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Cuando el saqueo se hace costumbre
Ayer recibí la grata visita de mi viejo amigo Bras, exiliado a Ribadeo hace un par de años, por varias razones. Bras, no porque sea mi gran amigo, es una persona cercana, familiar y amigo de sus amigos. Para mí, la razón principal de su éxodo se debe a que no sabe ni freír un huevo, como vulgarmente se dice. Así que, al enviudar, le cayó el mundo encima, y si llegase a vivir solo lo haría acompañado con la indigencia encima, pues su dedicación a las artes del hogar siempre fue nula. A mi querido amigo no le quedó más remedio que irse a vivir, a turnos, con sus hijos. A pesar de no dar ni golpe en casa, nunca tuvo un solo asomo de machismo, aunque lo parezca hoy. Una vez jubilado, desde hace muchos años, se dedica a ponerse al día de la actualidad nacional e internacional y, también, en la de cercanías. Personalmente me entristeció su marcha del pueblo, pues entre otras cosas noto mucho en falta sus arengas, casi tesis, en temas de lo más variopinto, ya que Bras, para mí, es todo un maestro.
Al poco de darnos un fraternal abrazo empezamos a hablar de la situación del mundo actual. Nos fuimos juntando en el muelle los cuatro amigos que quedamos y Toño, otro amigo y veraneante, loco por saber. Y, como no podía ser de otra manera, salió a cuento la corrupción tan cacareada en esta canícula, y ya Bras tomó la palabra:
"Cuando el saqueo se hace costumbre, malo. Pero la corrupción no se inventó ayer. Sabemos que en tiempos de faraones y cónsules romanos se compraban favores con oro y silencio. Lo mismo que en Grecia durante la Edad Media, junto con la Europa cristiana, el Imperio bizantino y los Califatos árabes. También apareció esa lacra, llegada la Edad Moderna, por España, Francia e Inglaterra. En el siglo XIX se incorporaron a esta práctica los jóvenes Estados Unidos de América, América Latina y otros países. Hoy, el oro lleva traje, tiene despacho oficial... y suele acabar en paraísos fiscales. Y, lo que es lo peor, es que parece una pandemia sin vacuna a la vista. Cada día la corrupción nos deja claro que vino para quedarse. En España, a finales de 2018, un balance desolador nos ofrecía muy cerca de quinientos casos de corrupción abiertos y unos 10.000 millones de euros desaparecidos. Con eso se podrían haber pagado todas las camas hospitalarias que faltan, los baches de nuestras carreteras... y un par de universidades. Tenemos a nuestro alcance, en las redes, un 'Listado y ranking de los casos de corrupción en España'. En él figuran partidos políticos y empresas, con pelos y señales. Hace ya unos años el coste total estimado de los relacionados ascendía a 124.176.915.826. (Para darnos una idea, con el importe actual acumulado de los casos de corrupción se podrían pagar casi todas las pensiones de España en un año).
En este mundo terrenal casi nadie se salva de esa sutura. La corrupción es como la humedad, se cuela por todas las rendijas. Da igual el color político, el escudo autonómico e, incluso, la empresa a la que representas. Y lo peor es que muchos de los implicados siguen saliendo en televisión y demás medios saludando orgullosos, riéndose y dando lecciones como si nada. Incluso, terminado su mandato, a algunos les espera el premio de las llamadas puertas giratorias. Me pregunto: ¿se ríen del sistema... o acaso de nosotros los que los votamos? En democracia, a los corruptos, a veces, se les juzga, aplicando las leyes aprobadas para ello -Bras, metió la mano en el bolsillo y sacó un papel que comenzó a leer-. En España existe una ley específica que regula la financiación de los partidos políticos: Ley Orgánica 8/2007, de 4 de julio. Siendo modificada y endurecida posteriormente con la Ley Orgánica 5/2012 y la de 3/2015 y Ley de Contratos del Sector Público 2017 -volvió a meter la chuleta en el bolsillo y prosiguió-. De momento, parece que todas las leyes escritas no son capaces a frenar ese cáncer económico que es la corrupción -se tomó un respiro, miró a unos veraneantes que nos observaban, para volver a la carga. Entre tanto, nosotros, mudos, escuchando-. Los países democráticos que parece que la tienen más controlada demuestran tener una prensa libre y ciudadanos activos y comprometidos. En los regímenes llamados totalitarios (dictaduras, para entendernos) no se conocen cifras de corrupción, ya que el que ose filtrarlas ya sabe lo que le espera. Allí, el que roba manda, y no se dan explicaciones ni al tato.
Así que mucho ojo con tema tan importante como delicado. Se puede meter la mano en el cajón, pero si te cazan serás juzgado y castigado, probablemente. Sí, la democracia será imperfecta, pero al menos aún nos deja indignarnos y cacarear..., sin mucho peligro de acabar en las frías mazmorras, por decirlo así de claro. Y, lo más importante, amparándonos en nuestra Constitución podemos echar mano de nuestro derecho a votar cada cuatro años a quien estimemos que más se lo merece, dejando fuera de juego, castigados, a los ineptos y corruptos".
Sin poder disimular la emoción, premiamos a nuestro amigo Bras con unos sonoros aplausos.