores, escuchando al interlocutor solo para atacarlo sin ni siquiera tratar de asimilar sus razones por poderosas que puedan parecer. Eso no son debates intelectuales ni académicos, ni siquiera ideológicos, solo son desavenencias frontales, con ideas cerradas para imponerse cada cual.

Las opiniones que terminan en discusiones por política, religión o futboleras, podríamos decir que su objetivo es el de demostrar todo lo malo, indigno y poco meritorio que es el otro; por contraste con lo bueno, digno y loable que es uno y el bando al que representa, o que simplemente porque le gustan sus colores...

Cuando no hay peligro de que salten chispas en el diálogo, con temas tan delicados, es cuando bogamos con el interlocutor, ambos con el mismo rumbo. Siendo así puedes disfrutar de una singladura pacífica diciendo sí o no, según quiera oír la otra parte que tengamos en frente. Esto me hace recordar que una vez aprendí una sedosa lección que ahora me encanta el compartirla contigo, amigo lector:

Nuestro médico de cabecera alternaba en las tardes de verano en el bar de enfrente de mi casa (hoy cerrado para siempre) con don Jesús, que era un también médico y amigo veraneante. Don Jesús, hombre prudente y pausado, siempre le daba la razón en todo a nuestro galeno. Así que, en condiciones normales, no surgía ninguna desavenencia entre ambos. Los enigmas comenzaban a subir de tono cuando el alcohol hacía sus efectos recorriendo las venas de nuestro terapeuta, el del pueblo. Entonces no se le entendía nada de lo que decía y defendía, poniendo con sus seseos y medias palabras en serios aprietos a su interlocutor cuando le pedía su parecer. Y ocurría que el bueno de don Jesús, contestándole con un sí o un no casi nunca acertaba, recibiendo a cambio una buena reprimenda. Hasta que un día a don Jesús le vino la luz atinando con la contestación adecuada para el caso, que, por cierto, le quedó como guante en mano. Cuando empezaba a no entender a su colega y amigo ebrio y cabezudo, en vez de contestarle a sus interrogaciones con un dudoso y peligroso sí o no, le respondía firme y claramente: "¡Home coño!". Y a partir de entonces entre ellos reinó la paz y su amistad perduró para siempre, pudiendo sin problema alguno tratar temas tan delicados como son la política, el fútbol o la religión.

¡Alguien que se atreva a ponerle el cascabel al gato!

 La Nueva España. 15 de Febrero del 2024 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

¿Eres consciente, amigo lector, de que tu vida corre peligro tanto si te quedas en casa como si sales a la calle? Que sepas que un balazo puede segártela antes de que sientas los ecos del disparo. Mira: "Muere en Guipúzcoa una mujer tras ser alcanzada en una vivienda por un disparo procedente del exterior", nos decía LA NUEVA ESPAÑA las pasadas Navidades. O aquella otra en la autopista AP-66, kilómetro 123: "Un autobús que viajaba hacia Oviedo recibe un disparo que provoca heridas leves a una de las pasajeras".

Parece ser que entre 2015 y 2020 la Guardia Civil contabilizó 200 accidentes provocados por armas de caza, y de ellos resultaron 31 muertos.

En casa de mis padres y en la mayoría de las de aldeas siempre hubo perros. Perros protectores, guardianes, de caza y muy pocos de compañía. En la mía conocí, allá por los años cincuenta del pasado siglo, a unos cariñosos setter y pointer, a los que mi madre no miraba con buenos ojos. Siempre los comparaba con las vacas, pues decía que solo comían y que para la leche que daban no merecía la pena el mantenerlos. Aquellos canes jamás entraban en casa. Los días crudos de invierno dormían en el pajar o en cualquier anexo exterior de la casa, o donde podían. Comían de las sobras de sus amos. Eran otros tiempos.

Mi padre, en cambio, les profesaba un cariño especial. Solo le faltaba darles besos. A veces, medio escondido, les cocía arroz con tocino. Recuerdo verlo con una sonrisa en los labios, que delataba su emocionada alegría, transportándolos en brazos al pasar a una finca alambrada, o al atravesar un monte a bravo donde los canes podían resultar lesionados. Ambos, mi padre y los chuchos, cazaban en tándem. No se les resistían perdices, arceas, agachadizas, palomas..., de las que tantas había por el nuestro Occidente en aquellos tiempos.

El arma letal que manejaba mi padre era una escopeta paralela, del calibre 12, un modelo 203, del año 1941, de la marca V. Sarasqueta. Todo un lujo al alcance de pocos cazadores, entonces. Siempre la tenía custodiada en su funda de cuero, menos cuando llegaba cansado de cazar y la colgaba en el pasamanos de la escalera mientras descansaba, para después de limpiarla y engrasarla custodiarla en su funda de color vino.

Más tarde, casi al final de su carrera como cazador, algunas veces lo acompañábamos mi hermano y yo; ambos con escopetas paralelas, del calibre 12 también, pero mucho más modestas que la joya de mi padre.

Los accidentes de caza entonces casi no existían, se limitaban la mayoría de las veces al impacto de unos perdigones perdidos que alcanzaban menos de cien metros de forma peligrosa. La mayoría de las eventualidades se quedaban solo en un simple susto por parte de todos. Ni siquiera cuando se usaban balas o plomos del doble cero para la caza del jabalí, o la raposa, el alcance no llegaba con peligro a los cien metros.

Por los mismos escenarios donde mi padre cazaba entonces me vi yo el otro día paseando, en compañía de unos amigos. Caminábamos por un sendero entre prados y bosque de pinos. De repente sentimos un ruido atronador y repetido que oprimió nuestro veterano corazón. Parecía la guerra. Un montón de disparos provenientes del monte pegado a nosotros hizo que, instintivamente, nos agachásemos todos para no levantarnos hasta que pasó aquella tormenta que nos dejó atronados. Menos mi pesado amigo jubilado, Bras, que se levantó increpando a uno de los cazadores para decirle, amenazante: "Cobarde, dele un fusil al jabalí para que se defienda...". Con alma de cazador todavía hoy, confieso que reprendí a mi amigo, ya que, para mí, no iba por ahí la cosa.

Ya en casa, me puse a repasar la ley de Caza, que en su artículo 19, apartado 1, dice: "Con carácter general queda prohibido disparar en dirección a las zonas de seguridad, siempre que el cazador no se encuentre separado de los límites de ellas por una distancia mayor de la que pueda alcanzar el proyectil...". Asimismo, dice la ley: "Queda prohibido el uso de armas de caza en el interior de los núcleos urbanos y rurales y otras zonas habitadas hasta el límite que alcancen las últimas edificaciones o instalaciones habitables por personas o ganado, ampliado en una franja de 100 metros en todas direcciones".

No puedo dejar de preguntarme, visto lo visto, si la ley de Caza es una broma o una tomadura de pelo en toda regla. ¿Cómo es posible poder cazar en todo el occidente costero, lleno de edificaciones, caminos, sendas, personas y animales por doquier, cuando una bala de fusil puede alcanzar y matar a una distancia superior a dos kilómetros? Esos artículos del reglamento de la caza más bien parecen estar redactados para aplicar a cazadores con escopeta y no con fusiles de largo alcance. ¿Por qué no se regula seriamente la ley en estos tiempos que corren para proteger la seguridad de humanos y mascotas?

Ya sé que la caza es buena, que es un gran negocio para el país, que mueve casi seis mil millones de euros al año, por eso debía protegerse regulándola seriamente. Para mí, una razonada solución podría ser el prohibir las armas de fuego de largo alcance para caza, verdaderos, sofisticados y temibles utensilios de matar a larga distancia, y sustituirlas por escopetas del calibre 12, que al ser mucho más inofensivas que los fusiles prácticamente acabarían con los accidentes. Al mismo tiempo que el cazador disfrutaría más de la caza, haría más deporte y se vería obligado a ser más fino perfeccionando estrategias a la hora de acechar y cobrar la pieza. No como ahora, que la pueden abatir sentados, disparando con un rifle de mira telescópica a más de un kilómetro de distancia desde la montaña al valle o al lado de la Casa Consistorial, si me apuran.

Dejé a un lado la ley de Caza, ya que su farragosa lectura me estaba preocupando y deprimiendo... Y me vino a la mente que seguramente sería mejor, visto lo visto, no salir al campo los días de caza, quedándose uno refugiado dentro de las cuatro paredes, apartado de puertas y ventanas por donde pueda entrar un proyectil perdido dispuesto a ajusticiarte. A ver si, entre tanto, aparece alguien que se atreva a ponerle el cascabel al gato.

Relaciones sociales, las de antes

La Nueva España » Cartas de los lectores » Relaciones sociales, las de antes

2 de Febrero del 2024 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

Desde hace unos años las redes sociales lo copan todo. Nada se escapa a su control. Se dice que las grandes potencias vigilan noche y día todos nuestros movimientos y quizá, ya, también nuestros pensamientos. Últimamente busco algo en internet y al poco me bombardean por el móvil con cosas similares, dándome que pensar. ¡Qué agobio! Alguien decidió entretenernos, controlarnos, e incluso dominarnos, haciéndonos adictos a ellas.

De un par de docenas de años para atrás los humanos vulgares de a pie nos relacionábamos con nuestros semejantes diariamente, cara a cara, con naturalidad, sin nada de por medio. Lo hacíamos en vivo, por razones de trabajo, de servicios, de viajes, de asueto... En esas cotidianas relaciones tan necesarias con los demás, instintiva e inconscientemente se observaban comportamientos, tendencias y demás caracteres de las personas con las que interactuábamos. De esas relaciones sacabas un patrón y una opinión generalizada o profunda de esa persona, que te servía para encuadrarla y saber si te interesaba o no para el desenvolvimiento de tu vida. Bien pensando que podría pasar a engrosar tu grupo de amigos. O de manera egoísta, económicamente hablando, para tus intereses, o para ser tu futura pareja si es que aspirabas a ello. O, simplemente, para cultivar el espíritu.

Todas estas observaciones hacia los demás, hacían que tu mente funcionase y razonase con unos patrones grabados en tu ADN o personalidad desde hace más de doscientos mil años, seguramente. Hasta que aparecieron las llamadas redes sociales, que, de golpe y porrazo, lo fastidiaron todo dejando a un lado las cartas manuscritas, el teléfono fijo, la máquina de escribir, las reuniones a domicilio y un sinfín de cosas más.

Siendo niño, allá por los años sesenta del siglo pasado, me acuerdo de caminar todos los lunes de cada semana del año un par de kilómetros desde mi casa a la de Pepe de Martina. Lo hacía para entregarle una carta escrita por mi madre, destinada a mi hermana que vivía en el entonces lejano y hoy cercano Avilés ("Dios quiera que al recibo de esta...", comenzaba a escribir mi madre con todo el cariño de progenitora y a toda velocidad, pues no tenía tiempo que perder). La carta salía de casa de mi madre el domingo por la tarde y la contestación volvía el martes a la noche. Entonces me parecía rápido el sistema de comunicación por medio de Pepe como correo, comparándolo con el mismo procedimiento a través de barcos o aviones para cartearse con la familia en las Américas, que nos enviaban y recibían cinco o seis cartas al año, como mucho.

