Vacuna obligatoria contra la tristeza
Me encontraba yo sentado en el consultorio médico en la Casa del Mar esperando mi turno para vacunarme de la covid-19 y la gripe a un tiempo, cuando se abrió la puerta del ascensor y por ella apareció Julia, acompañada de su esposo, mi amigo Manolo. Nada más verme, él desplegó su grata y amplia sonrisa al tiempo que me saludaba efusivamente, diciéndome: "¡Hombre, amigo, tanto tiempo! ¿Qué tal estás?". Después de intercambiarnos palabras agradables, mi amigo Manolo, al que llevaba un tiempo sin ver, se fue sonriente a sentarse al lado de su mujer.
Yo me volví al viejo asiento de plástico rojo, al tiempo que pensaba en lo bien que estaba mi amigo Manolo. Igual de bien y dicharachero que cuando íbamos a la montaña a cazar perdices, hace más de cincuenta años: delgado, bien plantado, con todo su pelo negro sin teñir, y con sus ligeros 91 tacos a cuestas. ¡Qué envidia!
Al poco rato, desde el otro lado de la sala escasa de pacientes, la voz de Julia, la esposa de mi amigo Manolo, me sacó fuera de mis pensamientos para decirme: "¡Antonín!, Manolo me dice que quién eres, que no te conoce". Descolocado les sonreí a ambos, mientras mi incrédula mente, sin creer lo que oía, trataba de resetearse a todo gas. Ya sosegado empecé a repasar el currículo de los allí presentes, todos vecinos de los distintos pueblos que pertenecen al mismo consultorio médico que yo: Paco y su mujer suman entre los dos más de 170 años. Pepita, la viuda de Pepe, pasa de los 90... A la mayoría hay que gritarles pues no oyen nada. Yo, aunque duro de oído, oí a la enfermera que le decía a Paco al pasarlo a su despacho: "Paco, tiene azúcar, eh". Y antes de cerrar Paco la puerta oí que alegre le respondía: "Sííí, tengo azúcar, nena, y también café, cuando quieras pasas por casa que te convidamos".
Mi egoísta mente me reprendió, diciéndome: "Basta, quieto, no sigas por ese camino, vas a enloquecer de tristeza". Y me frené en seco tratando de pensar en otras cosas, pero solo lo hice repasando otras similares: "En los últimos dos años solo han nacido dos niños en el pueblo. Me han dicho que solo hay dos días a la semana médico en el consultorio, el martes y el jueves. Hoy solo tenemos enfermera para hacernos curas y vacunarnos de todo, hasta de herpes, virus que tanto daño está haciendo por ahí... En realidad no nos hace falta médico todos los días. Cada vez somos menos y mayores...".
Frené un poco mis pensamientos y volví a mirar a mi amigo Manolo, que allí al lado seguía sentado, balanceando sus piernas y sin parecer mirar a nadie, sonriendo.
Volví a pensar, pero esta vez un poco más alegre: "Así que, visto lo visto, habrá que ir pensando en la vacuna contra los efectos devastadores de los años... Aunque pensándolo bien, para qué. Los años hemos de procurar llevarlos con dignidad y así no nos pesarán. De ponernos una nueva vacuna, yo quiero una contra la tristeza, sí. Seguro que me transmitirá sus buenos efectos apartándome de ella y, así, poder mantener una sonrisa bien grande..., como la de mi amigo Manolo. Qué suerte tiene Manolo. A él no le hace falta ese tipo de vacuna, pues lo veo feliz como siempre. Portador de una envidiable sonrisa, de oreja a oreja, que muchos quisiéramos manejar como él la maneja diariamente. Me acercaré a darle un abrazo, bien se lo merece".