A Pepe de Martina lo recuerdo siempre vestido con gabardina hasta los pies, tocado con gorra madrileña y calzado con botas Chiruca. Era un señor educado, respetuoso y culto que impartía en sus horas libres clases de latín a estudiantes, para ayudar a su economía familiar. Se había formado en el Seminario, que abandonó casi siendo pastor de las almas para casarse y aportar hijos a la patria. La mayoría de sus ingresos provenían de un negocio de huevos. Los compraba por las casas de la contornada. Pepe y Martina, su mujer, los empaquetaban por la noche en hueveras para entregarlos sanos y salvos a un mayorista en la Villa del Adelantado. El medio de transporte, el mismo en invierno que en verano, era El Aldeano, el autobús que paraba en todos los pueblos por donde pasaba. Pepe viajaba con billete de tercera, lo que solo le daba derecho a ocupar plaza en los bancos de madera situados encima del techo del autobús, a los que se accedía por una endeble y estrecha escalera situada en el exterior del vehículo. Allí arriba, al aire libre, más cerca de Dios, se pasaba el bueno de Pepe más de ocho horas semanales sentado, pensando, fumando y cogiendo mojaduras que a menudo se convertían en duraderos catarros.

El otro medio de comunicación que teníamos en el pueblo entonces, más rápido que la carta, era el único teléfono público que había en casa de María de Flora. Solo se usaba para cosas urgentes. Recibía la llamada la telefonista y si no tenía forma de mandar recado al destinatario por alguien que pasase por allí, salía rauda dando zapatilla o galocha a entregar el aviso de conferencia. Si todo se daba bien, con mucha suerte, se podía celebrar la conexión por el cable en el mismo día. Era normal encontrar a María todos los días por los caminos de los distintos barrios para cumplir con su trabajo.

Hoy día los tiempos cambiaron tanto en todos los sectores que no podía ser menos en las comunicaciones. Ahora las relaciones se hacen vía Facebook, Messenger, Instagram y otros medios ultramodernos llamados "redes sociales". Siendo, a mi juicio, el más popular y al alcance de todos el Facebú (como le llama mi pesado amigo jubilado Bras). Los que tenemos hijos en cualquier parte del mundo podemos hablar y verlos diariamente por esos medios, que no es poco, haciendo que no se note que envejecemos y que nuestros nietos no nos extrañen cuando vienen a vernos en vacaciones.

Los que queremos saber algo de cualquier cosa o tema no nos hace falta leerlo en ningún lado, simplemente le preguntamos a Alesa o a Google, que lo saben todo.

Así que hoy ya no impera la necesidad de salir de casa para relacionarse y saber tanto de la vida de los demás como cuando salíamos diaria y obligatoriamente a realizar nuestras actividades cotidianas. Pero, probablemente, aquellos roces sociales de entonces no podrá suplirlos hoy ni siquiera la inteligencia artificial, que viene pisando con fuerza. Pero a pesar de esa fuerza, le va a costar un huevo a ese campo de la informática el sustituir la gracia, el brillo de los ojos, la sonrisa, el guiño, el doble sentido de la palabra y, mucho menos, el olor, el frío o el calor y otras gracias que desprendemos los humanos y que no somos capaces de captar sin tener al interlocutor delante de nosotros en carne y hueso.

Ahora para encasillar a cada persona con la que nos relacionamos por las redes no hace falta observar ni estudiar tantos detalles como entonces. Simplemente limitándonos a leer sus exposiciones y comentarios y las respuestas que recibimos por las redes con sus "me gusta". Esos amigos pueden hacer que uno se pueda convertir en un "influencer" famoso (poderoso, prestigioso, respetado, relacionado...), amado o envidiado de la noche a la mañana.

Podemos conocer muchas más cosas de los demás sin molestarnos en salir de casa o pensar mucho, de amigos o no. Por ejemplo, si colgamos una "historia" en Facebook, veremos los nombre de todos los que entran a verla dejando allí su huella. Diferenciando a los educados, que siempre nos pondrán algo agradable, de los otros que..., haciendo mutis por el foro, se retiran a sus aposentos creyendo que no son vistos ni oídos (estos internautas eran los que antes de existir las redes observaban desde detrás de los cortinas, o usando algún que otro señuelo para enterarse o aprender sin enseñarse ni enseñar nada a cambio). Y así, descubrir mil y uno perfiles más que nos puedan interesar para nuestros fines, lícitos o no.

La red informática mundial World Wide Web hoy ya es muy difícil de parar. Le pasa como al mundo, que se detiene mal y, sobre todo, que no se le puede cambiar su rumbo o sentido de giro. También creo que ahora no es mejor ni peor que antes, sino que es diferente...

No sé lo que opinas tú de toda esta miscelánea que por mi mente circula y parte aquí te plasmo, amigo lector. Pero a mí, particularmente, a pesar de todos los pesares, si me dieran a escoger me temo que respondería sin dudar: Relaciones sociales, las de antes.

Mi carta a los Reyes Magos para 2024

La Nueva España » Cartas de los lectores » Mi carta a los Reyes Magos para 2024

2 de Enero del 2024 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

Queridos Reyes Magos de Oriente:

Deseo que al recibo de esta estéis bien de salud física y mental, ya que, humildemente, me atrevo a pensar que buena falta os ha de hacer para satisfacer todas las peticiones, compromisos y deseos que tendréis en vuestro poder. Visto lo visto en 2023, que ya se fue, no me siento con razones para pediros nada material para mí tampoco este año.

¿Con qué nos podéis consolar en este 2024 recién estrenado, queridos Reyes Magos? Viendo lo que está ocurriendo diariamente por el mundo: guerras y abusos de poder e injusticias que estallan con toda clase de disculpas y razonamientos, casi siempre lanzadas por el más fuerte, amparándose en sus intereses muchas veces inconfesables. A unos 3.500 kilómetros de aquí, ya va para dos años la conflagración en la vecina Ucrania. Una guerra de la que ya casi ni nos acordamos pero que ha causado miles de muertos, la mayoría inocentes. Muertos que siguen aumentando día tras día y sin atisbos de parar. Con más de 18 millones de ciudadanos que necesitan asistencia humanitaria, en una estampa que hace muchos años que no se veía en el Viejo Continente... ¿Será posible que sean ciertas esas cifras, queridos Reyes? Esa vergonzosa masacre es tapada ahora por la que estalló hace casi dos meses en Palestina, en la parte este del Mediterráneo, y a una distancia en kilómetros similar a la de Ucrania. Allí, en Palestina, aunque miremos para otro lado, todos sabemos que mueren miles de inocentes también que, seguramente, no entienden nada de la psicosis que les toca vivir. Psicosis que a cualquier ser humano que nos tocase, de vivirla, seguro que creeríamos que son alucinaciones más que realidades.

A esas dos guerras que tenemos a la puerta de casa habremos de sumar otras cincuenta y cuatro más que están activas por el mundo. Pero esas, al estar muy lejos, nos resbalan más.

Me dice mi buen amigo Bras que seguro que, aunque no nos lo digáis, vosotros también estáis convencidos de que las guerras no se acabarán nunca, ni a cañonazos ni con otro tipo de violencias. Esa deseable utopía llamada Paz... Seguramente se podrían acabar cuando se cierren todas las fábricas de armas y, estas, se sustituyan por escuelas, institutos, facultades..., donde fluya la cultura con enseñanzas, I+D y diálogos razonados, llenos de humanidad y de buena fe.

Para este año que viene solo os pido, siendo consciente de que no es poco, que pongáis orden en el mundo entero. Tratar de hacerlo por todos los medios a vuestro alcance, queridos Reyes Magos. Aunque es de sentido común que va a ser muy difícil hacernos asesar a nosotros, los mayores, haciendo que nos sentemos a intercambiar opiniones para llegar a acuerdos por las buenas, sin hacer uso de la fuerza, desterrando toda clase de crispaciones, violencias y agresiones. Al tiempo que abandonemos la actual tan extendida proliferación de insultos, falsos testimonios, siembra de cizaña mezclada con fakes y el todo vale, persiguiendo no sé qué oscuras intenciones que no sabemos adónde nos pueden llevar.

Creo que debo deciros que en las diarias conversaciones con mis amigos, entre los que destaca Bras (mi pesado amigo jubilado, el de la gorra calada, ¿sabéis?), llegamos a la conclusión de que a medida que nos van cayendo más años encima estamos más convencidos de que la Paz no es para ya mismo. Como poco será para dentro de unos años más, cuando a los hombres del mañana (niños de hoy) les inculquemos lo que ya os he pedido para 2023. Con el riesgo de que me llaméis pesado, como yo llamo a mi amigo Bras, pero con el atrevimiento de volver a repetíroslo, os lo plasmo aquí otra vez como petición para el nuevo 2024. Aunque no dudo que lo sabéis de memoria, ya que no en vano, en sueños, me lo susurráis al oído muchas veces:

"...y me gustaría que comentarais al oído de cada padre o madre que transmitan a sus hijos que vivimos en el mejor país del mundo, que se llama España. Y, de paso, que cuando sean ellos mayores, sus hijos, que por muchos beneficios que esperen conseguir, que no levanten falsos testimonios, ni insulten, ni obstaculicen, ni se peleen para perjudicar y desprestigiar a nuestra España ante todos, dentro y fuera de sus fronteras...".

En resumen, que se lo piensen muy mucho, que actúen honradamente, agotando todo diálogo posible antes de llegar a cualquier forma de belicosidad, que nunca conduce a nada bueno.

En la vida del hombre, la fecha de caducidad, mejor que no

La Nueva España » Cartas de los lectores » En la vida del hombre, la fecha de caducidad, mejor que no

15 de Diciembre del 2023 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

Todos los productos envasados para nutrirnos que circulan por el mercado tienen la obligación por ley de llevar una leyenda en lugar visible donde se indique su fecha de caducidad o, por lo menos, la de su consumo preferente. Con ello, el Ministerio de Consumo español, a través de la agencia AESAN, vela por los derechos de los consumidores.

Bien es verdad que con los productos marcados con fecha de caducidad o consumo preferente nos sentimos protegidos. No ocurre lo mismo con la recolección de setas en el bosque, que no portan aviso alguno al consumidor. Es decir, que si no queremos meternos en camisas de once varas con el riesgo de comer setas tóxicas debemos entender de lo que traemos entre manos. Pero si no somos expertos en micología, simplemente nos libraremos de una posible intoxicación no mirándolas siquiera, pasando de largo, sin tocarlas ni olerlas.

Sin embargo, si se trata de un producto envasado, por ejemplo, un yogur, si estamos un poco enterados podemos tomárnoslo sin problema alguno aunque su consumo esté aconsejado para un mes atrás. Claro que, además, lo comeríamos después de observar que no nos desagradase su aspecto ni que nos tumbase su olor. Evidente, ¿verdad?

Con la vida, el hombre, desde que es hombre, ya trae incorporado de nacimiento su particular ADN. En él se plasman las instrucciones genéticas aplicadas al desarrollo y funcionamiento de nuestro cuerpo físico para toda la vida. Una maravilla allí escondida para saber casi todo sobre nosotros: si seremos calvos o peludos, rubios o morenos, monógamos o promiscuos, rezadores o blasfemos... Seguramente que también viene grabada en él la fecha de nuestra caducidad... Pero, aunque volviese a este mundo nuestro finado vecino don Severo Ochoa, para seguir estudiando el ácido nucleico de que se compone el ADN, probablemente no sería capaz de descifrar en qué fecha sería la caducidad de cada "Homo sapiens".

Por tanto, ¿no os parece que podría ser interesante que el hombre conociese su caducidad y la de los demás? Y que la llevase encima con una etiqueta a la vista de todos. Pero, claro, si así fuese, sería un desastre andar por los caminos del Señor paseando la vida terrenal con fecha de caducidad, mirándonos unos a otros: "Mira, Fulano se muere tal día...", "Mengano se marcha ya, pobre, está en puertas". O, "ya iba siendo hora de que llamaran a ese que va bueno de hacerlas". Si lo supiésemos de antemano, probablemente llevaríamos una vida ordenada, sin cargos de conciencia, preparados para las sorpresas de cualquier tipo que se pudiesen presentar. Además, nos daría tiempo a dictar nuestro testamento, de manejar la forma de amar, de gastar o ahorrar, de odiar, de insultar o alabar al prójimo. De cantar las cuarenta públicamente a aquellos que nos cercenaron algunos de nuestros derechos adquiridos desde hace muchos años, por ejemplo, y a quien ahora no tenemos la valentía suficiente para hacerlo porque al no conocer nuestra fecha de caducidad, ni la suya, podemos vernos metidos en un buen lío si no medimos bien nuestras palabras. ¡Qué pena el no llevarla encima! Pero si la portásemos en lugar visible, qué pasaría si vamos a pedir un préstamo a la caja y nos ven la etiqueta donde dice que no nos queda lo suficiente... Ya le pasó a mi finado amigo Félix, que con 74 años le denegaron un préstamo en el banco alegando que estaba a punto de caducar. Menudo disgusto se llevó, el pobre.

Bueno, pensándolo bien, si no se marcase la fecha de caducidad para los productos alimentarios, seguramente nos moriríamos muchos, pues habría quien hiciese negocio vendiéndolo todo, sano y podrido, sin desperdiciar nada y sin sopesar las consecuencias. No sé si seremos conscientes de que cada año se tiran a la basura en España mil doscientos millones de kilos de alimentos, entre ellos, un porcentaje elevado de caducados. Con ellos se podría alimentar a casi dos millones de personas al año, o reducir la inseguridad alimentaria y nutricional de los seis millones de españoles que sufren pobreza alimentaria, según estudio de la Universidad de Barcelona (UB).

No sé lo que opinas tú después de leída toda esta entrelazada miscelánea que aquí me permito verter, querido lector. Pero a mí la decisión final al respecto (la de la caducidad, me refiero) me empujó a tomarla alguna de las frases lapidarias plasmadas por Manuel Vilas en su novela, "Ordesa": "Morir es caducar... la fecha de caducidad es una fecha fúnebre"... Por tanto, por mi parte al menos, deseo que los alimentos sigan luciendo su fecha de caducidad. Aunque, en lo que se refiere a la fecha de caducidad de bares, relojerías, bancos y cajas, burdeles, talleres, hospitales y, sobre todo, en la vida del hombre, la fecha de caducidad, mejor que no.

Las leyes en tiempos convulsos y nuestra Constitución hoy

8 de Noviembre del 2023 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

Hace días he leído por segunda vez la novela “Tiempos convulsos”, de la escritora Ana Castillo Moreno. La autora nos lleva de la mano, entre los años 1959 y 1980, por vivencias en el País Vasco. Lo hace a lo largo de la obra contemplando la posguerra y la Transición española con distintas historias unidas que, también, pueden ser extrapoladas a los pueblos de nuestra juventud. En ella se refleja una realidad llena de obstáculos que aquella sociedad imponía y que, incluso, hizo perder la vida a algunos. Tiempos tormentosos que se reflejan en un ambiente político, religioso y cultural, con la emigración, la clandestinidad y la lucha contra la dictadura del momento por medio. El nacimiento de ETA y el estallido de la violencia, con movimientos obreros y estudiantiles luchando por la justicia social. El relato de la novela de aquellas vivencias trata de hacernos ver que solo hay una única salida: el amor y el perdón.

No cabe duda de que por uno u otro motivo hoy día parece que algunas partes ansían repetir aquellos tiempos convulsos. Cincuenta y ocho conflictos de guerra abiertos actualmente en nuestro planeta nos hacen ver las orejas al lobo. Desde que el hombre es hombre no dejó de haberlos, lo que pasa es que como el ser humano tiene la capacidad de armarse de coraza, si hay que hacerlo, para hacer frente a ellos mirando para otro lado. Como me dijo un amigo el otro día: “Primero hay que arreglar los problemas de casa, que esos no nos afectan...”.

Generalmente, con la guerra, no empezamos a sufrir salvo que las bombas nos estallen muy cerca, geográficamente hablando. Es de suponer que solamente el ruido de esas explosiones destructivas hará temblar al más valiente de los mortales. Personalmente, esos terribles bombazos me advirtieron cómo podía ser la realidad de una guerra al ver la película “El pianista”, de Roman Polanski. Me impactaron enormemente a pesar de su relajante banda sonora. Parte de ese ruido infernal de guerra real sí lo viví en directo en Gijón este verano pasado, viendo y oyendo pasar de un lado a otro, a baja altura, a los cazabombarderos supersónicos que con sus exhibiciones y ruido atronador me empujaron a imaginar lo que será vivir una guerra en vivo y en directo. Recuerdo que mi abuela y mi madre, que la vivieron, siempre decían: “Dios nos aparte de las guerras, nenín”. Al tiempo que, lloriqueando, se agarraban a su cabeza.

Si a esas realidades sumamos que hoy día los medios a nuestro alcance en las redes nos pueden informar ce por be de casi todo lo que está ocurriendo por el mundo, pues sentiremos más cerca de nuestras puertas esos conflictos: guerras de Ucrania y Gaza... Viendo las matanzas de seres humanos inocentes que se producen en esas conflagraciones, casi nos imaginamos el olor de la sangre inocente derramada, producida por tanta barbarie.

Aquellos tiempos compulsos vividos de los años sesenta a los ochenta en Vascongadas (con los vascos e inmigrantes de entonces como protagonistas) parecen asomar queriendo extrapolarse poco a poco al día de hoy. Con la diferencia de que entonces era lo que había, pues no existía otro catálogo donde escoger. En cambio hoy nosotros tenemos la suerte de buscar nuestro destino en las urnas al amparo de nuestra Constitución, que nos protege. Destino que debiéramos respetar, sin tratar de envenenarlo todo con insultos, falsos testimonios y los tan de moda “fake” (falsedades que circulan por las redes, por si alguien no lo sabe), a conveniencia de oscuros propósitos, probablemente. Todo ello llevado a la calle por personas sin escrúpulos, que con hostigamiento siembran el odio que puede acabar liándola muy gorda llegando a una meta que sabemos cómo empieza pero no cómo puede acabar. Debiéramos pensar que todas esas noticias falsas y todo el ruido que las pueda acompañar en la calle con tan manejadas malas intenciones probablemente se cortarían de cuajo si no viviésemos en una democracia de la que se aprovechan. Tenemos la suerte de vivir bajo el amparo de una Constitución que contempla la libertad de expresión, pero no la mentira y las falsedades, bolas, trolas, engaños, enredos, calumnias o cuentos. Una Constitución acordada, aceptada y firmada por nuestros padres, abuelos y muchos de nosotros aquel 31 de octubre de 1978. Desde entonces la vida cambió y los temores, afortunadamente, se fueron diluyendo, a pesar de malignos intereses que los quieran resucitar.

Termino, querido lector que me soportas, que una cosa son los ideales de cada uno y otra muy distinta el respetar la ley contemplada en nuestra Constitución, que es de todos los españoles y que su acatamiento parece incordiar a algunos. En conciencia, aun con cierto recelo adquirido hace muchos años, me atrevo a apostillar que desde la firma de ese Código ninguno de los partidos democráticos que escogimos cada cuatro años desde entonces fue capaz a cambiar una coma en ella surgiendo ahora, de repente, todos los problemas y protestas para tratar de no acatarla para que no se cumplan los sufragios. Para nuestro bien, o menos mal, de nuestros hijos y nietos respetémosla. Y para respetarla, si somos ciudadanos de bien, nada mejor que conocerla.

Leedla, que sin duda es bueno conocerla con nuestros derechos y obligaciones para ser ciudadanos enterados, libres, honestos y respetuosos con los demás.

 

¿Las guerras irán con nosotros o solo afectarán a otros?

9 de Junio del 2023 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

El Homo sapiens tiene el destino del mundo en sus manos y encima es maligno, frágil e indefenso. Aunque piense todo lo contrario e intente justificarse cubriéndose de engaños, disimulos y presunciones. Y si no, amigo lector, métete en las hemerotecas y podrás ver en sus andanzas al todopoderoso presidente de los EE UU de América, Joe Biden, dando un traspié antes de salir a trompicones agarrándose a la barandilla de la escalerilla de su jet tratando de mantener el equilibrio para dar la impresión de seguridad y fortaleza ante el mundo entero que lo está viendo. O al presunto debilitado estado de salud de Vladimir Putin, tan bien ocultado por su séquito protector y por él mismo disimulado, marcando paso marcial con su brazo derecho pegado al cuerpo cual pistolero presto a desenfundar. O al chino Xi Jinping, erguido como un varal, dando la impresión de solo estar preocupado por mantener el pulso en la calle y fuera de ella. Al presidente Sánchez, a la presidenta Ayuso, y demás gobernantes y opositores. A los directores generales y presidentes de bancos, cajas y grandes trusts. A los mandatarios de los demás países, así como al resto de humanos colocados por el orden que se nos antoje. Eso sí, entre todos no puede faltar mi amigo el pesado jubilado Bras Silva.

Todas estas observaciones parecen indicar que el hombre vino al mundo sin humildad, para perpetuarse acompañado de su incombustible soberbia por los siglos de los siglos. Soberbia que adquiere con rapidez, cual dios de turno, y que solo va soltando a base de los correctivos que le da la vida sobre su propia piel.

Deduzco lo expuesto después de oír hoy en A Ribeira a mi amigo jubilado, Bras Silva. Bras, apoyado en la barandilla de la dársena, mirando fijamente a la Berlinga que crece de día en día y que casi permite llegar a pie hasta el mismísimo Castropol. Bras, dijo a los pocos allí presentes (el muelle cada vez está más desierto) que quisimos oírlo:

“Dicen los que saben que el primer antecesor de todos nosotros, el llamado Khoisan, surgió en África hace unos doscientos mil años, allá por una región de la Botsuana de los elefantes aquellos, ¿os acordáis?... El personaje aparecido nos hace ver la historia que surgió después de un proceso evolutivo de millones de primaveras. Esa descomunal longevidad trasmitida de generación en generación desde su aparición sobre la faz de la Tierra le permitió contemplar las obras por él inventadas, que no pararon de surgir desde entonces hasta nuestros días, haciéndole ello hincharse y dar golpes de pecho de orgullo y poder reflejado en la cara de sus semejantes, igual que su pariente el gorila. Sin embargo, su mente colosal no parece estar preparada para creer y admitir un balance real y positivo de su paso por la Tierra. A día de hoy su modus vivendi, diseñado en su cerebro, parece ir a piñón fijo igual que siempre. Si se tomase la molestia de mirar hacia atrás, probablemente su manera de proceder le inquietaría y su comportamiento y consecuencias serían distintos. Le empujarían a ser mejor para sus semejantes con los que convive y, como consecuencia, mejor para él, para que su conciencia se quedase más relajada. Afecta ese ego más a la parte de esos mortales que nos toca vivir en la zona terráquea que denominamos “El Mundo Rico”. El de mejor nivel de vida, el de los que están situados en el más arriba y mandan moviendo soterradamente los hilos a su antojo respetando solo lo justo, al filo de la ley, la justicia y los fines sociales y económicos de los demás para enriquecimiento propio. Esa rica época que empezó a contar y a crecer a marchas agigantadas para muchos poco a poco desde hace más de setenta y cinco años, coincidiendo con el final de la Segunda Guerra Mundial, y haciéndolo ahora a toda velocidad para llegar a la riqueza sin sopesar los medios.

Téngase en cuenta que actualmente las actuales guerras no son muy grandes (la mayúscula hoy es la de Ucrania); además de ser menos numerosas que las libradas en el siglo XX. Sin embargo todos los países, ricos y pobres, se empeñan en invertir cada vez más en armas. Será para defenderse o persuadir a la guerra para que no se acerque, o para enriquecerse los que producen esas máquinas de matar. No lo sé... Lo cierto es que las confrontaciones generan cada día más pobres y, al mismo tiempo, más ricos. ¡Qué controversias!

Nosotros, los humanos, mal que nos pese, todo parece indicar que llevamos encerrada dentro de nuestros genes a la peor de las alimañas. Ese bicho no duerme, está en acción siempre, sin parar, al acecho. Lo hace de la mano del hombre desde que puso su pie sobre la Tierra. Surge de repente y cuando menos se le espera para destruirlo todo a su paso. Impulsado por causas promovidas por envidias, acumulación de poder, riquezas, razones ideológicas, políticas étnicas, religiosas, territoriales; promovidas muchas veces a base de bulos mezclados con falsos testimonios o sabe Dios qué. Pero tanta responsabilidad tiene el que lanza misiles como el que deja caer bulos.

Dicen que el monstruo de la guerra surgió por primera vez hace unos diez mil años... Casi nada. Y desde entonces sigue entre nosotros campando a sus anchas, dale que te pego y sin parar procurando hacer el mayor daño posible. Ya pensando en la siguiente confrontación antes de terminar con la anterior. Cuando nos parecía que la alimaña de las confrontaciones no volvería a visitarnos en nuestra rica Europa, pues craso error. Ahora la tenemos encendida a la puerta de nuestras casas, masacrando a muchos e enriqueciendo a pocos.

¿Cómo es posible que la mayoría de nosotros estemos solo a lo nuestro. Tan panchos, mirando para otro lado, a nuestro ombligo, o a nuestro swing; haciendo oídos sordos para tratar de no ver ni oír las consecuencias sembradas por la guerra con sus explosiones, al tiempo que seguimos protestando y quejándonos constantemente por todas las pequeñeces que nos rodean por muy irrelevantes que estas sean y aunque ni siquiera nos afecten en nada?

Y lo peor de todo esto es que no hace falta pensar mucho para saber lo que traen las hostilidades: Siempre acompañadas de hambre, desgracias, miserias, sacrificios, abusos e injusticias y algún que otro invento nuevo para llevarnos a más progreso no falto de beneficios, faltaría más.

Pero las guerras no van con nosotros. Las miserias, inseguridades, abusos e injusticias, subdesarrollo y generaciones perdidas, que traen de la mano, no son compensadas con los inventos que surgen, pero no nos afectarán ya que aquí no llegarán nunca. Y, si llegan, solo afectarán a otros que no somos nosotros...”.

Callados, nos quedamos escuchando en la cabeza el run run de Bras, del que creo que todos los allí presentes, por mayores y sensibles y no por otra cosa, no hemos perdido ni ripio. Después, pensativos, casi sin despedirnos de él, cada uno tomamos nuestro camino de vuelta a casa, con expresión triste y con la cabeza ocupada, quizá dándole vueltas a su diatriba... ¿Estará a punto de estallar una gran conflagración que se lleve por delante a millones de personas, para que las que queden puedan vivir felices unos años más hasta que el ciclo se repita? O, a lo mejor, ¿las guerras irán con nosotros o solo afectarán a otros?

La Oportuna

28 de Abril del 2023 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

Los científicos que estudian la climatología con sus fenómenos meteorológicos que varían a lo largo de los años y que afectan a los climas que se dan en la superficie terrestre buscan hacer previsiones climáticas a muy largo plazo y que, en general, se caracterizaron por ser marcados por unos periodos fríos y por otros cálidos. Esos estudiosos nos dicen cada día que se está produciendo un cambio climático a gran velocidad. Nosotros los de a pie lo percibimos observando la ausencia de lluvias y un aumento de las temperaturas que van produciéndose año tras año. Los mayores, como yo, no recordamos volver a ver el cristal de las heladas charcas que pisábamos, y no se rompía, al ir a la escuela.

Hasta hace bien poco la gente de los pueblos predecía el tiempo a corto plazo sobre la marcha y según pintaban aquellos parámetros aprendidos y heredados de nuestros mayores, principalmente agricultores y pescadores. Los que aún rememoramos aquellas pautas cuando observamos que nos afectan vientos del primero y segundo cuadrante sabemos que traerán altas presiones que significa buen tiempo. En cambio, si nos azotan los vendavales de la vecina Galicia las bajas presiones harán que el fraile baje su varita para dejar paso a la lluvia. Aquí, en el Occidente más occidental de Asturias, cuando el vecino monte Mondigo, del que solo nos separa la ría del Eo, se rodea de nubes, nos hace acordarnos de aquel refrán extendido por el pueblo en mi niñez y juventud: "Condo Mondigo pon el capelo todas as veyas mexan de medo". Que significa que con seguridad vendrá la lluvia por la pinta que ofrece la cara del monte, abrazado por esas negras nubes que llegan del oeste.

Será en parte por eso por lo que parece estar cambiando con meridiana claridad la desaparición de la edad histórica que nos tocó vivir hasta ahora, la Contemporánea, y no precisamente por las variaciones climáticas solamente. Me parece, por lo que se ve, que estamos en vísperas de dar paso a otra que me temo pronto se bautizará con un nombre adecuado inventado por los eruditos de turno.

Lo digo porque hay un montón de pruebas inequívocas que palpamos diariamente nada más salir a la calle, además del tiempo atmosférico, que parecen indicarnos que eso sucederá a causa de los bandazos que contemplamos en el comportamiento de la gentes.

Una de estas alteraciones es la utilización de zapatillas de tenis, que en un porcentaje muy alto las calzan por la calle desde hace unos años los humanos de todos los sexos, jóvenes y viejos. Actualmente esos zapatos deportivos que hasta hace poco solo se usaban para hacer deporte, para llevar a las romerías y no para vestir ya que era de muy mal gusto, tienen ahora prácticamente desplazado y comido el mercado a los elegantes zapatos de tafilete y otras pieles que portaban y distinguían a aquellos humanos que más iban a la moda. Actualmente podemos ver a señoras vestidas elegantes con ese llamativo y estrambólico calzado fabricado con materiales sintéticos, impensable su uso cotidiano hasta hace bien poco.

También sabrás como yo, amigo lector, que hasta hace menos de quince años si te interesaba beberte una botella de rioja ibas a la tienda de turno, la comprabas, pagabas lo que te pedían, la bebías y santas pascuas. Si ahora buceas por internet interesándote por vinos, prepárate para lo que te viene: estarás un tiempo bombardeado con ofertas de todo tipo que saltarán a tú alrededor a todas horas, ofreciéndote caldos de todo precio y condición, aburriéndote y haciéndote que te preguntes: ¿pero qué hice yo para sufrir este acoso?

Y cuando sales a la calle has de ir ojo avizor si no quieres chocar contra el que viene obsesionado lanzando a los cuatro vientos mensajes con su teléfono portátil. O el otro a toda velocidad con su patinete eléctrico... ¡Ah!, y de paso ándate con ojo sin apartar la vista del suelo, no vayas a parchar tus tenis con la caca que dejó un desconsiderado amo de un inocente talismán.

La proliferación y aumento diario de la población de canes y mascotas por todos los lugares, de un lado para otro, acompañados de sus orgullosos amos que los visten a la moda con abrigos de punto, trajes de rehabilitación y conjuntos a juego con patucos, al tiempo que lucen sus impecables cortes de pelo a lo Continental, a lo Esty, a lo Cupcake y a lo Country, entre otros, que les brindan en peluquerías especializadas (que conste que yo siempre tuve can y siempre lo quise y cuidé lo mejor que pude, entre otras razones porque es el animal más fiel que conozco, incluso bastante más que los animales racionales). Así acicalados los vemos sonrientes y acomodados en modernos carricoches guiados por sus felices amas/os. También gozan a su alcance, los canes, de ambulancias para trasladarlos a urgencias y realizarles toda clase de cirugías para sanarlos de sus dolencias e, incluso, rejuvenecer su imagen. Igual que sus compañeros humanos que pueden hacerlo, ¿por qué no ellos?

El otro día una joven trataba de entrar en la cafetería con un rimbombante cochecito de bebé, con unas ruedas muy grandes. Como no podía ser de otra manera traté de facilitarle la labor sujetando la puerta para que pudiese entrar con comodidad. La chica me sonrió con cortesía y yo le dije: "Que alegría se siente al ver cochecitos con niños por la calle, señora". Su semblante cambió y me contestó seria: "¡No, no es un bebé, es mi perrita 'Marilin'!". No dije nada, y solo me bastó echar una ojeada para ver que "Marilín" iba impoluta, elegante y con olor a fragancia de dama de alta alcurnia.

Cada día me fijo más en las cosas que os comento y, últimamente, me cuadra que en Asturias haya más cánidos que humanos de cero a diecinueve años... Dicen que las mascotas que nos acompañan censadas en nuestra comunidad, según el RIAPA, son más de doscientas mil. Comprenden perros, gatos y hurones. Uno por cada cinco habitantes y sigue in crescendo. Que nadie se lo tome a mal ni a broma, pues es la auténtica realidad. Me viene a la mente ahora que debiera haber una ley general con puntos y comas para poder tener una mascota. Y, si la hay, que la apliquen los ayuntamientos, pues no pueden estar los animalitos abandonados en algunos casos, las aceras y fachadas con sus columnas y jardines llenos de inmundicias, sobre todo de oloroso pis. Al menos aplicar la ley que rige para los humanos a los propios humanos que tienen los animalitos para su compañía. No vemos a ninguna persona haciendo sus necesidades en plena calle ni aunque sufra de micción urgente motivado por su edad. Resumiendo: Aplicar la misma ley para humanos que para los responsables de mascotas, ya que ellas no son conscientes de acciones semejantes.

Tales razonamientos me hacen pensar que la edad Contemporánea pasará pronto a mejor vida después de 224 años en escena. Lo hará junto con la Antigua, que duró hasta la caída del Imperio Romano en el año 476. La Media, hasta 1492 con el descubrimiento de América. La Moderna, desde que Colón volvió de América hasta la revolución francesa en 1789... Y como colofón debemos centrarnos y observar que las edades de la Tierra duraron 476, 1016, 297 y 234 años, respectivamente. Y la última, la Contemporánea, de terminar ahora, como antes dijimos, duraría 224 años. Como se ve, bastante proporcionado en lo que a años se refiere de una a otra.

Por todas las observaciones y razonamientos que expongo te pido, amigo lector, que cuando salgas a la calle te fijes bien y observes lo que te cuento. Luego, ya me dirás si está próximo o no el cambio de nombre de la edad de la Tierra.

Y aprovechando podríamos proponer a los sabios responsables, si os parece, que podían llamar a esta quinta edad que parece asomar ya "la Oportuna".

¿Ouguiría cantos de sirena el meu amigo Bras?

9 de Marzo del 2023 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

Eu, como el meu amigo Bras Silva, son dos que crén nel cambio climático. Pro este inverno aquí, nel noso Paraíso que é el Occidente d’Asturias, a estación ta comportándose como as d’antias: auga abonda, xeladas hasta a veira del mar, que poucos anos las hay por aquí y muy pucas tamén que tiren as foyas dos limueiros. Malos tempos que sopran del mar y del este deixándonos frío, muito frío. Ben é verdá que os meus amigos y eu, Bras entre’los, cada ano sentimos máis a frialdá. Cada vez métesenos máis nos hosos. ¿non sey por qué será? Supoño que terán que ver os abriles, pos cada ano que pasa parece que cain dobles, como as personales en baloncesto.

A propósito, ayer por a mañá vin a Bras na Ribeira. Y, por certo, solo había media docea de amigos mariñeiros xubilaos, que taban tomando en hermandá un vasín dentro dún almacén das redes nel muelle veyo. Non había a naide máis por alí. Bras díxome que vera dende Ribadeo andando por a ponte a vernos a os poucos amigos que quedamos nel pueblo. Tempos aquelos en que taban chíos de homes os tres bares del muelle y os outros cuatro de call’arriba. Hoy tan todos pechaos. Y tamén taba estoncias a ribeira petada de xente: mariñeiros, pescantinas, rederas y algún c’outro curioso buligando por alí, y muitos outros que pasaban a Ribadeo en lancha pra faguer transacióis de todo tipo.

Non vía al meu amigo Bras dende as navidades pasadas. Agora vinlo máis veyo que eu me vexo nel espeyo a mín mismo, pro non m’atrevín a diciryo pos tuven medo a disgustalo, xa que cada vez dende el covid ese tamos todos enveyecidos y muito máis sensibles. Hay que ter cuidao con lo que se fala.

"¿Qué tal Antonio, qué é da túa vida, viejo?" -me dixo Bras al tempo que nos dábamos un fraternal abrazo.

"Ben, Bras, ben, ho. Si non fora porque teño que segar el herva da horta, limpar as cantarillas, pintar algúa ventá, barrer as aceras, quitar as malas hervas, que las hay a feixes. Úa esclavitú manter y cuidar úa casa hoy. Solo de calefacción, si ques tar calente, lévache a mitá da pensión. Y encima ter que piliar y pidir por favor que me veñan amañar úa goteira, un grifo que perde ou os plomos condo me salta a luz... En fin, cada día que pasa teño menos tempo libre, Bras. Encima non teño a unde ir tomar un vasín, como non seña a gasolinera fora del pueblo. Eu que me jubiley pra tar folgao os anos que me quedasen y praticar a folgueta, pos nada d’eso. Agora multiplicóuseme el trabayo" -ye dixen a Bras, con gesto serio.

"¡Manda carayo, Antonio! E por qué non fais como eo, que dende que me fun para a capital da Mariña non dou golpe e vivo como Dios. Mira: érgome as dez, vístome de novo, almorzo e despóis vou dar únha voltiña po la vila. De paso falo con exiliados que topo por a calle que, como eo, veron de todos os pueblos y aldeas d’alredor. Entro no bar de Suso tomar un cafetín mouro, que na casa non mo dan por eso da tensión, e despóis de rirme un pouco con os que tan por alí sigo pasiando. Volvo pra casa, xantamos a muyer y eo, despós apigarzo un pouco mirando a diaria pilícula del oeste. A veces póñome a ler os relatos dus libros que escribimos fay anos na Biblioteca das Figueiras. Total que non dou nin golpe, solo pratico un pouco de cultura y relax. Non teño nada que facere, pos lo que teño na casa das Figueiras non o vexo, así que non me da laya. Dama o mismo c’os madrileños que non vein hasta que chegue agosto" -me dixo Bras, ríndose, nun galego d’academia.

Qué listo é este meu amigo Bras. Sempre aprendo algo d’él. Lo pior de todo, lo que menos che me gustou d’él hoy, é que xa fala máis el galego que a nosa querida fala, que tan ben falaba antias de cruzar a Ría del Eo por a ponte, pra irse pasar el inverno alí. ¡Qué axina se ye pegóu!

Despóis de dispidir a Bras, que parece que agora ye queima el cul nas Figueiras, quédome pensando... y penso:

¿Merece a pena irse pra Ribadeo agora de veyo, como Bras?

Y, encima, cambiar a nosa melosa y pegadiza fala (eo-naviego) por el galego d’academia, como ye ta pasando a él.

¿Terá razón, Bras? ¿Ou non será que opina asina porque é algo folgazán y agora de veyo probou lo ben que se vive sin trabayar? Dígolo porque a mín todo lo falao faime acordarme d’aquel refrán tan noso que dice: "El que rompe un traxe folgando nun rompe outro trabayando".

Visto lo visto será meyor quedarse na casa d’ún de sempre, que é unde meyor se ta, y non probar a dirse pra ningún outro lao anque teña todo asfaltao, por lo que poda pasar. Nun vaya ser que nos pase como a Bras, que me parece que ouguío cantos de sirena y acudío a elos.

Hospital de Jarrio, la gran lotería

La Nueva España » Cartas de los lectores » Hospital de Jarrio, la gran lotería

26 de Enero del 2023 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

Los ciudadanos de muchos pueblos de la España vaciada nos pasamos mucho tiempo pensando en que sería maravilloso que nos tocase la lotería, o algún otro juego de azar millonario. Sin duda, aunque podamos pensar lo contrario, un premio gordo repleto de millones trae consigo tantas cosas buenas como malas. Pero a pesar de todos los pesares la mayoría de nosotros deseamos algún premio de ese tipo en algunos momentos de nuestras vidas. Claro que esos premios pueden venir a los pueblos tocados con el vestido de la industria, en forma de carreteras o cualquier otro tipo de infraestructuras buenas para casi todos. A nosotros, los vecinos del Occidente de Asturias, nos cayó a finales de los años ochenta del siglo pasado el mejor premio gordo que nos podíamos imaginar. Un premio gordo para uso y disfrute de todos. Un premio repartido por igual entre todos. Un premio que nos vino como anillo al dedo desde el día en que hemos sido agraciados con su inauguración, allá en julio de 1989. Y fue, nada más y nada menos, la inauguración y puesta en marcha del Hospital público de Jarrio. Un centro sanitario con más de cien camas, con profesionales que cuidan gratuitamente la salud de los 45.000 vecinos, ricos y pobres, pertenecientes al área aanitaria I de Asturias.

Hoy día muchos de nosotros aún nos acordamos de aquellas odiseas llevando en coche propio o ajeno, hasta Oviedo, para curarse o dar a luz, a nuestros familiares. Aquellos temibles viajes de más de dos horas por la sinuosa carretera N634, pasando el puerto de la Espina con sus ocho kilómetros y sesenta curvas, antes de llegar todos machacados a la capital. Luego, una vez allí, teniendo que costearse los familiares del enfermo un hospedaje, si es que no tenían familiares o amigos que les ofreciesen su hospitalidad para pernoctar. Como el caso que un día me contó mi amigo Marino, un portero en Oviedo, que al no disponer de cama para ofrecer a un vecino del pueblo lo acomodó en la bañera para que pasase la noche siquiera al amparo de las inclemencias de aquel duro invierno.

A pesar de algunas carencias que puedan existir en el Hospital de Jarrio, es deber de todos, gobernantes y ciudadanos, el seguir cuidándolo y mimándolo, y al mismo tiempo manifestando e incluso exigiendo que se le dediquen los recursos necesarios para que siga prestándonos su inestimable función, que es la de cuidar la merecida salud de todos los vecinos del occidente de Asturias.

Con motivo del reciente ingreso hace un par de semanas de una familiar nuestra en el Hospital de Jarrio, hemos comprobado que el trato allí recibido ha sido excelente. Tanto por la atención y cercanía prestada por el equipo médico y auxiliar como por el cuidado y atenciones recibidas por parte de todo el personal, que hace que nos sintamos en el Hospital de Jarrio como en nuestra propia casa. Por este medio, damos a todo el personal nuestras más expresivas gracias.

Carta ruego a Sus Majestades de Oriente

4 de Enero del 2023 - Antonio Valle Suárez (Figueras (Castropol))

Queridos Reyes Magos de Oriente:

Un año más, para que no se rompa la tradición, os escribo mi carta con casi todo el cariño de que dispongo. Este año 2023 no quiero nada material para mí, solo os mando una petición que no os costará dinero y, creo, os será fácil de llevar a cabo si lo estimáis, pero... mejor os lo detallo al final de esta carta. Antes quiero mostraros mi felicitación literal a mis amigos, con motivo del año nuevo. Es que me preocupan mucho las reflexiones de un viejo como yo, que os plasmo a continuación:

Para empezar el flamante 2023 os envío un fuerte abrazo por este medio a todos los amigos, entre los que, por supuesto, se incluyen los de distintos colores, raza, condición, pensamientos e ideas. Ya que no en vano a todos nos pintó Dios por igual, por lo menos al llegar y al marcharnos de este mundo terrenal, en el que ocurre todo lo bueno y lo malo sin ser patrimonio exclusivo de nadie. Pero no nos engañemos: todo seguirá sucediendo igual que hasta ahora en la Tierra, habrá bodas, bautizos y finiquitos. Lloverá como siempre lo hizo (este pasado año de sequía está siendo compensado en el que empieza con abundantes lluvias; al menos aquí, en Asturias). Las guerras acabarán en un lugar para trasladarse a otro... No habrá tregua, amigos, no nos entristezcamos que todo seguirá en la misma línea de siempre: ricos y pobres conviviendo, pero no repartiendo. Vecinos riñendo y amigando unos con otros. Pueblos que se quedan sin gente... En fin, las grandezas y miserias de la vida...

Reflexionando sobre todo esto y mucho más que me queda en el tintero, me siento tristemente feliz al mirar a las sillas vacías recordando lo buenos que eran aquellos que se han ido y que tanto queríamos, y disfrutando en vivo y en directo con todos los que estamos ocupando las sillas que de ellos hemos heredado.

Pero, dada nuestra condición humana, creo que es bueno seguir disimulando y disfrutando de todo, como está haciendo estas Navidades mi nieto el mayor, que, con diez años de edad, dice que cree en los Reyes Magos (sé que os escribió la carta de este año) y en Papá Noel, mientras yo, de paso, le digo que también creo a pie juntillas… y me sonríe el muy bribón.

Y, finalmente, después de este rollo de viejo, pido para todos (donde me incluyo) que, al tiempo que disfrutamos la mar 2023, este nos haga un poco mejores hacia los demás...

¡Feliz 2023!

La verdad que no me preocupa que me critiquen mis lectores por mi manera de pensar y decir las cosas, pero a mis años me da igual, pues tengo la conciencia muy tranquila. Además, quiero paz y tranquilidad, como casi todos, y eso da alas a mi pluma, queridos Reyes Magos.

Como os decía al principio, este año quiero pediros encarecidamente un favor de paso que recorréis toda España por los cuatro puntos cardinales repartiendo alegrías para casi todos. Yo no soy nadie para deciros lo que tenéis que decir ni hacer en cada casa, pero si me lo permitís me gustaría que comentarais al oído de cada padre o madre que transmitan a sus hijos que vivimos en el mejor país del mundo. Y, de paso, que cuando sean ellos mayores, sus hijos, que por muchos intereses que tengan en ello que no levanten falsos testimonios, ni insulten, ni obstaculicen, ni se peleen para perjudicar y desprestigiar a nuestra España ante todos, dentro y fuera de sus fronteras. Decirles que, simplemente, le den a nuestra madre patria el mismo trato que ven que se aplica en sus hogares hacia los abuelos, padres e hijos. De verdad, queridos Reyes Magos, creo que sería muy bueno para todos. ¿No os parece?

Muchísimas gracias.

Globalización, Google, guerras...

La Nueva España » Cartas de los lectores » Globalización, Google, guerras...

16 de Noviembre del 2022 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

Es tan fácil ahora obtener información que en un tiempo récord, a golpe de tecla, te enteras de lo que te de la gana. No hace muchos años, los más mayores (o viejos, como nos queráis llamar), para saber de cualquier inquietud que nos asaltase, relacionada con cualquiera de las ramas de las ciencias, que se suelen dividir en tres grupos: formales, naturales y humanas o sociales, o cualquier otra ocurrencia que nos asaltase en el bar con los amigos, tardaba en aclararse meses a veces y otras nunca. Quedaba disipada la duda o conocimiento cuando alguno de los discutidores dedicaba una buena cantidad de tiempo en enterarse de la respuesta. Para ello no había más remedio que preguntar a un maestro conocido, o acudir a bucear a la biblioteca si es que la tenías cerca de casa. Cuando la cosa se llegaba a aclarar habían pasado ya meses, muchas veces. Pasado ese tiempo, un día se volvía al bar y se resolvía la duda al tiempo que se hinchaba el pecho. Hoy día, eso no ocurre, no puedes afirmar nada de lo que no estés completamente seguro, ya que cualquiera de los que tienes al lado tomándose una pinta contigo va y tira de teléfono buscador y te deja descompuesto...

Hoy día, con los buscadores existentes en la red de internet (World Wide Web), que manejan cifras de búsqueda astronómicas. Como "Google", por ejemplo, se calcula que en todo el mundo cuenta con más de 230 millones de búsquedas por hora, 5,5 millones al día y dos billones al año. Luego otros, con cifras menores y distintas especialidades, como: Bing, DuckDuckGo, Archive.org, Startpage, Gibiru, Qwant, Yahoo Search, Ask.com, WolframAlpha, Ecosia, Open Library..., son también manejadas por una minoría de usuarios de la red.

Actualmente, si por un casual nos viene a la mente la inquietud de querer saber qué clase de pájaro es aquel que hace unos días se posó en el alféizar de nuestra ventana ("Pájara", no, pues es una ciudad y municipio español que pertenece a Fuerteventura), pues buscamos en Google: "Pájaros"... Y cuando salga la palabra en pantalla vamos a "imágenes" y ahí nos salen, con fotos a color y nombres, todas cuantas clases de aves hay. Te lo dan hecho, solo es cuestión de mirar hasta ver de cuál se trata.

Pero todo esto que escribo viene a cuento a causa de las noticias que, diariamente, nos hablan de la guerra de Ucrania, que, desgraciadamente, como todas las guerras que no han parado en el mundo desde que este es mundo, es injusta e inhumana. Esta, encima de quedarle cortos todos los calificativos, la tenemos aquí al lado, a solo 3.728 kilómetros de distancia. ¿Te parecen mucho esos kilómetros, amigo lector? Pues que sepas, si no lo sabes, que un misil balístico intercontinental o ICBM (siglas del inglés Inter-Continental Ballistic Missile), después de disparado puede llegar a alcanzar más de 5.500 kilómetros de distancia y matar al llegar a un montón de personas y destruir sus hogares allí donde estén tranquilos hasta entonces. Por tanto, podemos afirmar que la guerra de Ucrania está aquí, al lado, por eso será que la sentimos tanto.

Pues bien, como unos más que otros hemos nacido con una mente inquieta, yo por mi parte llevo un tiempo preguntándome: ¿pero cómo no para alguien de una vez esta p... guerra que está masacrando a pueblos enteros llenos de personas inocentes, incluidos miles de soldados que luchan sin poder comprender el por qué de tanta belicosidad? Además del inmenso gasto económico que amenaza con dejarnos sin gas para calentarnos, muertos de hambre sin trigo para nutrirnos y, lo que es peor, miles y miles de personas desgraciadas de por vida después de perder a sus seres queridos. Tales inquietudes me hacen meter el dedo en la llaga. ¡Perdón!, digo, en la tecla. Pongo en el buscador: "Los mayores exportadores de armas del mundo". Y al momento me dice lo siguiente que plasmo en extracto:

-Estados Unidos. Mayor exportador de armas del mundo. Un 38,6% de las ventas.

-Rusia, en segunda posición, exporta aproximadamente el 18,6% de todas las ventas.

-Francia, un 10,7% de todas las ventas.

-China, un 4,6%. -Alemania, un 4,5%. Italia, un 3,1%. -Reino Unido, un 2,9... (Qué va a ocurrir cuando a China se le ocurra fabricar pistolas de verdad).

-España, un 2,5% (fabricamos vehículos blindados, torretas para carros de combate, lanzacohetes, lanzagranadas, cañones ligeros y fusiles de asalto). La venta de todas esas armas de guerra nos supone unos ingresos al año de más de 3.000 millones de euros.

-Entre todos los países fabricantes de armas elaboran la friolera de 12.000 millones de balas al año, suficientes para matar casi dos veces a todos los habitantes del globo terráqueo. El monto obtenido por la venta de todas las armas que se venden en el mundo ronda los dos billones de dólares, que dejan unos 420.000 millones de dólares en beneficios.

Nuestra gran España también produce unos 50 millones de los mejores jamones del mundo, obtenidos después de sacrificar a 25 millones de cerdos, por un valor de 3000 millones de euros (¡qué casualidad!, igual importe que el obtenido por la venta de armamento). Obtenemos, también, unos 6000 millones de euros por los 1,4 millones de Tm. de aceite de oliva que producimos (solo el doble de lo conseguido por la fabricación y venta de material bélico, de ese de matar...).

Ahora, mi mente descarada me pregunta sin previo aviso: ¿por qué no hay día en el mundo, desde los siglos de los siglos y desde que el hombre es hombre, sin que exista en algún lugar encendida una guerra cada día?

Todo este rollo mío que hoy os cuento me ha llevado un poco más dos horas, partiendo de cero, el prepararlo y escribirlo. Aunque me inquietaban, no tenía ni idea de las cifras que plasmo. Como bien puedes suponer, amigo lector, las busqué en un momento en Google. Y aprovecho para decir que si miento en algo de lo aquí plasmado no es culpa mía, sino de ese Google..., ese buscador que cada día que pasa más nos cuesta más vivir sin él.

¿Sabes, amigo lector, cuánto tardaría en preparar y escribir todo esto de aquí arriba hace... 25 años, buscando y rebuscando como un ratón de biblioteca, días y días, en casa y en todas las estanterías a mi alcance?

Yo, a mis años, hoy ya voy cansando, así que por favor pregúntaselo tú a Google o a cualquier otro sabio de esos que están en las redes. ¡Ah!, y de paso pregúntales también, si tienes curiosidad, cómo y por qué causas se producen las guerras. Y qué vamos a hacer con las fábricas de armas si no hay guerras. Ya me dirás, amigo...

No pagar impuestos, una gran quimera


30 de Octubre del 2022 - Antonio Valle Suárez (CASTROPOL)

En el año 2002, en un lugar de Trachilos, en Creta, se encontraron huellas de homínido marcadas por el dedo gordo plantar de sus pies. Parece ser que nuestros ancestros hace 5,7 millones de años que ya andaban haciendo sus pinitos por aquellas tierras y, seguramente, también ya pagando sus impuestos.

En este nuestro mundo hay pocas cosas que son, sin discusión alguna, un mal necesario. Ese "mal necesario" probablemente exista desde que nuestros ancestros pusieron su pie en la tierra allá por Trachilos. Los impuestos que pagamos tú y yo, amigo lector, y que ya pagaron nuestros antepasados desde hace millones de años, entre otras cosas los emplean los mandatarios de turno, ahora generalmente estados, para invertir en tecnología y educación. Han tenido muchas formas en su modo de cobro a lo largo de la vida del hombre, incluso pagando con personas de carne y hueso.

Tres civilizaciones importantes implantaron impuestos como medio para apoyar a su gente: Egipto, con sus faraones a la cabeza, no tenía sistema monetario, pero aplicaba impuestos a rajatabla, a diestro y siniestro. Los recaudaban sobre personas, ganado, tierra, petróleo, aceitunas, vino, cerveza, pescado. Casi todos los intercambios comerciales fueron gravados y, también, además, exigiendo el trabajo manual para la guerra y la construcción de las pirámides. Hasta el consumo de aceite de cocina gravaban y, encima, no les dejaban reutilizar. ¡Qué abusones!

Después de lo comentado, me viene a la mente que allá por los años sesenta del pasado siglo, en mi aldea del Occidente de Asturias, casi todas las primaveras recibíamos la visita del municipal en casa, avisando de que tal día había obras para ensanchar tal camino. Tomando nota el alguacil, de paso, de quién iba acudir a los trabajos de prestación, o comunicando el importe a pagar al Ayuntamiento en caso de no acudir.

Ya mucho antes de las prestaciones en mi aldea, y de la contribución que mi abuelo iba a pagar todos los años a Vegadeo (decía él: "Vou pagar a paga"), en la antigua Grecia el Estado cobraba impuestos para financiar las guerras y la construcción de monumentos religiosos. Después, ya en el año 500 a.C., con la acuñación de la moneda, que dio lugar al crecimiento del comercio y por tanto de la economía, cambiaron las tornas, resumiéndose más o menos así: "Los griegos creían que un ciudadano rico estaba éticamente obligado a contribuir con su ciudad porque la ciudad y sus trabajadores le permitían al hombre obtener esas riquezas. El honor asociado con retribuir a su ciudad fue tan grande que hubo una competencia continua entre los ciudadanos más ricos de Atenas". ¡Qué cosas! ¿Quién lo diría hoy día?

En la Roma Imperial practicaron mil y una formas de cobrar impuestos. Fue conquistar Egipto, y ponerse a copiar y aplicar por todo el imperio aquel sistema impositivo que les había encantado. Tanto recaudaban que se permitieron el lujo de que los ciudadanos de Roma no pagasen impuestos (como ocurre ahora en algunas de nuestras comunidades autónomas, que llaman a los ricos que viven en las más pobres), pero que sí lo harían todos los que viviesen en territorio romano (que al cambio seremos hoy los españoles de provincias, de las pobres claro). Todos esos pagarían "tributum" por sus pertenencias. Es más, a los esclavos recién liberados se les requería para que pagasen un impuesto sobre su propia libertad.

Y ahora, después de esto, con los pies ya en el suelo, vemos que el tema de los impuestos nos acompañará a todos hasta la tumba, por mucho que nos prometan lo contrario. Muchos amigos y conocidos se cambian de comunidad autónoma para evitar que les desangren su economía con la carga de los impuestos. Un amigo mío me dijo que se había ido a Madrid, que allí no pagaba. Yo estuve pensando si hacer lo mismo, pero, claro... Madrid queda grande para mi patrimonio, así que pensé en irme a Ribadeo, que está aquí al lado, pues dicen que los gallegos no pagan el impuesto de sucesiones. Aunque pensándolo bien me quedaré donde estoy, pues mi patrimonio es tan debilucho que aquí, en Asturias, tampoco nada pagaré por él. Y si pago, mejor, será porque algo tengo. Además, la conciencia me oprime diciéndome que hay que arrimar el hombro en estos duros tiempos que nos toca vivir para poder seguir disfrutando de carreteras dignas, hospitales con médicos y enfermeros que nos curen, ayudas sociales y escuelas que nos eduquen y nos enseñen que pagar impuestos es bueno para todos, hasta para los que no los pagan. Y que los que no los pagan, teniendo que hacerlo, son unos presuntos defraudadores que cada años defraudan al fisco, que somos todos, 60.000.000.000 (busca la palabra defraudador en la R.A.E.).

Así que, amiguín del alma, convéncete de que todos tenemos la obligación y la necesidad pública de pagar impuestos en la proporción que nos corresponde, y que al pretender no hacerlo estando obligados a ello por ley, aparte de cometer un pecado, aspiramos a una gran quimera.

Un maná que nos cae del cielo

La Nueva España » Cartas de los lectores » Un maná que nos cae del cielo

     

    Suenan tambores de guerra entre España y Portugal. Se ve asomar un conflicto por el uso del agua. Un conflicto que ya viene de muy atrás, limado muchas veces y agravado ahora a causa de la pertinaz sequía que nos atenaza. Aunque no lo notemos mucho pues en casa a pocos nos falta ese líquido elemento del que disfrutamos abriendo el grifo. Portugal es el último consumidor de la cadena de suministro de las aguas de los ríos Miño, Limia, Duero, Tajo y el fronterizo Guadiana (considerados ríos internacionales), que comparte con España. Debido a esa condición geográfica parece que a Portugal le toca gozar del agua fluvial que nos sobra a nosotros los españoles. Pero no es así, España no cede ni envía agua a Portugal, son cuencas compartidas reguladas por la Directiva Marco Europea del Agua (DMA). Los convenios internacionales es obligado el cumplirlos.

   Lo cierto es que el agua cada día escasea más y como nunca llueve a gusto de todos, pues no hay conformidades eternas por ambas partes, por ello se inventan y firman acuerdos y convenios que tratan de regular los cada vez más escasos recursos hídricos. El primer tratado entre lusos y españoles fue el de 1864, donde los tramos de los ríos internacionales se fijaron como fronteras, además de repartirse los recursos existentes de agua en beneficio mutuo, sin dañar a la otra parte. Más tarde siguió el Anejo al de 1866, posteriormente el Tratado de 1912, 1926, 1927, 1964, 1968 y adicional de 1976. Todos estos acuerdos dieron paso al último firmado el 30 de octubre de 1998, el llamado Acuerdo o Convención de Albufeira.

   Cuentan que con las obligaciones con respecto al equitativo reparto, los portugueses de las riberas del Tajo presumían de río y lo manifestaban con un dicho: "O Tejo e o Tejo" (el Tajo es el Tajo). Ahora ya no es así, el Tajo pasa por Ortiga, pueblo del Concejo de Macao (Portugal), igual que antes, pero con mucha menos agua. En Ortiga, para celebrar el festival anual de la lamprea, han de importarla hasta de Burdeos para poder celebrarlo. La tristeza invade a pescadores y hosteleros, ya que, además de llorar la desaparición de la lamprea, se une la de otras especies, como bogas y sábalos. Un hostelero manifestó a viva voz que la lamprea francesa no sabe igual y que, además, apestaba. ¡Qué cosas!

   No hay nada peor que despertar a la conciencia de su sueño. Lo digo porque el otro día me vino a la mente un chispazo que me impactó haciéndome pensar de forma proporcional a mis años... o sea, muchísimo. Me sacó de mi nube, de mi vergel lleno de agua en el que vivo. Fue en la visita con mi nieto al "Jardín de la Vida", en La Mata, al lado de Luarca. Allí nos sorprendió encontrar, además de las figuras de los investigadores Margarita Salas y Severo Ochoa, en pleno trabajo, compartiendo laboratorio, a disecados cetáceos y cefalópodos, a serpientes vivas que puedes contemplar y tocar. Así como materiales de naves espaciales procedentes de la mismísima NASA. Pero lo que nos impactó con diferencia fue un globo terráqueo más grande que un balón de fútbol con una canica a su lado derecho, representando de manera proporcional los gases existentes en la atmósfera de nuestro planeta Tierra. Otra pelotita similar de color azul, al lado izquierdo del globo, nos hizo darnos una idea de la proporción de agua que existe comparada con el volumen de la Tierra. Esa representación nos advierte claramente de que en algún momento quizá no muy lejano, en nuestra rica Europa, en la que habitamos y abrimos el grifo a placer, pueda escasear ese indispensable líquido vital para todos los seres vivos, representado por la fórmula H2O. Que nos afecte, si no del todo, al menos como hasta ahora castiga su falta a muchos seres en Oriente Medio y el Norte de África (según el World Resources Institute), en la que habitan seres que, si no mejores, son tan buenos como podamos ser nosotros.

   Nos va la vida en ello... Es responsabilidad directa y obligación de estados, industrias, explotaciones, turismo y ciudadanos todos, el hacer un buen aprovechamiento y administración de tan preciado bien. Lo que está sucediendo, manejado por la mano del hombre, parece no dudar en destruirlo todo a cambio de un bienestar presente que le está haciendo hipotecar su futuro. Un futuro que no es nuestro, sino que pertenece a nuestros descendientes, a los que debemos entregarlo, si no mejor, siquiera como nos lo entregaron nuestros padres.

      25 de Septiembre del 2022 - Antonio Valle Suárez (CASTROPOL) 

 

¿Estará alguien tratando de volvernos locos a todos?

9 de Agosto del 2022 - Antonio Valle Suárez (CASTROPOL)

El lunes 8 de agosto de 2022, después de la bienvenida lluvia de la pasada noche, amanece con más claros que nubes aquí en el Occidente de Asturias, nuestro paraíso. La playa parece esperar a los dispuestos para torrarse vuelta y vuelta, para regocijo de ellos y de los fabricantes de cremas solares. La diaria rutina de un jubilado como yo, o de un turista baqueteado y no descansado, o de cualquier otro ciudadano castigado por distintos motivos, son pasos que diariamente se repiten: ducharse, afeitarse, desayunar, trabajar y, algunos, leer las "news" para enterarse de algo de lo que por el mundo sucede o pronostican que puede suceder. Mientras tanto, el mundo parece seguir girando y amenazando con ponerse, patas arriba en cualquier momento: guerra en Ucrania, amenazas chinas sobre Taiwán, entre Rusia y EE UU, entre estos y China, con todos sus dirigentes moviéndose como para hacer saltar en añicos el Planeta en cualquier momento...

Como ciudadano cívico que me considero, ya que así me educaron, como a tantos otros, hoy he madrugado más de lo normal, con la sana intención de pagar una sanción de la DGT que ni siquiera me la han metido a mí pero... hoy por ti y mañana por mí (espero). Pues bien, lo intento por medio de la página de la DGT en internet y... nada, ¡que si quieres arroz, Catalina! Pasadas dos horas de espera e intermitente insistencia con mis intentos, desisto. Lo intento después por medio del teléfono vulgar y llevo más de media docena de llamadas al número de atención 987 010 559 y, encima, con un coste de llamada de 0,09/minuto. Al otro lado del hilo me atienden unas personas encantadoras, empeñadas en hacerme feliz la mañana, dándome toda clase de explicaciones, reverencias y facilidades; haciendo que me entere bien de las distintas vías de pago, de los pormenores de la denuncia y de lo que puede ocurrir si no pago ya. Para terminar yo escogiendo la forma de pago por tarjeta, después de que me deseen un buen día los buenos funcionarios de la DGT. Nada de nada tampoco, mala suerte, todas las veces que intentan pasarme al correspondiente departamento de cobranza se corta la llamada y yo sigo compuesto y sin funcionario. Procuro no enfadarme ni decir palabrotas, no vaya a ser que alguien me controle por internet. Por de pronto, por si acaso, ya he tapado con un papel la cámara de mi ordenador.

Ahora, ya destrozada y esfumada la mañana de paseo, lectura y relax, me quedo pensativo preguntándome: ¿Qué hago? Alguien en mis adentros me responde: ¿Estás tonto? ¿Qué vas a hacer? Pues esperar a ver si internet funciona o el teléfono se digna a pasarte al departamento ese de cobro... ¡Eres un impaciente! Pero sigo pensando y preguntándome por las cosas que me ocurren cada vez más a mendo y en las que pueden ocurrirme aún:

¿Y si desapareces de la base de datos de la Seguridad Social y no te llaman a revisión médica, o a lo peor no te pagan la pensión a finales de mes? ¿Y si cuando vayas a tu oficina bancaria a buscar cien euros te dicen con cara de pocos amigos (después de esperar largo rato por riguroso turno, como ahora casi siempre ocurre): "Usted no veo que figure en la base de datos, vuelva usted mañana, a ver..." (por culpa de tal contestación miro a los lados buscando a Mariano José de Larra, para que me explique lo que pasa, pero no lo veo... ¿Y si entre tanto te devuelven el recibo de la luz, del teléfono, del Ayuntamiento o te embargan la casa por no pagar la multa de tráfico...? Son las doce y tampoco acaba de llegar el reparador de la televisión que quedó en venir a las nueve de la mañana. Vuelvo a mirar a ambos lados, ahora tratando de localizar a Franz Kafka y... lo siento pero tampoco está, pero me da la sensación de que se le espera.

Pienso que lo mejor será hacer como el avestruz, meteré la cabeza debajo del ala y no pensaré en que puede estallar la tercera guerra mundial, o en que Hacienda o algún otro acreedor me quitará la casa (en la que no podré morir abandonado por falta de atención médica, de calefacción, de agua, de alimentos...). Mejor pensar que todo será normal, como la vida misma, ¿no les parece?

¡Ay, Dios mío! ¿Estará alguien tratando de volvernos locos a casi todos?

Un bonito sobremango

LNE Cartas  de los lectores  

Un polifacético amigo mío al que su escaso tiempo laboral no le permite estar todo lo que desea al lado de su familia, ni departir con sus amigos más que de vez en cuando, o salir a pescar las veces que se le antoje, me llamó el otro día por teléfono para avisarme de que había salido a pescar y el destino le había premiado con unas buenas capturas. Me dijo: "Antonio, atracaremos en el puerto a eso de las siete. Espérame allí para arranchar una cosa..." ("arranchar", en eonaviego, significa organizar).

A pesar de no comprender bien el fin de la palabra... "arranchar"..., acudí a la cita con la certeza de que, al venir de quien venía, para algo bueno sería. Al atracar la embarcación en el muelle, tras saludar a mi anfitrión y a otro tripulante que lo acompañaba, también amigo mío, me di cuenta de que no se trataba de "arranchar" para lo que yo había sido invitado... Sin duda mi duro oído al recibir el recado por teléfono se había equivocado de verbo, pues resultó que mi amigo había querido decir y dijo "para llevar", en vez de "arranchar". Caí en la cuenta de ello cuando mi amigo me señaló el bonito que estaba encima del banco de popa, grande como para dar de comer a un regimiento. Me preguntó si quería despiezarlo, que me lo cortaba él. Al decirle que no, que lo haría yo en casa, me dijo si tendría un recipiente por el coche para transportarlo. Que si no me dejaba él una caja que le debería devolver. Y pensé raudo, para evitar molestias, que si encima de regalarme aquella sobresaliente pieza tenía que prestarme una caja para transportarlo y que seguramente tendría que usar para otros menesteres. La tina de plástico que yo traía en el coche no le pareció buena elección a mi amigo, pero me empeñé en meter allí la pieza pensando que mala cuenta que no llegase a casa todo en orden. Allá tú, me dijo. A casa llegó, pero fuera de la tina, chorreando sangre encima de la moqueta (llevo dos días limpiando el maletero y los persistentes olores aumentan día a día, a pesar de todos mis esfuerzos y... los de mi mujer).

Me quedé un rato más en cubierta para contemplar cómo mi amigo despiezaba otro pez similar al que yo me llevaba. Lo hacía con destreza, igual que si lo hubiese estado haciendo toda su vida. Asestándole cortes precisos que iban dividiendo la pieza en trozos que bien podían ser destinados al más exigente de los chefs. Como si adivinara que estaba escudriñando su trabajo, lo dejó por un momento, levantó la vista blandiendo el brillante cuchillo y con una marcada sonrisa me dijo abanicando al de cortar: "El secreto es disponer de buenas herramientas, con este lo hace cualquiera...".

Inmediatamente me vino a la mente la sentencia de aquel maestro carpintero que, con un formón fuertemente agarrado por el mango, estaba torneando una pieza de madera y un amigo le preguntó: "¿Cuál es el secreto para conseguir esa obra, maestro?". A lo que el artesano, dejando su trabajo, levantó la vista para contestarle: "El responsable es el sobremango". El interrogador pareció no entender nada y volvió a preguntar al maestro: "¿Cómo que el sobremango? Esta vez el diestro fue rotundo y, mirándolo de nuevo, sentenció: "...pues sí, el sobremango es un servidor, que está detrás del mango".

 8 de Agosto del 2022 - Antonio Valle Suárez (CASTROPOL)

 

La quinta estación, para el año que viene

28 de Julio del 2022 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

Las cuatro estaciones del año que nos marcan el tiempo físico transcurrido se hacen notar anunciándonos su aparición con signos de una u otra manera. Lo hacen repetidamente y año tras año. Así, ya por diciembre, con la llegada del invierno, comienza a mentarse a los Reyes Magos y su inminente llegada. En mi niñez, los niños católicos creíamos a pies juntillas en ellos. A través de una carta de papel, con letra nerviosa y titubeante, pedíamos a los Magos nuestros deseos, nuestras aspiraciones, nuestros sueños: un camión con toldo, una escopeta, una muñeca, un mecano... La salud entonces ni la mentábamos, la dábamos por asegurada. Al levantarnos escopetados el día 6 de enero, por mucho que madrugásemos, ya habían pasado los camellos con todo su séquito. Habían sido anunciados a tiempo, pero lo cierto es que nunca llegamos a verlos por mucho que madrugásemos. Después, ya en la calle, comprobábamos que a los menos les habían traído todos sus deseos; a otros pocos algo y, a la mayoría, lo de siempre: nada o carbones.

La primavera asoma cuando los días crecen, como lo hace la flora, al tiempo que los pajarillos cantan preparando sus nidos con ilusión.

El verano, en los pueblos, lo notamos porque llega el calor con los veraneantes de la mano...

El otoño hace acto de presencia con la caída de la hoja, que, acompañada de cierta tristeza, nos advierte de que tengamos a mano chaqueta y cobertor si no queremos vernos sorprendidos por las inclemencias del tiempo.

A tenor de todo esto, hace unos días, en el diario paseo matutino entre el grupo de jubilados de siempre, repasamos lo comentado en la reunión celebrada en las Escuelas del Reloj, a la que el pueblo fue invitado por la Corporación municipal y un representante del Gobierno del Principado. Una vez allí, nos animaron a mentar y solicitar obras necesarias, aspiraciones y cualquier tipo de necesidad que estimásemos bondadosa para la villa.

Al día siguiente, todo el grupo de jubilados que a diario salimos al paseo matutino nos sentíamos encantados por el paso del señor alcalde y su gobierno por el pueblo, menos Bras, nuestro pesado amigo, jubilado igual que nosotros. Bras tomó la palabra para decirnos con seriedad: "¿Qué estación nos querría anunciar el señor Alcalde y su séquito anteayer? Ya lo habéis visto, nos invitó a plasmar a bolígrafo en folio, facilitados ambos con cargo al Consistorio supongo yo, nuestras inquietudes y necesidades para el pueblo, después de que hubiésemos comentado allí todos los puntos con sus ruegos y preguntas. Sabéis que nos pedían determinar a lo largo del proceso los puntos anunciados: "Ordenar el territorio y hacer un uso racional del suelo, conservarlo y protegerlo. Evitar la dispersión urbana y revitalizar la ciudad existente. Favorecer la proximidad y la movilidad sostenible. Garantizar el acceso a la vivienda...". Así hasta diez puntos a cual más interesantes. Ahora os pregunto: ¿acaso no os habéis enterado de que el señor alcalde nos anunció la llegada de la quinta estación para el año que viene? Se está gestando ya. Alumbrará dentro de nueve meses y a la criatura se la llamará elecciones municipales...".

Callados todos, regresamos a casa sorteando con torpeza a los coches aparcados en las aceras, y esquivando con destreza a los que pasaban por la carretera haciéndonos flamear nuestras camisas limpias y descoloridas por el sol.

Campo de Arnao, en Figueras, un paraíso dentro del Paraíso

Campo de Arnao, en Figueras, un paraíso dentro del Paraíso

1 de Junio del 2022 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

En mis visitas como jubilado, antes de la llegada del covid y el brexit, a mis hijos que viven en Londres, adonde tuvieron que emigrar hace años por simples razones de trabajo para poder ganarse la vida, me llamaron especialmente la atención la cantidad de fascinantes zonas verdes dedicadas al asueto de todos los ciudadanos que lo deseen. Siempre hay un motivo para disfrutar de los parques en Londres: para relajarse, para evadirse, para encontrarse con eventos deportivos, para practicar deporte en los aparatos biosaludables por allí instalados al aire libre, para disfrutar de conciertos, de zonas infantiles, incluso de teatro al aire libre. Desde ir de pícnic con la familia los fines de semana de buen tiempo hasta disfrutar de refrescantes paseos a pie o en bicicleta por sus senderos, a la vez que deleitas los sentidos contemplando la flora y la fauna en plena libertad. Las construcciones que los colindan, las aguas del Támesis con sus meandros, sus hermosos lagos artificiales bordeados de rosaledas. Invernaderos llenos de toda clase de flores exóticas bien cuidadas. Allí, a cualquier hora del día (por la noche están cerrados), siempre encontrarás a personas de distinta raza y condición haciendo lo mismo que tú: buscando el descanso, el relax y el disfrute al aire libre (los coches no tienen cabida, se quedan fuera). No en vano, Londres es una de las capitales más verdes del mundo. Lo avalan sus nueve parques reales y multitud de otros con jardines sembrados por toda la ciudad al alcance y para disfrute de todos.

Cada habitante goza de 27 metros cuadrados de zona verde. Y razonando que allí viven alrededor de ocho millones y medio de personas, arroja la friolera de 230.000 kilómetros cuadrados de zonas verdes. ¡Casi nada!

Claro que Londres, dicen los más críticos, es una ciudad caótica en constante crecimiento. Pero, curiosamente, al mismo tiempo que crece la ciudad, paralelamente también aumenta su red de parques, jardines y espacios de esparcimiento libre para que sus ciudadanos no rocen la locura... Aquí, en el occidente de Asturias, a pesar del vendaval que a veces nos trastorna, somos privilegiados en cuanto a tranquilidad y humilde forma de vida que llevamos. Aparentemente no necesitamos tanto como los ingleses de esas terapias para mantenernos cuerdos, pero si tiramos de calculadora bien podíamos reivindicar todos los ciudadanos, con sus gobernantes a la cabeza, las 55 hectáreas del Campo de Arnao, en Figueras, para uso y disfrute de todos los ciudadanos que lo deseen. Entre Castropol, Vegadeo, Tapia y Ribadeo viven unas 20.000 personas. Ello daría a cada ciudadano 27 metros cuadrados (igual que en Londres, ¡qué casualidad!) de zona verde para poder sentarse sin tener que pegar madrugones para parcelar una escasa zona apetecida por muchos que se quedarán sin ella, como nos ocurre en cada julio y agosto.

El Campo de Arnao ocupa la península más occidental de Asturias, bañada por las aguas del Cantábrico, de la ría del Eo y del Salgueiro, un riachuelo que termina en un pequeño lago antes de llegar al mar. Integrada en el Campo de Arnao está la hermosa playa con el mismo nombre, en verano siempre llena de asturianos y gallegos, con sus cientos de coches circulando entre personas a pie.

Sería una gran obra social, y no una utopía, el poner a disposición de todas las familias que lo deseen (autóctonas y venideras) sus 55 hectáreas llenas de verdor y hermosura para asueto y disfrute de todos. Al mismo tiempo nos veríamos libres de tener que torear todo el tráfico rodado que, sobre todo en verano, nos invade por todas partes, con las consiguientes molestias y sobre todo con el peligro que ello conlleva para los peatones que por allí nos damos cita.

Va siendo hora de que Ayuntamiento y Principado den o piensen en dar ese primer paso tan justo y necesario para bien de toda la comunidad, dejando a un lado el abandono y colocando ya la primera piedra simbólica para habilitar ese paraíso dentro del Paraíso que es el Campo de Arnao. La península pública más occidental de Asturias lógico es que sea de todos y para todos. Seguramente que, para ello, es más cuestión de voluntad que de presupuestos.

Asturias y Galicia llevan más de una década de enfrentamiento por el nombre de la ría del Eo, por el uso correcto del topónimo. Así que, Consistorio y Principado que nos gobiernan, con el apoyo de la oposición si es que existe, ándense con cuidado y reconviertan el Campo de Arnao en un lugar para todos. No vayan a venir nuestros primos hermanos gallegos tratando de apoderarse de él como patrimonio suyo, para después rebautizarlo con el nombre de, por ejemplo, A península da Pancha, por su dejadez actual y su vecindad con la isla y faro del mismo nombre al otro lado de la ría.

Después, a lo mejor, cuando ya sea tarde como casi siempre ocurre, no se les vaya a pegar a los señores que nos gobiernan aquel dicho gallego y nos lo apliquen al pueblo, como hizo el gran Castelao en su día: “Mexan por nos e hai que dicir que chove”. ¿No les parece?

Escritos en la guerra

4 de Febrero del 2022 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

En LA NUEVA ESPAÑA de hoy Tino Pertierra nos aborda la conciencia, haciéndonos pensar y recordar con su artículo "Páginas heridas por la guerra para los tiempos de la posverdad". El autor nos da un somero paseo sobre algunas de las páginas del libro "Escritos en la guerra", de los asturianos Mónica Rodríguez, Gonzalo Moure y otros cinco escritores más. Suficiente como para trasladarnos en el túnel del tiempo hasta los escenarios comentados por los autores. Escenarios que, a los más mayores, nos harán recordar algunos pasajes vividos, si no de la propia guerra sí de la dura posguerra. Con este artículo, Pertierra hizo que mis pensamientos se trasladaran a la reciente lectura de "escritos en la guerra", en su primera edición de septiembre de 2021, para después reavivarme aquel sentimiento que las guerras despiertan dejándolo arraigado por muchos años: El miedo.

Ya habían pasado veinte años desde que se había acabado la última contienda nacional con sus horrores, pero algo dentro de mí parecía mantenerla viva como si la hubiese vivido, haciendo que el miedo siguiese aún anidado dentro de mi alma de niño.

...Aquel 10 de agosto fui con otros niños a la cercana fiesta de San Lorenzo, al lado de la playa de Penarronda. Recuerdo que mi bolsillo iba caliente. Llevaba dentro de él cogida con mi inocente mano una moneda de cinco pesetas. Ya en la fiesta, mi mano seguía aferrada al tesoro y mi mente me decía: "No la gastes que te quedas sin ella". No tardé mucho en sucumbir a la tentación comprándome un par de chicles Bazoca. El importe de la transacción ascendía a una peseta. María, desde su tenderete de madera portátil me devolvió el cambio. Recogí la mercancía, me di la vuelta y conté los sobrantes. Sentí una humana alegría al comprobar que aquella buena mujer me había devuelto cinco rubias (monedas de peseta). La vida me sonreía. Mi conciencia comenzó su lucha conmigo tratando de que devolviese aquella moneda que no era mía, pero a pesar de los pesares regresé a casa con el mismo dinero con que había salido. Mi entendimiento no paraba de recordarme que estaba obrando mal, pero mi afán egoísta me impidió contárselo a mi madre.

Al séptimo día mi conciencia no daba tregua, siguiendo agobiada, trabajando sin descansar. Mi madre me mandó a buscar recados a Casa del Manteleiro. Salí raudo tratando de ser obediente, como siempre nos mandaban. Nada más terminar el fangoso camino y abordar el asfalto de la carretera general me encontré de bruces con la pareja de la Guardia Civil. Me impactaron sus correajes y tricornios negros azabache y sus capas abanicadas al caminar dejando ver las culatas de sus fusiles. Algo me dijeron con una sonrisa. Miré al suelo sin contestar y, como ellos, seguí mi camino. Estuve haciéndome el remolón un rato hasta que los guardias desparecieron de mi vista. Fue entonces cuando tomé el camino de vuelta a casa. Al llegar me dijo mi madre: "Ya estás aquí, hijo, volviste pronto". Se quedó una fracción de segundo mirando para mi pantalón corto sujeto con un solo tirante, al tiempo que me preguntaba: "¿Y la compra?". En medio de unos sollozos, abrazado a mi madre, como pude le dije: "Mamá, es que me oriné".